Desde que tengo memoria, estos pequeños insectos saltarines y escurridizos, han formado parte de mi vida. Mi infancia transcurrió en las tranquilas y campesinas localidades de Puerto Nuevo (a orillas del Lago Ranco, Región de los Ríos) y Pichirropulli (pueblito cercano a Paillaco, en la misma región), en tanto mi adolescencia se desarrolló en la ciudad de La Unión (ídem), lugares en que las pulgas eran parte de la familia y casi el "pan de cada día", no porque nos alimentáramos de ellas, sino porque ellas se alimentaban de nosotros (jajaja).
La vida en el campo nos hizo fuertes, en todos los sentidos (a la familia "casi" completa; digo esto porque el hermano más delicado de salud precisamente fue el menor, que creció en un ambiente citadino). En cambio, "losotros" si caíamos nos levantábamos rápidamente; en tanto el clima lo permitiera estábamos fuera de la casa, jugando, corriendo, subiendo a los árboles, colaborando en tareas domésticas, comiendo frutas silvestres, ayudando en la huerta, etc. Es decir, no estábamos pegados a las faldas de nuestra madre y no supimos de TV, hasta adolescentes, al menos los tres mayores.
Fue una infancia de mucha leche, de harina tostada, de frutas verdes y maduras, de muchas verduras y legumbres. Es decir, un menú a prueba de balas (jajaja).
Tengo entendido que en esos años hubo una muy seria epidemia relacionada con ambos bicharracos, cuya principal causa decía relación, si no me equivoco, con la falta o precariedad de las medidas de higiene y salubridad. En el caso nuestro, nos criamos en nuestra primera infancia sin energía eléctrica y sin agua potable, por lo que el lavado corporal más acucioso era de frecuencia semanal, lo que no siempre era similar en algunos de nuestros compañeros de escuela, lugar del que solíamos llegar plagados de habitantes indeseados en nuestras cabelleras.
Se me ha venido a la memoria una revista antiquísima que vi cuando niña, en la cual se explicaba los cuidados que había que tener con los piojos exantemáticos (¡qué palabra más extraña que no usé nunca pero que no se me olvidó!). Recuerdo que salía un dibujo grande de un piojo (¡¡¡huácala!!!, uff, me llega a picar el cuello cuando me acuerdo), con todas sus vellocidades, patas y ojos.... Y donde también aparecían sus parientes, las pulgas. Recuerdo que había recomendaciones para evitar contagio (en el caso de los piojos) y formas de tratamiento.
También se me vino a la memoria una revista de historietas con una plaga de insectos gigantes, ufff, ¡qué me dio por recordar estas tonteras!
Otro recuerdo: como esto de ser picada era muy molesto para mí en mis años mozos, tanto que a veces me causaba desvelo, me especialicé en la caza o captura de estos bichos. Si me atacaban cuando estaba en mi camita, incluso a oscuras, haciendo uso de mi habilidad táctil, casi sin moverme, me mojaba el dedo índice con saliva, le convidaba al pulgar y procedía, cual comando montonero, a buscar al enemigo. En un 70% de las veces tenía éxito y gozaba como china cuando trituraba al monstruo entre mis dedos, prendía la luz, corroboraba la "caza" y, para asegurarme, lo aplastaba con la uña sobre la cubierta del velador. ¡Crunch!, se escuchaba y eso era música para mis oídos, jajaja.
Cuando no tenía suerte con la primera estrategia bélica, prendía la luz, procedía a sentarme calmadamente en la cama, echaba la ropa hacia atrás con cuidado y comenzaba mi búsqueda acuciosa, y como si estuviera en la selva, buscaba al interior de cada pliegue de las sábanas o costura (en ese tiempo usábamos sábanas de tocuyo o de crea, blancas). De pronto, el enemigo, sorprendido en su madriguera, alcanzaba a saltar, pero sus segundos ya estaban contados. Como habíase alimentado en demasía, sus saltos no eran para medalla olímpica, así que resultaban apresados, terminando en el mismo velador mencionado anteriormente (jajaja). Una vez eliminado el enemigo, me dormía con la sonrisa del vencedor en los labios. Pocas veces se me escapaban las condenadas.
Cuando el ataque se producía mientras uno estaba despierta, el lugar de la emboscada y enfrentamiento final era el dormitorio o servicio higiénico, dependiendo de la situación. En tales ocasiones, la ropa iba siendo retirada del cuerpo casi como las capas de una cebolla, aunque con cuidado y precaución. No siempre lograba mi cometido, pero a lo menos en un 50 a 60 % tenía éxito.
Pero no todas las situaciones eran exitosas, pues no me quedaba otra que rendirme cuando estaba en clases, en alguna reunión o en una actividad de la que no podía escaparme. Ahí mi bello cuerpo sufría estoicamente los ataques de la guerrilla pulgosa. ¡Qué bellos recuerdos! (jajaja).
Ayer, por segunda vez en años, me llevé una tremenda sorpresa al encontrarme con varias picaduras de esos pequeños insectos en mi anatomía, y como esto ya no me parece una mera casualidad, me da la impresión que hay intervención de terceros, jajaja.
Yo pensé que las pulgas estaban extintas, la verdad. Me imaginaba que los amigos de las causas perdidas ya estaban haciendo algo para conservar las que quedaran vivas, algo así como un criadero de pulgas, pero he debido salir del error a costa de mi dermis.
Las ronchas descubiertas son numerosas y como soy alérgica a los insectos, ya se imaginarán el tamaño y el color (un hermoso tono fucsia, jajaja). No sería nada que picaran en un sólo momento, sino que el picor dura a lo menos tres días y más en mi caso. Lo más incómodo se produce en los momentos en que estoy en clases y, por razones lógicas y de compostura, no puedo rascarme. ¡Qué lata! Me parece haber vuelto a la Prehistoria!
¿Qué puedo hacer ahora?
Junto con tener que soportar el prurito en estos días de la mejor manera posible, deberé abocarme a realizar un aseo concienzudo en las dependencias de mi palacio, este finde, aprovechando de utilizar el correspondiente insecticida para eliminar todos los insectos habidos y por haber.
Y ojalá no se aparezca ni siquiera en Tv la famosa pulga apellidada Messi, porque igualmente le lanzó una rociada para prevenir cualquier picadura.
¡Buenas pulgas!, pardón, buenas ...noches!