Literalmente "en tus zapatos", inicio mi tarea de hoy lunes, lo que hasta hace un par de años me hubiera parecido imposible.
No sé si los pies se me han achicado tanto caminar por la vida o se me ha producido otro fenómeno, tal vez una jibarización de las patas, quién sabe... ¡Hay cada fenómeno o cosa rara en estos días!
"En tus zapatos" fue el nombre que se le dio, asimismo, a un proyecto de una ONG hace un par de años, que me contactó vía correo electrónico, para pedirme un par de tus zapatos. Les harían un tratamiento especial de pintura y, luego de juntar muchos de ellos, harían una exposición bajo ese nombre, en algún lugar público. El proyecto contemplaba juntar la mayor cantidad de pares de calzado de mujeres que habían sido víctimas de Femicidio. Les entregué uno de tus pares, aunque nunca supe si realmente habrían alcanzado el objetivo.
Pero sí tuve la posibilidad, el año 2014, acá en Rancagua, en plena Plaza de los Héroes, de asistir, claro que por casualidad (¿lo sería?), a una Expo-Zapatos que presentó el SERNAM, de cada una de las mujeres víctimas de sus parejas o ex-parejas, que iban a la fecha en el país durante ese año. El par de zapatos era el testimonio vivo y simbólico (muy fuerte, sin duda) de cada una de ellas, que, junto a una breve reseña, nos interpelaba acerca de este flagelo social tan nuestro, lamentablemente.
Por tanto, aunque no haya estado tu par de zapatos en esa muestra, vi otros semejantes, de mujeres hermanadas contigo al final de la vida.
Por tanto, aunque no haya estado tu par de zapatos en esa muestra, vi otros semejantes, de mujeres hermanadas contigo al final de la vida.
Es probable que acciones de este tipo no tengan mucho eco en una sociedad en que el diálogo está supeditado a la prepotencia y violencia, y que, a veces, las mismas potenciales víctimas justifican aquello. Pero, no cabe duda que es mejor realizar ésta y otras acciones, que no hacer nada. En más de alguien fructificará la semilla que pemita decir ¡Basta, no más!, ¡Esto no puede seguir así! , y que permita, paulatinamente, ir disminuyendo las rojas cifras de este horror.
En tus zapatos, decía al comienzo, inicié la semana. Tres pares de calzado de vestir que usabas para ir a tu trabajo encontré buscando sólo uno que recordaba. La memoria es caprichosa: recién pasados 3 años y ya los había olvidado. Seguramente, porque nunca pensé que podrían quedarme "buenos". No hace mucho, cuando fui a comprar zapatos de temporada, después de haberlos ya usados (para mala suerte mía) me di cuenta que un pie especialmente, me quedaba suelto. Jajaja, "salí" medio deforme parece o, tal vez, me he deformado últimamente. Así que, ipso facto, me planteé las siguientes conclusiones:
1. Que los números de calzado, con esto de la globalización, han sufrido cambios.
2. Que dependiendo del origen de los zapatos, puede haber algunas diferencias en las medidas estándar. A saber, mientras los chinos tienen las "patas" más chicas, los argentinos se pasan para ser "patúos" (jajaja).
3. Que mis patitas han sufrido alguna deformación o desgaste, me imagino que por caminar tanto, más que por la edad (digo yo, jejeje).
Considerando lo anterior y lo que me sucedió con un específico par de tus zapatos, debo señalar que he llegado a la convicción que no se trata de que mis patitas se hayan achicado (aún no, jajaja), sino que es un tema de horma. Me explico: con uno de los zapatos la historia fue debut y despedida. Los dejé inutilizados. Eran los más angostos y puntiagudos. Mi patita, que es más ancha de lo habitual (producto, me imagino, de una infancia a "pata pelá", en terrenos del feudo, con la costumbre, en el verano, de caminar descalza por los prados y jardines del castillo) no alcanzó a estar toda una mañana dentro y se anduvo desparramando por las costuras. Así que aquéllos (de color morado) no sobrevivieron a su primera postura de mi parte. "Patas de hacha", diría mi padre, el Rey Asendino. Recuerdo esa expresión de la infancia, que se le aplicaba a quien destruía rápidamente el calzado, habitualmente mis hermanos, pues sus juegos futbolísticos daban bastante qué hacer a sus zapatos.
En fin, es muy fácil decirlo me pongo "en tus zapatos", pero muy difícil lograr efectivamente una empatía absoluta. Uno puede hacer un esfuerzo sincero y acercarse en algo a sentir, pensar, imaginar lo que otra persona vive, sufre y se angustia, pero nunca podrá dimensionar con total exactitud lo que experimenta el otro como para poder identificarse plenamente. Por eso, más que una palabra, tiene mucho más sentido y fuerza un apretón de manos, un abrazo, una sonrisa o una flor, símbolos silenciosos y llenos de contenido, más valiosos que el mejor de los discursos.
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