Miércoles 4 febrero : ¡a Concepción los boletos! , para luego seguir hasta CORONEL.
De Curepto despegaron a las 8 de la mañana sobrevolando por un trayecto ya conocido: la ruta desde esa localidad hasta Talca. Alcanzaron a llegar allá a tiempo, por suerte, pues una de las ocupantes de la avioneta Toyota estaba en apuros (por suerte algunos servicentros tienen buenos servicios...higiénicos, jajaja). Luego, a completar el tanque de bencina para devolver el vehículo arrendado y llegar al Terminal y allí esperar el bus Linatal. Buen bus, de lo que se alegraron.
En Concepción, Terminal Collao, les esperaba el nuevo anfitrión, el príncipe Luis Alberto en su nueva limusina (bueno, no tan nueva, jaja). Con rapidez subieron el equipaje y abordaron los 6 el auto. Lógicamente los de atrás a apretarse, pero esta vez se hizo por turno. El trayecto de Concepción, sin duda, es para expertos al volante, pues a pesar de las dos pistas, no faltan los apurados y los imprudentes. Felizmente don Luis Alberto es un hombre de experiencia al volante y los enemigos del manubrio estaban inhibidos por él. Como a las 15 horas llegaron a su casa, ubicada en el sector denominado Lagunillas, en CORONEL. Allá les esperaban la dueña de casa, doña Carmen Lucía y sus dos retoños: Andrés y Sebastián, quienes gentilmente (o puede que no tan gentilmente, jeje) les cedieron sus dormitorios, a los cuales subieron maletas, bolsos, mochilas y petacas.
El almuerzo estaba preparado: esa mañana los dueños de casa se habían movilizado hasta la Caleta (no recordamos si de Coronel o Lota) y se habían provisto de víveres provenientes del mar, absolutamente frescos. Por ello, la alimentación que nos esperaba era de ese rubro: una entrada de machas con jaiba desmenuzada, en un cama de lechuga con verduras varias; muy rica, refrescante y sana. El segundo era sierra al horno, con queso y tomate, más los correspondientes alińos y las papas mayo, también exqusito y ....contundente. A lo anterior acompañaba bebida o vino, según edad y gusto, además de un café como bajativo al finalizar para quien lo apeteciera.
Luego de lavada la loza, y ya instalados cada oveja con su pareja (o sola, como doña Princess) se prepararon para salir a aprovechar la tarde. En esta ocasión, un par de personas debieron trasladarse en movilización colectiva, pues si 6 personas apenas cabían en el auto, 7 seres humanos recién alimentados sería una tarea imposible, además de arriesgar un parte con "los amigos en su camino".
Los que se trasladaron en "micro" obviamente fueron doña Princess y la Carmela, las cuales se bajaron un poco antes del Parque de Lota (destino final) para visitar la Iglesia del sector. Una vez realizado esto, se dirigieron al Parque, luego que el dueño de casa les ha apurado para que lleguen pronto.
Primero visitaron el Museo, luego comenzaron a recorrer el Parque que, en su origen era el jardín de doña Isidora Goyenechea. ¡Hermoso lugar a orillas del mar, entre árboles nativos, plantas y flores diversas, con estatuas, fuentes de agua, subidas y bajadas, un bello faro y hasta pavos reales, con escaleras que suben y bajan! Fotografías van y fotografías vienen...con el fondo marino y el muelle...
La tarde iba avanzando, eran casi las 18 horas, de manera que dejaron para el día siguiente la visita del Pueblito Minero y la bajada a la Mina de Lota. ¡Uyyy, qué emoción!
Esa experiencia le atrae muchísimo a doña, que en otros viajes ha tenido el privilegio de conocer algo de la vida minera en Sewell (sexta región, mina de cobre) y en Humbersthone (primera región, mina salitrera). La que conocería el día siguiente correspondería a los vestigios de una Mina de Carbón de piedra.
Emprendieron el regreso de la misma forma, con la salvedad que se detuvieron antes de llegar a casa, a comprar algunos víveres y llegaron caminando unas cuantas cuadras. El día estaba absolutamente despejado. Llegaron a casa, a preparar once y a mirar tv los menores. Los adultos, a compartir en el patio y junto a la parrilla unos choripanes. A doña le vino el "viejazo" de un "tirón" y al estar quedándose dormida en la silla, optó por abandonar la tertulia e ir a "encamarse" para dormir hasta el otro día, con un par de breves interrupciones para bajar al servicio. Jajaja, ahí aprovechó de ver la foma en que estaban durmiendo los menores, en el suelo del living-comedor, sobre sus respectivos colchones cada uno.
La tarde iba avanzando, eran casi las 18 horas, de manera que dejaron para el día siguiente la visita del Pueblito Minero y la bajada a la Mina de Lota. ¡Uyyy, qué emoción!
Esa experiencia le atrae muchísimo a doña, que en otros viajes ha tenido el privilegio de conocer algo de la vida minera en Sewell (sexta región, mina de cobre) y en Humbersthone (primera región, mina salitrera). La que conocería el día siguiente correspondería a los vestigios de una Mina de Carbón de piedra.
Emprendieron el regreso de la misma forma, con la salvedad que se detuvieron antes de llegar a casa, a comprar algunos víveres y llegaron caminando unas cuantas cuadras. El día estaba absolutamente despejado. Llegaron a casa, a preparar once y a mirar tv los menores. Los adultos, a compartir en el patio y junto a la parrilla unos choripanes. A doña le vino el "viejazo" de un "tirón" y al estar quedándose dormida en la silla, optó por abandonar la tertulia e ir a "encamarse" para dormir hasta el otro día, con un par de breves interrupciones para bajar al servicio. Jajaja, ahí aprovechó de ver la foma en que estaban durmiendo los menores, en el suelo del living-comedor, sobre sus respectivos colchones cada uno.
Jueves 5 febrero
¡Ufff! 8,30 de la mañana : ¡a ganar el bañoooooo!. Doña no fue la primera pero anduvo entre los ganadores. A ducharse y luego a ayudar a preparar el desayuno. A las 11 recién lograron salir de casa para ir al pueblito minero, pero no fueron todos, a esta actividad: uno, Patricio, porque debía realizar un trabajo pendiente, y Carmen, pues ya había realizado esa visita y no estaba ni ahí con ir de nuevo.
Después de inscribir sus nombres en el Libro de la fama (hay varios ejemplares, en cada ciudad, al parecer, jajaja), los condujeron al lugar donde está el Pueblito Minero.
Un lugar clave en aquella época era la "Pulpería", almacén o Súper de esos tiempos (a fines del siglo XIX) que administró el conocido escritor chileno Baldomero Lillo Figueroa. El guía, don Daniel, un ex minero de Lota e hijo de minero también, les mostró el local, explicando que todo lo que se comerciaba en él era sobre la base de fichas que cada trabajador recibía de parte de quien administraba la mina. Vieron la poruña con la que se sacaba los productos de unos cajones de almacenamiento de grano, las ristras de ajos y ajíes, el harina en bolsas de 3 kgs, café de trigo, aceite en tarros y otra serie de productos de uso de la población minera de dicho período.
Luego recorrieron una casa habitación, que tenía únicamente dos dependencias: una cocina-comedor y un dormitorio, equipadas según la época. El grupo de pabellones (4 edificios) tenían un horno, un par de artesas o bateas para lavar ropa y unos columpios de uso comunitario. Don Daniel les entregó mucha información y detalles de la vida comunitaria, toda vez que él vivió ese tipo de vida: familias numerosas (de 7 a 10 hijos habitualmente viviendo en dos piezas y durmiendo todos juntos en un solo dormitorio), cuyos hijos varones debían trabajar desde pequeños (incluso desde 8 años, como lo relata el cuento "La Compuerta N° 12" de Baldomero Lillo, aunque legalmente podían trabajar desde los 12 ) para aportar fichas al presupuesto familiar.
Pronto los llamaron con el objeto de prepararlos para bajar a la mina, en un recorrido de 580 mtrs. aproximadamente por debajo del mar en un trayecto. Los equiparon con una batería que se amarraba a la cintura y que proveía de luz a la ampolleta del casco. Se les informó que dicho equipamiento era el último que había llegado para el uso de los propios mineros. Las baterías, que colgaban del cinturón que debieron utilizar pesaban a lo menos un kilo. Al grupo le tocó cascos de distintos colores, los que originalmente tenían un significado específico. Por ejemplo: el blanco era de los jefes, el amarillo de los obreros, el azul de los electricistas, los verdes eran de los prevencionistas.
Comenzaron su ingreso a la mina y andados unos metros llegaron a un lugar donde había dos especies de ascensores (estilo jaula), con capacidad de 6 personas cada una, para el descenso de 25 metros al interior de la mina, vía utilizada por los jefes, no por los obreros. Una vez dentro de la jaula y en funcionamiento ya, la suerte estaba echada.
En el túnel al que fueron llegando los visitantes, había unos asientos rudimentarios adosados a las murallas, donde recibieron información valiosa de parte de don Daniel. Les habló de la jornada que cumplían los mineros, del tiempo que disponían cuando se detectaba la presencia de gas grisú, la forma de detectarlo (un ave, que se mantenía en una pequeña jaula metálica, cerca de la puerta de cada túnel, que debía ser revisada constantemente por el niño-trabajador que había en cada compuerta, para dar inmediatamente el aviso a los mineros en caso que el ave hubiera caído víctima del gas, en otras palabras, haya "estirado la pata"). Les explicó varias cosas, como por ejemplo, que permanecían prácticamente 12 horas bajo tierra y mar, por lo que debían llevar su colación, consistente en pan y líquido; la forma en que solucionaban sus necesidades fisiológicas; la función que cumplían los guarenes (ratones de alcantarilla), etc. Les dio de recuerdo un trozo de carbón de piedra a cada uno, les explicó el cuidado que cada minero debía tener con su equipamiento, pues éste era vital a la hora que pudieran extraviarse en los numerosos túneles subterráneos. Les hizo pasar la prueba de apagar todas las luces de los cascos: en ese momento tuvieron conciencia de la inmensidad de la soledad y precariedad del mundo minero. El resultado: oscuridad absoluta. ¡los ojos no servían de nada! El mundo había desaparecido alrededor de cada uno. ¡Qué impresionante!
Pronto llegaron a la Compuerta N° 12, aquélla del cuento de Baldomero Lillo, por la que no ingresaron, sino solamente accedieron a un maniquí vestido de minero con su carretilla con carbón.
Continuaron la caminata por la mina, el túnel disminuía de altura, había agua a un lado del camino, pronto debieron caminar agachados, pues el techo había descendido completamente, los cascos chocaban una y otra vez con los postes que sujetaban el cielo raso del túnel. Ahora iban en cuclillas, caminando sobre el barro...(¡guauuu, y eso que andamos de turistas, ¿cómo sería de duro para los que trabajaron aquí?, piensa doña Principessa) ...
Por fin el camino se ensancha, el techo se aleja de sus cabezas, algo de luz se ve a lo lejos, hacia arriba, es hora de salir a la superficie y para ello hay que subir aproximadamente 100 escalones (los equivalentes a los que antes bajaron en la jaula-ascensor). Llegan cansados a la luz, acezantes, salen al exterior por la boca del túnel como "obreros" , según les dijo don Daniel.
Al llegar arriba deben detenerse un rato a descansar y tomar aire; luego, antes de devolver el equipamiento, aprovecharon de sacarse una foto grupal y solicitar un Calendario 2015, de recuerdo de su visita y bajada a la mina.
Luego de esa aventura histórica regresaron a la casa a buscar a los que quedaron "castigados", jajaja, y se dirigieron a la Caleta Lenga, un balneario de la Comuna de Hualpén, más allá de Lota (unos cuantos kilómetros, la verdad, jajaja). ¡Hermoso lugar! Fotografías de la playa, del mar, de unos cisnes preciosos (bueno, siempre lo son y en varios lugares los hemos encontrado en este viaje). Luego de la llegada de los tres que se fueron en vehículo de locomoción colectiva, se dirigieron a un local para almorzar, dato que se había averiguado con antelación.
No hubo problemas en que el grupo más tardío aceptara el lugar seleccionado, pero sí los hubo para acordar lo que se iba a comer: que empanadas de queso, de mariscos, ¡nooo! ¡de QUESO!!! dijo alguien, enojada, jajaja. Conclusión: de queso y mariscos, sólo que no todos probaron ambos sabores, hubo absoluto monopolio en las empanadas de queso, a quien no les vimos ni la nariz (por suerte, somos familiares y nos queremos, jajaja).
Ése fue el pedido para "entrar a picar". Luego, cada cual, menos una, que estaba a dieta, al parecer, hizo su pedido individual: mariscal caliente, mariscal frío, paila marina, pescados...más vino blanco y bebidas, según edad y funciones. Una vez terminado el almuerzo, a caminar un rato por la playa para tratar de "bajar toda la comida ingerida", jajaja, a probar el agua de mar con las "patitas", brrrrrr: a pesar del calor, el agua está gélida...
Ahora, ¡a Concepción los boletosss! Los más jovencitos, entre ellos, doña Principessa, se subieron al auto, mientras los más provectos (jajaja) tomaron nuevamente locomoción colectiva con la cara llena de risa. En la Plaza de Concepción, entre máquinas, tierra, trozos de pavimento y máquinas, estaban esperándolos al pie de una estatua. El calor era sofocante, de manera que doña fue a comprar una botella de agua y acompañó a los demás a vitrinear por algunos locales de múltiples artículos. Luego, a seguir a las fanáticas de los malls por algunas cuadras en la gran Concepción, esperando que se aburran pronto, para realizar algo más interesante, jajaja...pero no se aburrieron...así que hubo que armarse de paciencia y esperar que se hiciera tarde para poder volver a casa y tomar once.
Los primeros ya estaban terminando de tomar once en casa cuando dos de los tres adultos que viajaron solos... señalaron que Patricio, alias "el Pato" o "el Patito", al parecer, se les había extraviado, pues se subieron al bus creyendo que iba detrás, pero el microbús partió y éste no subió.
Los primeros ya estaban terminando de tomar once en casa cuando dos de los tres adultos que viajaron solos... señalaron que Patricio, alias "el Pato" o "el Patito", al parecer, se les había extraviado, pues se subieron al bus creyendo que iba detrás, pero el microbús partió y éste no subió.
-Al comienzo, no sabíamos si lo sucedido había sido producto de un error, de un impasse en la pareja o una reacción lenta de mi pobre y abandonado hermano, jajaja.
Doña Princess estuvo a punto de marcar el teléfono de su querido hermano para saber qué había sido de su vida (si estaba en un hospital, en la Comisaría o en un hospicio, jajaja), pero le alcanzaron a avisar que era una broma, jajaja. La verdad era que se había encontrado con un compañero de liceo (uhhhhhh, sin duda, un viejo amigo) y éste lo había invitado a su casa. Pasaron las horas, y horas...y horas... y hubo que llamarlo para saber si seguía vivo, jajaja. Pronto llegó con el amigo y su esposa, los que estuvieron un rato departiendo con los habitantes de la casa. El único problema que se presentó, cuando ya el amigo se había ido, fue que las gafas que había recibido de regalo (bastante caras, según nos informamos) se habían quedado en casa del amigo. La que no estaba muy contenta con ello era la Sibe, pues ella era quien le hizo el regalo. Y difícilmente se iba a recuperar el regalito aquel, pues al día siguiente en la mañana el grupo seguía a Cañete, viaje para el cual ya se tenía pasajes adquiridos y el famoso amigo vivía en Concepción, ciudad que no formaba parte del itinerario...
En fin, adiós Coronel (¡adiós, General!, jajaja), adiós gafas de regalo, Cañeeeeteeee nos espeeeeeraaaaa.....
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