domingo, 26 de diciembre de 2021

Voces...

    

   No son las voces en sí mismas las que me atraen o repelen como un todo, sino aspectos dentro de ellas: a veces su fluidez (acelerada o morosa), otras, su volumen (excesivo), tono (muy agudo), timbre (característica personal)cadencia (modulación). Lo último -la cadencia  vocal- puede ser tanto natural como aprendida, por lo que convence -o agrada- al "oyente" cuando se capta natural, sin caer en la exageración forzada.

  Después de llevar más de 60 años escuchando voces  -bien reales, aclaro-, comienzo a tener algunas certezas con respecto a lo anterior. Algunos pensarán que me he demorado un "poquito", 😅. Les encuentro razón, pero, debo confesarles que para darme cuenta de esto ha sido necesario tener el "tiempo" para analizar y pensar. Ahora lo tengo y le saco provecho. Al contrario, mientras fui adolescente, adulta joven y, luego, adulta madurita, no me detuve lo suficiente como para permitirme "pensar" más que "hacer"  (conozco a más de alguna amiga que quisiera tener potestad sobre las manecillas del reloj para lograr hacer más "cosas" durante el día; también pequé de ello, lo asumo)

  No obstante, no es sólo la voz la que provoca en mí una reacción favorable o adversa. Esto va muy asociado al hablante. De manera que cuando la identificación se produce no necesito ver a la persona para sentir el rechazo, por ejemplo. Precisamente comencé a reflexionar sobre aquello cuando tomé conciencia que no "soportaba" escuchar a algunas personas y mi primera reacción era cambiar de  canal o apagar la radio, según de donde surgiera el "hablamiento" (jaja, me acordé de Pato Cruz). Y como tengo clarísimo que mi grado de intolerancia ha crecido, simplemente ya no me esfuerzo por aceptar situaciones desagradables como lo hacía antes. Sin duda el status laboral es un elemento que pesa a la hora de esforzarse en la tolerancia con los colegas, jefes...o subalternos. Mientras uno trabaja tiene que esmerarse en ser tolerante para aportar al clima laboral, para estar bien con los superiores (sin que ello signifique zalamería u obsecuencia) o aceptar que no toda la gente a tu cargo es tan capaz como uno quisiera. 

 [Abro paréntesis: para muestra un botón: hace unos días iba en un microbús y una tarea consciente de todo el trayecto fue evitar ser tocada por mi compañero de asiento. Ya no soporto aquello, cada vez es más acentuada -o exagerada- mi actitud. La tolerancia se reduce a ojos vista. Y no es primera vez; la verdad es un ejemplo de tantos. Cuando es una mujer a quien tengo a mi lado no es tanto el problema salvo que te toque en suerte -y mala- una dama de mayor contextura que necesita ocupar más de la mitad del asiento. Cierro paréntesis].

    Antes pensaba, por experiencia, que sólo la música o los olores activaban mis reflejos condicionados y me transformaban en una mera rata 🐭 del laboratorio de Pavlov y Skinner. Pero no. Me doy cuenta ahora que también las voces traen a flote mi animalidad, 😂. Tengo, eso sí, unas cuantas ventajas sobre los roedores de ese cuento -¡por suerte!-. No estoy encerrada en una caja de experimentación y puedo eliminar momentáneamente el estímulo (raro que esta palabrita -"estímulo"- siga teniendo connotación positiva en sí misma aunque comporte, como en este caso, una reacción  negativa: ¡hasta el lenguaje puede resultar injusto, contradictorio y poco confiable! 😡). No descubrí más ventajas, pero son las suficientes para recuperar mi sentido de libre albedrío!

   A pesar de todo lo dicho, no todo es tan negro o gris. También estas reacciones psicosomáticas tienen su versión positiva: hay voces amadas; otras, inspiradoras. Cuando las voces amadas son reales aún, es una alegría para el corazón escucharlas, lo que se transforma en añoranza cuando ya no están. En estos casos, la mejor alternativa para recuperarlas es recurriendo a una grabación, si se tiene. Si no es así, la memoria será el único "soporte" hasta que falle, ojalá lo más tarde posible. 

    Las voces inspiradoras son un fenómeno especial. A veces son un don natural; otras, aprendido -por lo tanto no es don-. La cultura grecolatina le asignó la categoría de arte a la Oratoria. Se transformó en un aprendizaje deseado para los jóvenes de la élite si se quería contar con una educación digna de su clase que les permitiera prestigio y poder político. Para ello, la voz debía ser educada pues era -y sigue siéndolo- el principal instrumento para persuadir (emociones) y convencer (razones) y, de esta manera, lograr el propósito de la comunicación. La elocuencia también tiene aquí un papel protagónico. La voz es el instrumento, pero lo que esta voz diga -contenido- es lo que completa el cuadro de un buen orador... ¡Uff! Parece que me fui más allá de lo que esperaba, pero retrocedo un poco. A ver... Esas voces inspiradoras habitualmente son "aprovechadas" -potenciadas y usadas- por sus poseedores, desde un comunicador de medios, pasando por un hipnotizador, un actor, un cantante, un líder religioso, un político (no Jaime Naranjo precisamente) hasta un Fidel Castro, un Hitler o un Martin Luther King (perdón Sr. King  por ubicarlo en tales compañías). Personalmente no me he sentido "atrapada" por ninguna de estas voces, salvo la de un buen actor o de un cantante. Son las voces amadas las más cercanas a mi vida.

    Acabo de "escuchar" el llamado de la voz del deber, en muchas ocasiones impertinente y poco grata al oído pero necesaria. Debo abocarme a otras tareas, por lo que con una voz que va diluyéndose en el espacio les digo "hasta proooonnntoooooo!

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