martes, 22 de diciembre de 2020

Demasiada felicidad...

 


¡La felicidad!... Esa aspiración tan sentida de toda la especie humana que, para unos, se alcanza con lo básico material, para otros, sólo es posible con abundante respaldo financiero. El hada de los sueños tiene un trabajo brutal con nosotros, pues los anhelos son infinitos y variadísimos. Todo depende, además, del escenario en que a cada uno le corresponda vivir, con sus especificidades de lugar, época, edad y otras.

 En la expresión "demasiada felicidad", el término "demasiada" conlleva en sí  mismo una connotación  negativa, es un adjetivo poco adecuado a un sustantivo tan positivo. Lleva a preguntarse ¿si habrá momentos en nuestras vidas en que nuestra felicidad sea demasiada? Debiera estar claro que no es lo mismo decir "soy muy feliz" a decir "soy demasiado  feliz". A quien le parezca similar, debo decirle que está equivocado/a, porque si bien ambos vocablos apuntan a una gran o mayor intensidad, en el caso de "demasiado/a", esa intensidad tiene implícita la idea de 'exceso', lo que aporta el sentido negativo, situación que no sucede con "muy". 

   Sin embargo, estaría  bien usado el adjetivo si la felicidad sentida y vivida conlleva la sensación de sospecha de males futuros. Sucede que estamos tan poco acostumbrados a ser felices sin ninguna 'nube' en el diáfano azul de la felicidad, que empezamos a dudar si acaso ese momento o tiempo de plenitud máxima, no se cobrará  con creces más  adelante el privilegio de aquellos momentos. Y cuando caemos en la actitud supersticiosa o en la de sentirnos culpables de ser felices,  adiós  felicidad completa. No estamos habituados a la felicidad total y no nos falta razón: ésta no puede ser permanente, porque es un estado anímico.  Y éste - el estado anímico- es variable.    

   En Todo lo que cabe en los bolsillos  (de Eva Weaver, escritora alemana) a Mika, Ellie, Hanna y cientos de niños les bastaba para ser felices un trozo de pan duro, una palabra cariñosa, la posibilidad de evadirse de su realidad a través  de una función  de marionetas, que además de sacarlos de la miseria, les hacía olvidar el hambre, alimentándolos de sueños y esperanzas en un mundo mejor. Claro que esa felicidad se transformó en "demasiada", en una mirada retrospectiva,  cuando se inició la evacuación masiva de los habitantes confinados en el Ghetto de Varsovia hacia Trebinkla, último  destino de miles de vidas que, además de haber sido desplazados, expoliados, humillados, presos, reducidos a una vida mínima, sin salud, sin alimentos, sin protección ni abrigo, fueron finalmente llevados a morir en vagones de ganado hasta los hornos del Tercer Reich, la "solución final de la cuestión judía". 

Lo mismo pasó  con Max al finalizar la guerra: de la postura de dominancia absoluta y superior, pasa a vivir, con miles de compañeros de armas,  las penurias de los vencidos en territorio siberiano: el hambre, el frío, el trabajo forzado, la muerte cotidiana y, más adelante, la angustia de la fuga y del regreso, casi tan extenso como el de Ulises a Ítaca.    

    En el libro Demasiada Felicidad de Alice Munro (escritora canadiense laureada con el Nobel el año 2013), un cuento da nombre a esta colección de interesantes relatos, cuyos protagonistas son principalmente mujeres (característica de la narrativa de la escritora). Siendo poco aficionada a la lectura de cuentos (ficticios y reales, 😅), no puedo dejar de mencionar la capacidad de lograr un resultado extraordinario, atractivo y completo en pocas páginas.  

   Volviendo al primer texto, no deja de ser interesante realizar el ejercicio de pensar qué elegiría uno llevar consigo si sólo tuviera unos bolsillos para contener lo más preciado de su vida. ¿Dinero, joyas, un libro, un pañuelo, un objeto de poco valor objetivo pero cargado de afecto? Les dejo la tarea. Hasta pronto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario