miércoles, 30 de diciembre de 2020

Amaneceres...


 

  Uno no siempre tiene la suerte o el privilegio de gozar de amaneceres especiales, que se puedan compartir, claro. Cuando hace un par de días, por, tal vez vigésima vez, escuchaba el trinar de las aves a metros de mis ventanas, me ordené  levantarme y plasmar ese momento tan especial y es así  como grabé por unos instantes el canto de esos invisibles y pequeños seres alados, que se han instalado, al parecer a vivir en los árboles de los jardines durante este año, al estilo okupa. Son mis primeros despertadores, ya a partir de las 5 de la mañana, siempre que deje las ventanas abiertas o entornadas, lo que ha sido frecuente en estas calurosas noches estivales. Es una más de las maneras en que la vida natural se ha estado haciendo presente durante este año, que nos lleva a pensar en lo poco que la valoramos cuando nuestra actividad es "normal". Hasta mi jardín  pareciera haber "sufrido"
(felizmente para mí) algunos cambios de eje y órbita: una bugambilia con dos floraciones este año, una caída de hojas casi otoñal en noviembre-diciembre, una exuberante explosión de flores, todo lo cual me ha traído alegría y entusiasmo.
  Hay otros amaneceres extraordinarios e inolvidables en mi vida, como también algunos para enterrar en el centro de la Tierra, donde, ojalá, no haya una falla geológica, por si acaso. Amaneceres vibrantes, ansiados, maravillosos. 
   
   De mi infancia no recuerdo amaneceres específicos, pero sí tengo muy presentes en mi memoria emotiva aquellos que eran la antesala a un paseo familiar, a algún acontecimiento escolar importante, a alguna celebración especial en casa. Eran días en que, a veces, ansiaba escuchar a algún adulto levantarse, para tener la anuencia a mi actitud madrugadora. Eran días en que cada minuto parecía transcurrir más lentameeenntee que en días anteriores. La noche, con desvelo incluido, se transformaba en una condena a cadena perpetua. 
   (Esa misma "cadena perpetua" viví  una noche, mientras era universitaria, en uno de los Internados Femeninos de la UACh,  en una jornada nocturna posterior al 11 de septiembre de 1973. Éramos  pocas las que en esos días pernoctábamos en las dependencias y ante el temor del ingreso de furtivos allanadores, además de juntarnos todas en un solo dormitorio, no "pegamos ojo esa jornada" porque ya parecíamos ver que alguien entraba violentamente a la habitación, a pesar de la mesa y otros muebles que habíamos ubicado tras la puerta. Fue una noche interminable y de terror, con el sonido del disparo de ametralladoras a la distancia, pero sin otros intrusos más que los que poblaban nuestra imaginación psicoseada). 
   En más de uno de mis viajes al sur, de ida o regreso, he observado algún amanecer esplendoroso, así como alguno con casi toda la lluvia restante del diluvio universal o la niebla de la Laguna Estigia, amaneceres que no siempre se pueden disfrutar a cabalidad por la habitual suciedad de los cristales y el desplazamiento del vehículo. Porque allí está la clave de los amaneceres maravillosos: que se disfruten en silencio, sin interferencias y con mucha calma. Si a ello se le agrega alguna particularidad propia del lugar el goce es más intenso.
   
  Recuerdo amaneceres en el sur, estando de campamento a orillas del Lago Ranco
(en el balneario de Coique, Futrono). Silenciosos, frescos, revitalizadores, coronados en más de una ocasión con un buen baño matutino en las serenas aguas sureñas. También los hubo abrumadores, debo reconocerlo, y muchos, en que la lluvia
impidió o deslució más de un proyecto de salida o de otra actividad, mientras el frío invadía  el cuerpo. El año 2006, antes de abandonar la región para venirnos a vivir a Rancagua, me di el placer de un atardecer y amanecer especiales: a orillas del Lago Ranco, en la localidad de Puerto Nuevo (lugar de mi nacimiento), desde el interior del Hotel del lugar, donde pernocté una noche. ¡Fue un deseo infantil cumplido! 
   En San Pedro de Atacama he podido disfrutar de amaneceres extraordinarios, muy helados en temperatura pero que entibian el alma. Ver asomar el sol en el desierto, tras una colina o montaña, entre un par de volcanes, sobre una laguna altiplánica o alumbrando el campo de los Geisers del Tatio, es impagable. Son experiencias y momentos  que no cansan si se repiten. 
 
   En
Egipto y Grecia  viví unos amaneceres  espectaculares hace un año, tal vez de los mejores de mi vida (que no es breve, debo agregar), cuando estando en la ciudad de Luxor, madrugamos para luego dirigirnos a las afueras de ella y disfrutar del privilegio de subirnos a un Globo Aerostático y, además de observar el sol de la mañana, vivenciar durante algo más de media hora el sobrevuelo de la ciudad y sus alrededores, a dos mil quinientos metros de altura en ese artefacto extraordinario. Emoción, libertad, gratitud a la vida por todo aquello.
 
   El viaje desde
Aswan hasta el Lago Nasser (artificial) nos llevó hasta el sitio arqueológico conocido como Abu Simbel, donde se erigen los Templos en honor a Ramses II y a Nefertari, lo cual implicó hacer el recorrido durante la noche con el fin de llegar antes de la salida del sol. 
 
   ¿Cuál  era el sentido de aquello? Pues, que además de que el sol hace su aparición en la otra orilla del lago, sus rayos van alumbrando paulatinamente la entrada del Templo de Ramsés II y las gigantescas estatuas sedentes
(de 20 m. de altura) ubicadas en su fachada, así  como las estatuas más pequeñas erigidas al interior del monumento. Es un amanecer mágico, debido tanto al bello entorno como a su significado espiritual, arqueológico, histórico y patrimonial, con sobradas razones.
 
   (Para quien no lo sepa -yo lo ignoraba antes de viajar allá-, estos templos y otros de la cultura Nubia, fueron trasladados de su lugar originario para preservarlos de su destrucción que, sin duda, habrían  provocado  en ellos las aguas de la Presa de Aswan construida con el fin de canalizar y controlar las aguas del Río Nilo en sus subidas y desbordamientos anuales. De ese trabajo de ingeniería surgieron las Presas y el Lago Nasser. Una campaña internacional, tanto científica como técnica y económica, hizo posible el traslado de los templos a este lugar y otros, piedra por piedra. Agrego que el Templo en la Isla Filhae también hubo que trasladarlo al quedar sumergido; se le llevó a un islote cercano a Aswan, mientras que, entre las donaciones egipcias a los países que ayudaron en este rescate arqueológico, se encuentra el hermoso Templo de Debod ubicado en la ciudad de Madrid, que, sin ser monumental de tamaño, es bellísimo en sí  mismo y en su entorno).
   
   El otro amanecer  digno de mi Guinness personal es el disfrutado en el viaje en Crucero desde
Atenas con destino a las islas Hydra, Phoros y Aegina o Egina. El amanecer se nos regaló en todo su esplendor antes de iniciar la navegación, el que aproveché  de disfrutar en cubierta a pesar del frío ambiente. A propósito de amaneceres en el mar, recuerdo el regreso desde Patras (Grecia) hasta el Puerto de Ancona (Italia) al interior de un 🚢 transbordador en que el amanecer se vio hermoso, pero poco posible de apreciar por el viento casi huracanado del Adriático.  
   Miles de amaneceres tiene una vida, ojalá mayoritariamente felices y sin angustias. Sabemos que no es así. Sin embargo, de entre los amaneceres para olvidar por lo terribles o para no recordar por lo insulsos, siempre habrán algunos extraordinarios, por su belleza natural, por la compañía, por constituir el inicio de un momento o etapa fundamental de nuestras vidas. A ésos hay que recurrir cuando el alma se torna oscura y pesada. Son los mejores reconstituyentes. Hasta pronto. 
   

sábado, 26 de diciembre de 2020

Viajes...

  

  La emoción  de viajar y conocer es lo que he echado de menos en estos casi diez meses de cuarentenas, toques de queda, cuidados extraordinarios con mascarillas y distancias físicas, anclados en el mismo puerto como esperando el desguace o la restauración, ya casi víctimas de olvido y del desamor. Caminar por la arena, respirar aire marino, cansarme bajo el sol, ansiar un sorbo de agua helada o una buena ducha luego de una caminata de reconocimiento o una excursión con todas sus letras. 

 La emoción de contemplar construcciones milenarias, bastas o delicadas, religiosas o civiles, prácticas o artísticas, da lo mismo. Tocar la piedra, observar las ruinas, caminar por caminos hollados por miles de seres antes que uno, contemplar la creatividad y la capacidad humanas para erigir un edificio, un monumento, un puente, con sentido, dejando la impronta de su quehacer en una tarea bien hecha, que sólo el tiempo, la naturaleza y otros hombres han destruido o intentado hacerlo sin lograrlo del todo, por suerte.    

   Esa emoción  es la que plasma en su diario de viajes Javier Reverte, escritor y periodista español, bajo el nombre de Un otoño romano, gracias al cual volví a recorrer las calles de la ciudad eterna, esta vez acompañada de interesantes datos históricos, artísticos, anecdóticos, en un ameno y entretenido relato y estilo. Aprendí de clima, de aves, de la gastronomía típica, de entretelones históricos, así como de una larga lista de obras del arte pictórico, escultórico y arquitectónico existentes en suelo romano, como de la opinión de grandes de las letras que visitaron y se sintieron fascinados  por la ciudad, como Goethe, Stendhal, Dickens, Gogol y muchos otros.     

   No todo lo que recorrió y describió Reverte tuve la suerte de conocer en mi visita, sólo de tres días en comparación a los tres meses del escritor. Lo interesante fue que enriqueció mi mirada y me preparó  para una nueva visita, más acuciosa y completa. Junto a la lectura de su diario debí revisar en varias ocasiones internet para visualizar plazas, monumentos, pinturas y esculturas descritos, y apreciar en su total dimensión el alcance de sus observaciones y comentarios. Se transformó  en el mejor de los guías  personalizados que he tenido.   

   Alguien puede llegar a pensar que la actitud de uno al hablar de emociones ante unas ruinas pueda ser una pose, un deseo de seguir una moda, una impostura. Sin embargo, y hablo por mí, no me he sentido fingiendo cuando expreso la emoción y el sobrecogimiento que me han invadido (frío, latidos más rápidos, un nudo en la garganta, deseos de llorar) al conocer diferentes monumentos históricos, como, por ejemplo, el Coliseo Romano y recorrer su interior y estar allí mismo donde hace 1940 años estuvieron miles de romanos inaugurándolo con juegos que duraron 100 días, bajo el imperio de Tito, aunque fuera Vespasiano, su padre, quien echó a andar el proyecto. 

 Recorrer todo el Foro Romano, pasar bajo el Arco de Tito, ver los restos del Rostra, ese púlpito en medio del Foro desde el cual políticos y autoridades se dirigían o arengaban al pueblo de Roma. Cómo  no emocionarme al vislumbrar la ubicación  de la Roca Tarpeya, desde  donde se lanzaba a los condenados a muerte, sin que aquello me haga merecedora de algún rasgo psicopático. O ver los vestigios -escasos- de la existencia del Templo que, en honor a su hija Julia, muerta al dar a luz, mandara a construir Julio César, o las paredes que aún se alzan contra el cielo del Palacio de Tíberio en lo alto del Monte Palatino o, frente a él, los terrenos donde estuvo asentado el Circo Máximo, del que se conserva aún parte de sus carceres.   

   O, también, al mirar el cauce del Tíber y saber de su existencia milenaria, aunque en la actualidad no tenga mucha belleza por el sospechoso color verdoso de sus aguas, claramente insalubres y caldo de cultivo de míriadas de insectos picadores, de los que fui víctima  en mi recorrido  por el paseo que sigue su recorrido. Cómo no impresionarme ante el Panteón de Agripa, el famoso y leal lugarteniente del emperador Augusto y otros numerosos restos y obras conmemorativas de una época gloriosa en que Roma fue, según sus ciudadanos, el centro del mundo, mientras el Mediterráneo lo transformaban en un mar de propiedad imperial.  Seguro no pensarán lo mismo los descendientes de los pueblos sojuzgados, vencidos y/o aniquilados, pero así  es la historia de la Humanidad, un continuo intercambio de poderes, un verdadera rueda de la fortuna, con la existencia permanente tanto de vencedores y vencidos, de conquistas y victorias, como de derrotas y caídas definitivas. 

   Un otoño romano, relato que me devolvió gratas e intensas sensaciones, casi dormidas en estos meses de poca actividad viajera. 

martes, 22 de diciembre de 2020

Demasiada felicidad...

 


¡La felicidad!... Esa aspiración tan sentida de toda la especie humana que, para unos, se alcanza con lo básico material, para otros, sólo es posible con abundante respaldo financiero. El hada de los sueños tiene un trabajo brutal con nosotros, pues los anhelos son infinitos y variadísimos. Todo depende, además, del escenario en que a cada uno le corresponda vivir, con sus especificidades de lugar, época, edad y otras.

 En la expresión "demasiada felicidad", el término "demasiada" conlleva en sí  mismo una connotación  negativa, es un adjetivo poco adecuado a un sustantivo tan positivo. Lleva a preguntarse ¿si habrá momentos en nuestras vidas en que nuestra felicidad sea demasiada? Debiera estar claro que no es lo mismo decir "soy muy feliz" a decir "soy demasiado  feliz". A quien le parezca similar, debo decirle que está equivocado/a, porque si bien ambos vocablos apuntan a una gran o mayor intensidad, en el caso de "demasiado/a", esa intensidad tiene implícita la idea de 'exceso', lo que aporta el sentido negativo, situación que no sucede con "muy". 

   Sin embargo, estaría  bien usado el adjetivo si la felicidad sentida y vivida conlleva la sensación de sospecha de males futuros. Sucede que estamos tan poco acostumbrados a ser felices sin ninguna 'nube' en el diáfano azul de la felicidad, que empezamos a dudar si acaso ese momento o tiempo de plenitud máxima, no se cobrará  con creces más  adelante el privilegio de aquellos momentos. Y cuando caemos en la actitud supersticiosa o en la de sentirnos culpables de ser felices,  adiós  felicidad completa. No estamos habituados a la felicidad total y no nos falta razón: ésta no puede ser permanente, porque es un estado anímico.  Y éste - el estado anímico- es variable.    

   En Todo lo que cabe en los bolsillos  (de Eva Weaver, escritora alemana) a Mika, Ellie, Hanna y cientos de niños les bastaba para ser felices un trozo de pan duro, una palabra cariñosa, la posibilidad de evadirse de su realidad a través  de una función  de marionetas, que además de sacarlos de la miseria, les hacía olvidar el hambre, alimentándolos de sueños y esperanzas en un mundo mejor. Claro que esa felicidad se transformó en "demasiada", en una mirada retrospectiva,  cuando se inició la evacuación masiva de los habitantes confinados en el Ghetto de Varsovia hacia Trebinkla, último  destino de miles de vidas que, además de haber sido desplazados, expoliados, humillados, presos, reducidos a una vida mínima, sin salud, sin alimentos, sin protección ni abrigo, fueron finalmente llevados a morir en vagones de ganado hasta los hornos del Tercer Reich, la "solución final de la cuestión judía". 

Lo mismo pasó  con Max al finalizar la guerra: de la postura de dominancia absoluta y superior, pasa a vivir, con miles de compañeros de armas,  las penurias de los vencidos en territorio siberiano: el hambre, el frío, el trabajo forzado, la muerte cotidiana y, más adelante, la angustia de la fuga y del regreso, casi tan extenso como el de Ulises a Ítaca.    

    En el libro Demasiada Felicidad de Alice Munro (escritora canadiense laureada con el Nobel el año 2013), un cuento da nombre a esta colección de interesantes relatos, cuyos protagonistas son principalmente mujeres (característica de la narrativa de la escritora). Siendo poco aficionada a la lectura de cuentos (ficticios y reales, 😅), no puedo dejar de mencionar la capacidad de lograr un resultado extraordinario, atractivo y completo en pocas páginas.  

   Volviendo al primer texto, no deja de ser interesante realizar el ejercicio de pensar qué elegiría uno llevar consigo si sólo tuviera unos bolsillos para contener lo más preciado de su vida. ¿Dinero, joyas, un libro, un pañuelo, un objeto de poco valor objetivo pero cargado de afecto? Les dejo la tarea. Hasta pronto. 

sábado, 19 de diciembre de 2020

Muchas vidas...

   

  Debo confesarles algo, tal vez incomprensible para algunos, pero sé que no para todos. Adelanto que no es nada sórdido ni sicalíptico, no sé si entretenido. Creo que sí algo extraño y tal vez sospechoso, imagino. No se preocupen, no se sientan culpables de leer estas letras con extrañeza. Desde ya, los exonero, aunque esto no les importe lo más  mínimo.

 Después de esta casi críptica introducción paso a lo anunciado, mi confesión,  que más que aquello es una puesta en palabras que hasta hace unos minutos yo misma desconocía, viviendo mis múltiples vidas sin tomar conciencia de aquello. Sí, es verdad. Poseo multiplicidad de existencias, en distintas épocas, lugares y en diferentes etapas de desarrollo.  ¿Les parece algo loca esta afirmación? Si piensan que sí, debo darles la razón. A mí también me lo parece.   

   Antes de continuar, debo aclarar que tengo una vida principal, que es la  que comparto en lo temporal con ustedes, existencia casi detenida y congelada en estos últimos diez meses, que no ha sido fácil pero que ha servido para desarrollar otros aspectos...y otras vidas, que van desde tiempos prehistóricos hasta un futuro lejano. No es reencarnación ni nada parecido. Tampoco, personalidad múltiple. Aquí  actúo como todos los locos, asegurando que no lo estoy, 😁

   Me di cuenta de esta situación  cuando perdí la noción de mi existencia dominante. Porque ésa es otra característica: esta vida, la principal, siempre está de fondo aunque yo ande vagabundeando por otros lares y períodos. Decía que tomé conciencia de esta multiplicidad cuando me sentí perdida donde estaba. No reconocí ipso facto el lugar y desconocía la hora y el día. Para que conste, no estaba durmiendo ni aletargada. No obstante, respiré aliviada al asomar a  un lugar que me pareció seguro, luego de estar huyendo de mis perseguidores que no eran cariñosos, precisamente.  ¡Uff! Si supieran lo feliz que me sentí al "despertar" en esta vida contemporánea, con espacio suficiente para vivir, con lo básico  a mano, con música 🎶 de fondo y toda la tranquilidad necesaria...¡Ah! y sin peligro, al menos cercano y evidente. 

   Las vidas que más me gustan -de las que recuerdo- son las en que no sólo me siento joven y bella, sino que lo soy y, además, amada. Éstas, duran lo suficiente como para degustarlas, pero no lo bastante para permanecer, porque en ellas mi voluntad no cuenta.  Estoy ceñida y obligada al libreto que otra voluntad estableció para mí. Aquello me desespera en ocasiones. Es muy duro dejar al amor de mi vida -de aquella vida- y a mis hijos, uno dos o tres, según  el "creador". Sin embargo, mientras más vidas vivo, más sabiduría parezco adquirir.  Me resigno y asumo, pues ya sé que habrá alguna otra feliz más  adelante. Incluso, en ocasiones, las menos, mis vidas han sido muy parecidas a la principal...y me he sentido feliz... 

   Las otras que me agradan a morir, son las en que viajo en tren o en alguna embarcación por lugares desconocidos para mi vida central. No reconozco los lugares pero los paisajes resultan maravillosos. La gente que he visto en aquellas vidas es de todo tipo: divertida y entusiasta pero también la hay fría y distante, incluso con violencia contenida en algunos casos. He respirado más tranquila cuando he podido alejarme de ese lugar y de esas personas (más de alguna debe captar que no pertenezco y de allí su actitud). En cambio, las que menos me agradan son aquellas en que me siento perseguida, acosada y futura víctima de una vida malvada (que las hay y muchas). En aquellos casos aplico un refrán muy conocido y práctico -aunque cobarde-, que dice que "soldado que arranca sirve para dos guerras". Es cierto que me gusta la aventura, pero sin terrores, horrores ni angustias. Prefiero desertar y vuelvo a mi vida principal, donde procedo a buscar en el mapa de las vidas otra más amable y divertida.  

   Más de alguna me ha sorprendido, no por su belleza o rasgos humorísticos, sino por el sinsentido y la inercia en que se vive. Es gente que se arrastra por su existencia, que carece de fuerza y de brújula, que vive el día a día nada más que porque se despierta. Es desgastador estar allí y una carga innecesaria. Habitualmente estas vidas están asociadas a las lacras sociales: la pobreza, la droga, el alcohol, la locura, la guerra, así como el desamor casi absoluto de los que todo tienen y que ya nada les motiva.  

    Las hay también con un aire de magia, de la buena, de la que no necesita abracadabras ni pases esotéricos para brindarte buenas vibras y fuerza, donde más de un elemento está pleno de significado y fuerza; a veces, es un lugar; otras, un objeto; en ocasiones, un rito personal. En Mujeres de Agua es un paraguas rojo 🌂☂, que protege no sólo de la lluvia, sino también -y lo más importante- del dolor, del desamor, de las malas intenciones de los demás. Lo triste es que no siempre es infalible. Yo no lo supe hasta hace poco, pero como ya tengo un paraguas lila o morado, me basta con él, toda vez que, además de un regalo, contiene el cielo con algunas nubes en su interior. ¡Qué mejor!

sábado, 12 de diciembre de 2020

Reparación...

 

 Reparar no es fácil -al contrario-, pues se trata de devolver a un objeto (cuando es un objeto) la imagen existente anterior al daño o a su funcionalidad interrumpida. Para lograr aquello no basta con la buena intención, se requiere habilidad. Por ejemplo, para zurcir una prenda (una actividad casi extinta), para desarmar y volver a armar en el caso de un zapatero remendón (otra tarea en retroceso) o de un relojero, para desclavar y volver a clavar (carpintero), etc. Una historia más compleja plantea reparar un artefacto mecánico, eléctrico o electrónico. Allí, los reparadores son especialistas, porque se requiere conocimiento específico y mucha práctica para devolver la operatividad a una máquina, a un electrodoméstico,  a un pc o celular.    

  No está de más decir que entre los reparadores, además de haber personas verdaderamente talentosas, también hay farsantes y chantas, merecedores de la más absoluta reprobación, especialmente cuando habiendo podido decir "no puedo", "creo que no soy o no seré capaz", prometen o se comprometen, con o sin contrato, a realizar una tarea para la que no están capacitados. Me viene a la memoria un par de restauradores de pinturas famosas cuyo trabajo fue un verdadero desastre, causando la estupefacción e hilaridad mundial. No es malo reírse luego de observar tales adefesios, pero lo terrible es que la obra original fue destruida y terminó "pagando Moya".

   Todos, alguna vez, hacemos de reparadores, empujados por diversas razones. En ocasiones, por una necesidad imperiosa;  en otras, por tacañería o por curiosidad. Y ya la primera vez que lo haces te queda claro si tienes "pasta" de reparador o simple y definitivamente no tienes "dedos para el piano" y obligatoriamente deberás  buscar un  especialista, que, más encima, deberá arreglar el desaguisado que tú dejaste por tu falta de oficio. Sé de más de alguien que al rearmar un aparato hasta le han sobrado piezas, 😂 

  Hay otras reparaciones que uno emprende por cariño cuando un objeto querido se rompe y no quieres desecharlo por su valor sentimental. Cuando niños, en la casa familiar adquirió inusitada fama una jarra de cerámica verde el año 1960. Esta jarra estaba sobre un mueble cuando ocurrió  el Megaterremoto, debido al cual cayó del mueble permaneciendo incólume  a pesar de la altura de la caída.  No fue milagro ni azar, simplemente fue un fenómeno  físico: la jarra estaba llena de agua y aquello (no puedo explicarlo porque hasta allí  llegan mis conocimientos  científicos; si veo a Newton le preguntaré y les cuento) impidió  que se quebrara. Por tanto, la famosa jarra se guardó con bastante cuidado de allí en adelante, como ejemplo de supervivencia. Vivió feliz por casi 50 años (la jarra) hasta que yo le puse el ojo encima y se la pedí a mi madre. Ella accedió a heredármela y ya estaba tranquila y adaptada a su nuevo hábitat (la jarra) cuando sobrevino el Terremoto del 2010. Esta vez estaba a muy baja altura -ya no era tan joven- (la jarra) en un mueble de la cocina que se movió como coctelera. No tenía  agua (ya estaba jubilada para los menesteres domésticos, la jarra) y aquello fue su perdición  (como para que después  nieguen la importancia vital del H2O). Cuando acudí al rescate, ya estaba hecha trizas, junto a otros congéneres (platos, tazas). Guardé sus trozos, pero en todo el maremágnum de vajilla, copas,  floreros  y demases  objetos quebrados, no me di cuenta que más de un trozo se fue al basurero. Cuando tiempo después emprendí la tarea de restauración, ésta (la tarea y también la jarra) quedó inconclusa, casi como pieza de museo. A pesar de ello, se ve hermosa.

   En la misma ocasión, varios ejemplares de mi colección  de pequeñas máscaras de cerámica  cayeron y se quebraron. No las quise guardar para reparar  más  adelante, a excepción  de una de las más grandes, que se partió en dos. Por allí quedó  olvidada, silenciosa, hasta que, pasados unos años, reclamó sentido. Sucede que el año 2014, un periodista y fotógrafo santiaguino pidió mi colaboración para un proyecto, consistente en publicar un libro con fotografías e historias de mujeres víctimas de femicidio. El libro, que vio la luz a fines de 2015, incluía 8 fotografías de la historia de mi querida Mirella. Creo que fue al año después cuando la máscara rota cobró vida y significado, y pasó a instalarse en la portada del libro A-mor, como símbolo de todas esas mujeres rotas para siempre por quienes juraron alguna vez amarlas. 

   En todos los casos anteriores, el acto de reparación no involucra concretamente un armazón de huesos, carne y piel. Cuando sí lo hace, el proceso es mucho más complejo e involucra a la vida y a la muerte en su constante lucha. Los especialistas son dignos de admiración y agradecimiento. Cierto es que no siempre el éxito está asegurado porque el "material" con el que se "trabaja", lamentablemente, en ocasiones, no puede ser reparado completamente o simplemente el daño es excesivo. Pero no basta con la reparación física, que ya es un gran logro, sino que se debe agregar un proceso de autorreparación, de cuyos resultados no siempre se puede dar fe pues su sustento está en la fuerza de voluntad y en otros componentes valóricos fundamentales de los "reparados", que no todos poseen en la medida que se necesita. Se alcance a plenitud o no, es un largo camino, generalmente. 

  De lo anterior se deduce que las reparaciones más difíciles son las del "alma", pero no sólo las que yo debo emprender conmigo misma, sino que las que debe hacer "el otro" o "los otros" hacia una o más  personas, después de una guerra, de una dictadura, de una masacre, en que ha habido voluntad humana para dañar a quienes piensan distinto, ya sea por el poder, por autodefensa o a causa de los "ideales". Muchas de las víctimas directas no tienen ninguna posibilidad de reparación: han sido eliminadas, fusiladas, asesinadas, desaparecidas... Las que sobreviven y han sufrido prisión, maltrato, tortura, destierro, desplazamiento, ¿cómo se recomponen?, ¿cómo  se rearman para seguir adelante, no por la fuerza de la inercia, sino por la de la vida? Si aquello se lograra por una decisión  y capacidad personal (perdonando, olvidando), ¿será suficiente y será justo?    

  De daños irreparables e injustificados, de dolor injusto e inmerecido, de violencia, muerte y guerra fratricida, pero también de actos bondadosos y reparatorios, aunque sean los menos, nos habla la novela Las tres heridas de la novelista española Paloma Sánchez-Garnica. El título de la obra y toda ella se sostiene sobre unos versos del poeta Miguel Hernández y que constituyen el epígrafe de la novela. Esas tres heridas son las del amor, de la vida y de la muerte, que dan como resultado un relato emotivo, apasionante y también terrible.   

martes, 8 de diciembre de 2020

Austeridad...

   

¡Qué  difícil es ser austero en  estos días!,  especialmente  en la situación presente, en que la tentación de caer en el consumismo es mucho mayor. La adquisición de alimentos, golosinas y objetos diversos se ha transformado en un mecanismo de compensación casi generalizado,  para los que pueden, frente a la contingencia. Y en el caso de los viajeros, como no podemos realizar lo acostumbrado, buscamos alternativas que compensen esta carencia y, los pocos que se salvaban de este vicio moderno, están siendo atrapados  en la vorágine del consumismo. No resulta fácil pasar por los locales y los puestos sin echar la mano al bolsillo para comprar cualquier chuchería, muchas de ellas, innecesarias.

 En estas fechas, ya jugamos con la ilusión de la Navidad, sobre todo ahora que más personas tenemos más  tiempo (no sé si más dinero, al menos no todos), para ir recuperando la ilusión en este pasar de los días con menos sentido, que se han sucedido interminablemente, cuando creíamos que era sólo un par de meses. Es como caminar🚶en el desierto y cuando estamos cansados y sedientos, vemos un espejismo fantástico: la Navidad ya al alcance de la mano.    

   En la atmósfera en que estamos inmersos, sin ver con claridad cuándo podremos recuperar nuestra rutina prepandémica, no resulta fácil abstenerse de comprar esto, lo otro y lo de más  allá.  Los que no tenemos niños a nuestro alrededor, nos hemos transformado en aficionados de la sofisticación, ya sea en el ámbito electrónico o en el gastronómico. En este último he "caído" yo, me confieso. Debiendo reconocer que ya me gustaba cocinar y que mientras estaba en palacio (ahora hay que hablar  en pasado cuando uno recuerda lo que hacía antes del mes de marzo 2020) lo hacía con gusto y dedicación, ahora me he transformado casi en una diletante de sabores de distinto tipo (aclaro que no en todo: en los terrenos de Baco, me he mantenido leal, 😁). He incursionado especialmente en el ámbito  de las especias,  en las variadas formas de preparar algunos productos y en incorporar  otros ingredientes básicos de los que no tenía existencia en la despensa.  El resultado ha sido exitoso, por decir lo menos. Y así  como en el caso de la carrera de las vacunas, diría que el acierto es de un 90%. También he tenido algunos pequeños fracasos o desastres culinarios que no es el caso ventilar, pero nada que haya tenido que enviar a la bolsa basurera.    

   En lo que sí  he pecado (otra vez me confieso) es en las cantidades compradas. La verdad que la falta de austeridad es un problema de familia y de larga data. Tenemos como lema "más vale que sosobre a que fafalte", jajajaja. Ya mi padre aplicaba esta máxima  y cuando iban a la Feria con mi madre volvían cargados, con más  alimentos de lo que podían consumir ellos dos. Mi madre reclamaba pero eran palabras que se llevaba el viento, porque ¡cómo  mi padre iba a desaprovechar alguna oferta tentadora! ¡Imposible! Este mismo gen es el que tengo incorporado a mi adn (y estoy segura que más de uno de mis hermanos y sobrinos también; intenté hacer una encuesta familiar vía wssp, pero como mis familiares son medio parientes del Chino Ríos, no tengo datos completamente fidedignos). La consecuencia  era y es lógica: se cocinaba y comía  más de la cuenta y no faltaba lo que había que enviar a la basura. Y aquello no era ni es un tema menor, porque en nuestra familia se tenía y tiene la arraigada y sana costumbre de no desperdiciar ni desechar alimentos. Vivimos tiempos difíciles en nuestra infancia, que los mayores recordamos bien, y que nos enseñaron  a valorar en mayor medida lo que teníamos. ¡Por suerte!    

    Es así como me he visto, a pesar de mis reticencias, debiendo desechar más de algún  producto o parte de él, porque no me controlé lo suficiente, cayendo en la compra exagerada de algunos alimentos perecibles. No hace mucho, "aprovechando" una oferta, compré 6 grandes zapallos italianos por "luca"  y 5 berenjenas🍆,  porque estaban más  baratas. Imagínense tener al mismo tiempo estos 11 ejemplares frutícolas y utilizarlos en las preparaciones de una sola persona. Me las he visto "verdes" para no terminar con alguno de ellos en el tacho de la basura, en tanto, averiguo e incursiono, a marchas forzadas, en otras formas de preparar los "famosos" zapallos italianos, antes de que su vida útil llegue a su fin. 

   La lógica y los tiempos de "vacas flacas" me dicen que la austeridad es una virtud loable, digna de ser practicada, en todo tiempo y lugar, que probablemente ayude a ingresar al cielo una vez abandone uno este valle de lágrimas, pero mi voluntad y mis inclinaciones demasiado humanas, me dicen lo grato que es darse algunos y variados gustos, mientras un resto de conciencia y la ropa me susurran que también  de los "arrepentidos puede ser el reino de los cielos". Hasta pronto.

lunes, 7 de diciembre de 2020

Inquietud...

  

Estoy inquieta,  aún  no sé por qué 😠😡.  No suele ocurrirme en  estos días. Hace un par de años, la sensación de incomodidad, malestar, poca concentración de la segunda mitad de noviembre era perfectamente entendida y entendible. Sin embargo,  ya estoy en diciembre y, salvo que, como los veranitos de San Juan, se haya desplazado la fecha de este estado amorfo e incierto, no se justifica.  Pensándolo bien, me pregunto, ¿deberían tener alguna razón estos estados de ánimo? Si le consulto a un/a psicólogo/a seguro que me dice que sí. Y es probable que tenga razón. El quehacer externo de cada persona no es mero azar, está compuesto  de lo que se quiere mostrar y de lo que no se puede dejar de mostrar,  lo inmanejable,  al menos en los que funcionamos "normalmente". La verdad es que no logro concentrarme en mi nueva lectura y eso que ya llevo un 41 % de avance. Me resulta inusual e incomprensible hasta ahora. Junto con ello, el sueño me vence a ratos, lo que tampoco es tan habitual. Deberé  seguir dándole vueltas al asunto para encontrar la razón de la sinrazón.  

     La inquietud es ese estado  de intranquilidad  y alarma, de olor a amenaza latente, a incertidumbre que se respira y que desagrada, que no encuentra asiento en algo concreto. Es inasible pero que se sabe presente, aunque su presencia sea incorpórea....

   Han pasado varios días desde que di cuenta de esta situación y, aunque algo ha decantado la bruma, no tengo claridad de lo que sucedió o sigue sucediendo. Lo más probable es que sea nada más (y nada menos) que los efectos de esta  "famosa" Pandemia, que nos tiene  como sobre una montaña rusa, con sus brotes y rebrotes, que parece que va decreciendo y ¡paf!, vuelven a repuntar las cifras, que de la fase 3 retrocedemos y seguimos retrocediendo, o avanzamos y nos quedamos estáticos  por meses. Eso debe ser...simplemente... Es difícil  que el estado de ánimo de alguien que vive solo, por más contacto que tenga con el exterior y la familia a través de las redes, se mantenga incólume en una realidad como ésta, en que todo permanece como en una balanza de platillos o en un balancín o en una cuerda floja. 

   Creo que  tendré  que darme a la tarea de introducir cambios en mi rutina personal. De pronto me viene a la mente la imagen de una persona sentada frente a la ventana, siempre en la misma postura, viendo cómo fuera de los cristales van cambiando los colores de la naturaleza y haciéndose presentes las estaciones del año. Así parecemos haber estado en estos casi diez últimos meses de permanencia obligada en el hogar. Tal vez, para animarse, habría  que pensar en situaciones  más  difíciles aún,  como, por ejemplo, un viaje espacial al planeta Marte o una estadía  en la cárcel, con todos los gastos pagados. Prefiero no pensar en unas vacaciones en un Sanatorio, Casa de reposo o "de larga estadía", como le llaman ahora. Pero aún sería peor imaginarme en un Manicomio, claro que en la actualidad  no deben llamarse así esos lugares, porque es muy "traumático" decir que alguien ha ido a parar allí.   

   Con esas perspectivas en vista, no cabe duda que  prefiero mi presente. Iré a comprar algo rico para cocinar y seguro el ánimo se me elevará  hasta las nubes y, como no veo ninguna en estos 30 grados de temperatura,  deben estar bien altas. ¡Mejor! Lo otro podría ser empezar a grabar mis preparaciones culinarias y transformarme en una youtuber, total, hay tantas y tantos (y tantes, agregarían otres), y de todas las edades... Sí,👌,  tal vez sea ésa  sea una nueva veta que pudiera cultivar, 😂 😂.  Mejor me río de la ridiculez. ¿Se imaginan algo más  patético? Lo digo, porque, como decía  un amigo, hay que ser "rostro" de tv para atreverse a algo así. No se puede pretender ser comunicador si no cumples con los requisitos mínimos. Lo primero, buena presencia. Lo otro a tener en cuenta es que no es lo mismo comunicarse por escrito que en forma oral y, más  encima, improvisar y hacerlo bien obviamente. Y, aunque me pese,  debo reconocer  que mi expresión oral no es tan fluida como quisiera. Hablar bien puedo hacerlo; que lo haga con elocuencia,  sin detenciones y muletillas,  es otra cosa. Y como aquello tiene que ver con mis menores habilidades sociales en pro de una inteligencia y creatividad galopantes, ya estoy en paz con ello. Una cosa por otra : quid pro quo.  ¡Bravo!  Al fin pude usar esta expresión (😂). 

   Luego de escribir toda esta sarta...de ideas, estoy viendo la vida multicolor. ¡Bien por mí! Ahora la gracia es cada cual encuentre la clave para alegrarse el día. Buena suerte en el intento. Hasta pronto.   

domingo, 6 de diciembre de 2020

De todo un poco...

 

   Al descargar un nuevo "container" de lecturas, cuyos ejemplares fueron elegidos casi con la técnica del ene, tene, tú  (algo parecida a la del azar, pero con la diferencia que en esta ocasión miré los títulos y la portada para elegir) me encontré con uno muy curioso...y divertido. Tenía  como título ¡MUUU! y un par de "caras" de vacas en la portada, 😂. ¡Obvio, lo bajé inmediatamente! Ahora les cuento en qué historia me sumergí  una vez comencé a leerlo. 

   ¡Muuu!  del  actual novelista alemán David Safier, es una entretenida historia de una vaca 🐮 llamada Lolle, sus amigas y su "amor", el toro Champion, que escapan de su "casa" (una hacienda donde han vivido toda la vida) al enterarse de que las tierras serán vendidas y todos los animales sacrificados. La ironía  y el humor aparecen a cada momento, mientras van ampliando sus fronteras de conocimiento, que eran escasas debido a que obviamente nunca habían salido a "veranear"(😂). Su sueño es llegar a la India  donde su amigo Giacomo, un gato con aires italianos, les había  informado que no las transformarían en ingrediente de  hamburguesas 🍔 🍔 .  Fácil  de leer, novedosa, con ideas muy "vacunas".  

 El hombre solo de Bernardo Atxaga, español, es una interesante novela,  que me recordó  lecturas más  complejas que las leídas últimamente.  En ella, Carlos,  un ex combatiente de ETA, retirado de las lides ( y que cumplió  sus años en la cárcel) lidia con su tendencia antisocial y se esfuerza por compartir por algunas horas con sus socios y algunos visitantes del hotel, del cual son dueños y en el que residen desde hace unos años. Su gran preocupación en esos días es que aceptó esconder en un sótano bajo la panadería del hotel a un par de extremistas, buscados ampliamente en todo el país. Es el año 1982 y España es sede del Campeonato Mundial de Fútbol ⚽️.  Barcelona  es una de las ciudades protagonistas.  En el hotel se encuentra pernoctando la Selección de Polonia, lo que ha implicado la inconveniente presencia  de policías 👮, lo que mantiene en vilo a Carlos. Decide dar un ultimátum a la organización para que sus "huéspedes" sean retirados a la brevedad. Esos días de espera y preparación de la huida, se transforman en una verdadera lucha contra el Miedo. 

   La novedad de este libro no está  en el argumento,  sino en la lucha individual del personaje con sus voces internas, con el miedo a ser descubierto, con la angustia de soportar el tiempo de espera hasta recuperar la tranquila vida que llevaba antes de asumir aquel compromiso. Su estilo me recordó  a la novela Werther de Goethe y a autores como Sartre y Hesse.  

  Las leyes de la frontera del español y catalán  Javier Cercas. Novela muy atractiva de leer, en la cual el narrador prepara un libro sobre un famoso delincuente Antonio  Gamallo, alias el Zarco, para lo cual entrevista a un importante  abogado de Gerona, Ignacio Cañas, quien fuera en su adolescencia, y por unos meses,  parte de la  banda del Zarco, bajo el alias de "Gafitas". La historia se complementa con lo que relata un policía jubilado, que conoció a los personajes mencionados,  además  de a "La Tere", también integrante de la pandilla del Zarco, de quien se enamorara Gafitas, una de las razones que lo llevó  a integrar la banda.

   La historia da cuenta de una ciudad triste y pobre, saliendo de la dictadura e ingresando al período  de Transición, en que muchos jóvenes adolescentes cayeron en la delincuencia  y en el consumo de drogas, pasando a ser muestra de una realidad sin horizontes claros, desencantada y que necesitaría  años para salir adelante.  En la ciudad del Zarco, el río hacía de frontera entre dos mundos distintos en la década del 70. En la actualidad, esa imagen cambió radicalmente y lo que era el territorio donde la delincuencia  campaba, ahora es el sector más  elegante de la ciudad. ¿Qué  sucedió  con el Zarco, finalmente? ¿Cómo  el Gafitas logró escapar de ese mundo? ¿Qué fue de la Tere? La respuesta a todas estas interrogantes están entre las páginas de la novela.  Muy recomendable.  

  Las voces del futuro de Jordi Sierra,  español  y catalán, asimismo.  Apasionante thriller futurista. Estamos a mediados  del siglo XXI. En Barcelona ha sido asesinado Paul Quentin, el importantísimo creador de Inteligencia Artificial español, con relevancia en el mundo entero. De sus laboratorios han salido ya varias generaciones  de "sintéticos", seres mitad máquinas  y mitad humanos. El principal sospechoso es Zen, un sintético de última generación, secretario particular de Quentin. El protagonista del relato, Héctor  Pons,  abogado maquinista, es contratado  por Zen para que lo defienda de la acusación,  de la cual se declara inocente. Pons, a pesar de tener prácticamente todo en contra de su defendido, decide asumir el caso.

  Dinámico  y apasionante relato, que, al ingrediente de suspenso y misterio, agrega el de ciencia ficción, que entusiasma y entretiene. 

   Una miscelánea de lecturas, estilos y tipos de relatos. Lo principal se los he planteado. A ustedes les toca elegir. La lectura nos lleva a donde queramos, si optamos por esta forma de viaje. Hasta pronto.