miércoles, 29 de mayo de 2019

Dilemas ..

   Este título, que coincide no por casualidad con el nombre de una serial vista (sin el plural), es a  lo que  estamos continuamente enfrentándonos, en mayor o menor medida, durante toda nuestra vida. Precisamente la serial televisiva me ha llevado a la reflexión acerca de los dilemas que he tenido enfrentar en lo personal y/o colectivo. Claro que hablar de dilemas "colectivos"  es,... cómo decirlo..., es... más dudoso. ¿Qué quiero decir con esto? Parece  simple pero no lo es tanto.
    Me explico.
    Al formar parte de un grupo, voluntaria o involuntariamente, ante cualquier dilema  que plantee un decisión compleja (entendiéndose "dilema"  como "situación difícil o comprometida en que hay varias posibilidades de actuación y no se sabe cuál de ellas escoger porque ambas son igualmente buenas o malas") uno debe necesariamente realizar  una evaluación personal que conducirá a optar o plantear una postura coincidente -o no- con otros. Esa solución frente a un dilema "colectivo" mayoritariamente será el  resultado de una pluralidad,  aunque sólo sean dos fuerzas, seguidas por sus respectivos partidarios.    El dilema del líder grupal es doble (si es líder positivo) : debe optar, primero, entre su persona y el grupo; luego, entre las posibilidades "igualmente buenas o malas". Si es líder negativo, ya sabemos cómo enfrentará su decisión. El dilema de los seguidores es distinto, dependiendo de los seguidores. Si son seguidores-ovejas, el cuestionamiento casi pasará por alto, pues se limitarán a continuar el camino que se les indique. Si son seguidores-pensantes (no rumiantes), deberán resolver su propio dilema, dependiendo si son seguidores-pensantes positivos o negativos (y así sigue abriéndose el espectro, casi indefinidamente...)
   Hasta aquí, ha quedado meridianamente claro que los dilemas colectivos son, en el fondo, varios dilemas personales respecto a un mismo tema. Por tanto, son solamente variaciones de estos últimos.
   Volvamos al principio.
    Decía que el programa de TV me condujo a la reflexión y al cuestionamiento, como le sucede a varios de los personajes. En la actualidad me observo con la madurez y fortaleza necesarias para enfrentar los dilemas cotidianos y, especialmente, los extraordinarios (calificados así no en sentido positivo sino porque están  fuera de lo que la vida diaria te presenta). No es difícil, sobre todo cuando el reloj no esclaviza tu vida, ir solucionando las pequeñas disyuntivas de la rutina diaria: levantarte temprano o tarde, qué ropa  vestir, qué cocinar, realizar ésta u otra tarea, escuchar tal o cual música, escribir o leer, comprar o no comprar esto o aquello...o nada, salir a caminar o quedarme en casa, etc. Las soluciones surgen rápidas y claras. Sin embargo,  cuando comienzo a captar el regusto de una inquietud, debo analizar más a conciencia.
    A  los grandes dilemas  no hay que tomarlos a la ligera (además de saber reconocerlos).   Son como los puntos "jumbar": pueden cambiar tu historia, para bien o para mal, según  cómo los resuelvas. Y lo fatal es que no puedes eludirlos, "chutearlos" para adelante,  cerrar los ojos para no verlos o  hacerte la loca... A ver,  seamos claros, claro que puedes hacer lo anterior, pero eso significaría que no decides "tu" vida (¿cuándo en realidad la decidimos?, jaja), que dejarías que las circunstancias, los demás, los acontecimientos, el azar o algún inasible y amoral ser superior lo haga por ti. Loquesea.com (jajaja)...
    Y en mi caso, como ya "me han vivido" lo suficiente, ahora quiero yo vivir mi vida, por tanto, solucionar mis dilemas vitales en plena conciencia, con la distancia y tranquilidad necesarias, para no arrepentirme después. Y si, a pesar de eso, me arrepiento, tendré que asumir las consecuencias y seguir caminando. 
    ¿Cuáles son estos "grandes" dilemas míos?  
  Los mismos  de muchos, que cada cual los resuelve como puede o como le viene en ganas. Por ejemplo, uno, ¿seguir sola o buscar compañía? Primera opción, sin dudarlo. Ya tuve suficientes compañías anodinas unas, nefastas otras.  Dos, ¿estar, sentirme, ser feliz o amargada? La primera alternativa, of course. ¿Cómo hacerlo y serlo? ¡Qué difícil!, pensará más de alguien. No tanto, diría yo. Es una cuestión de actitud: de cómo decides levantarte, de cómo evitas o permites que las estupideces cercanas y ajenas, te afecten, de cómo asumes que la pérdida de lo material se supera y se debe lamentar el tiempo justo (no más), de cómo no haces lo que no quieres hacer y que te desagrada, de cómo valoras tu pequeño reino y lo salvaguardas de las intrusiones, de cómo aceptas y toleras (sólo lo necesario) las manías de los cercanos, de cómo no te involucras en la chimuchina cotidiana que llena la vida de muchos, pero que a ti te deja indiferente, ...En fin, de cómo conservas tu independencia de juicio y acción, sin necesidad de agresividad.
     Esto último (la agresividad), vaya que importante se ha vuelto para mí. No se trata que me haya transformado en un integrante de la familia Gandhi . No le llegó ni a la suela de su sandalia, además que no me "molan" (jajaja) las "grandes" causas (tampoco estoy contra ellas). La pasión es interesante, atractiva y deseada cuando es productiva y no lo contrario. La agresividad es pasión...destructiva, incontenible  o no. He tenido ya la dosis suficiente en mi corta vida.    Ahora y mañana es el tiempo del goce cotidiano, de la alegría tranquila, de la pasión saludable, por lo que ya no hay dilema frente a  aceptarle "cualquier cosa" a los cercanos (amigos y familia). Simplemente no; si yo no daño ni molesto, no tengo por qué aceptar que me dañen  y molesten. ¡¡Eso!!

lunes, 13 de mayo de 2019

Amapolas...

     Soñé con amapolas hace unos días. No sé lo que pueda significar, pues, últimamente, no he visto ni fotografiado a alguna/s de ella/s, pero no importa.   Me encantan esas flores: su delicadeza, su color, su forma. Me parecen las destinatarias ideales de los versos de Góngora: 
      "...Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
        ¿Para vivir tan poco estás lucida, 
        y para no ser nada, estás lozana?".
    Las vi en un sitio eriazo de Coyhaique, hace un par de años, preciosas ellas. 
Encontré una solitaria subiendo hacia el Partenón, en Atenas (yo subía, ella estaba en un sector de la subida, asomándose a la vida, entre valiosas ruinas). Las hubo en el jardín de mi infancia, literalmente hablando. 
  Soñé con amapolas  hace unos días, y decidí traerlas a mi jardín. Logré encontrar semillas, que ya debieran estar germinando en dos jardineras. Estoy a la espera de su aparición, regando a diario la tierra que puse sobre ellas, con el fin de contribuir a su despertar a la vida. Desconozco su desarrollo; sólo sé de su florecer efímero. El tenerlas conmigo me dará la posibilidad de que el paso por su vida vegetal sea menos pasajero de lo que indica mi experiencia, que seguirá siendo fugaz en comparación con las vidas humanas. 
    Seguiré esperando vuestra llegada a la luz, para gozar, luego, de la maravilla del color.
   He tomado conciencia de que me atrae la belleza efímera y natural.  Trato de captarla a través de la cámara,  a ver si logro aprehender su esencia. 
Y en esa misma categoría incorporo a  los vilanos, a las pompas de jabón, a las puestas de sol, al sol reverberando en las olas del mar, al vuelo de una mariposa, libélula o  gaviota sobre el mar, a un arco iris..., también a los aromas...Lástima que estos últimos sean intangibles e invisibles. Seguramente con tecnología es posible "visualizarlos", pero eso es imposible para mi ojo,  demasiado humano. Últimamente me noto más sensible a los olores, como necesitada de sentirlos, casi en el nivel de la adicción un perfume, una varita de  incienso consumiéndose lentamente, los efluvios del alisum cada mañana en el balcón... ¡Mmmmm!
   Pareciera que me estoy re-sumiendo, sintetizando en grado sumo, volviendo elemental, potenciando mis sentidos...Espero no desaparecer de pronto, y que sólo quede de mí un montoncito de cenizas. Si así sucediera, ojalá, al abrir la puerta de entrada, se produzca la suficiente corriente de aire que me permita salir "volando" por las ventanas del balcón. Así podría integrarme a la naturaleza y no terminar en la bolsa de la basura, confundida con el polvo de los muebles.

domingo, 12 de mayo de 2019

Infancia...

    Luego de haber publicado en facebook que el sábado era el día del lavado, con una fotografía de esta tarea realizada hace a lo menos 100 años, incluso en nuestro país, recordé mi infancia,... y, lo que comenzó como broma, se transformó en una poderosa máquina del tiempo que me condujo a mi propio pasado, en años infantiles. 
   En mis primeros años de mi vida no hubo jazmines (aludiendo a Óscar Castro), pero sí muchas hortensias y lilium....En el principio, fue el tiempo de la inconsciencia y de lo básico (comer, llorar, dormir y otras funciones o tareas menos aromáticas). Ya pronto, a pesar de mis rollizas extremidades, llegó el tiempo de desplazarme apoyada a las paredes y a todo mueble cercano, con llanto incluido, por supuesto. Sé que no fui tan presta como mis hermanos (pudiendo ya comparar a la distancia), que di bastante qué hacer a mi madre y seguro, más de alguna vez, colmé su paciencia, especialmente cuando me pegaba a sus faldas para atraer su atención y separarla de todas las tareas cotidianas que ella debía enfrentar, más el cuidado de un hermano un año  menor, que me quitó inmediato protagonismo, el cual duró apenas unos meses (mi protagonismo, obvio, no mi hermano),  pues  ya había un nuevo embarazo. Creo que por eso, la sensación de soledad y abandono han sido parte de mi naturaleza (¡jajaja!)
   Y a propósito del lavado mencionado al comenzar, recuerdo que en época veraniega, mi madre utilizaba una extraordinaria y sabia estrategia para mantenernos entretenidas y seguras (a mí y a mi hermana, mayor 2 años y medio): mientras ella se afanaba en el escobillar, refregar y enjuagar la ropa (desde sábanas a pañuelos, pasando por toda la variedad de prendas de niños y adultos), a nosotras nos asignaba  unos "trapitos" (pedazos de telas rotas) para que "colaboráramos" en la tarea, con la diferencia que nuestros tendederos eran arbustos a nuestro alcance o alguna cerca.
A esas alturas, con 3 ó 4 años, ya estábamos aprendiendo para la vida. Lo malo para mi madre es que, después de esa "sacrificada" labor nuestra, debía proceder a cambiarnos de ropa porque quedábamos tan mojadas como las "pilchas" que habíamos pretendido "lavar". 
   También llega a mi memoria, el o los paseos familares que hacíamos a la playa de Puerto Nuevo (a orillas del Lago Ranco), máximo unos dos en el verano, en que concurría toda la familia, acompañados de una carreta con sus respectivos bueyes, en la que se trasladaban, además de los cabros chicos (nosotros), la alimentación para el día (carne, verduras, carbón, leña), las ollas y enseres correspondientes, y, las camas y frazadas, que recibirían el lavado anual.
La verdad sea dicha, nuestras madres sólo iban a trabajar, aunque también la vida social con sus congéneres esposas de carabineros, les permitía una experiencia distinta y algo más entretenida. Los que realmente gozábamos con estos "paseítos" éramos los niños y los  hombres, que algo ayudaban, pero más descansaban y "celebraban" el día de asueto.
   Luego vino la etapa  escolar y ahí sí que tengo a favor el tiempo. Cual Diego de Almagro, fui una "adelantada" (¡jajaja!). Al ver que mi hermana iba a la escuela y yo no, me "dentró" la angustia y desesperación (o envidia). Yo también quería ir, quería aprender, quería descifrar los parlamentos de las historietas sin depender de otra persona. A este adelanto bien poco pedagógico contribuyó el director de la única escuela, quien apoyó mi ingreso como "oyente", una vez que el clima se tornó más benigno. Cabe señalar que en una localidad rural (y sí que era rural en ese tiempo: no había luz eléctrica ni agua potable, no todas las casas contaban con pozo para extraer el agua del consumo diario) las autoridades las conformaban los representantes del orden y seguridad (carabineros), los guías espirituales (cura y/o pastor ...de almas), los jefes de servicios públicos (profesores) y los terratenientes más relevantes.  
   Así que, volviendo a mi personita de 5 años a la fecha, apoyada por una de las autoridades del lugar, pude acceder a las aulas de una escuela antes de lo que estipulaba la normativa (bastante elástica en esos tiempos...y también en los actuales). Claro que, a pesar que el director debiera haber sido el "experto" en el ámbito pedagógico, resultó ser un fiasco en mi caso, pues me incorporó a un segundo básico (su curso y eso estaba bien), pero no con "atención diferenciada", sino con las mismas obligaciones que los de segundo ....¡¡¡y yo no sabía leer ni sumar!!!!   Fue un verdadero  sufrimiento, que , por suerte, no se transformó en "fobia escolar". Debía resolver sumas y restas de tarea, sin conocer los números, así que la experiencia  no debió durar mucho. La verdad, no lo recuerdo. Sí tengo la imagen angustiosa de estar copiando en mi cuaderno las tareas de sumas y restas, sin entender cómo se resolvían. Me parece que esto fue lo más angustioso de mi infancia, aunque  parece haber sido borrada y superada con creces por lo vivido durante el Terremoto de 1960. De esto puedo colegir, que el terremoto me salvó de fobias (chiste cruel). 
 En general, nuestra infancia fue mágica, reitero. Si quisiera seleccionar imágenes que representen cabalmente este mundo de plena felicidad e ignorancia, elegiría las tardes de verano encaramados en los árboles comiendo fruta y jugando, más los safaris emprendidos para cazar mariposas y saltamontes
(las primeras, pasaban a formar parte de preciados insectarios artesanales y, los segundos, se transformaban en las víctimas de nuestros más oscuros instintos, a los que sumergíamos en el agua de la artesa y poco a poco le íbamos quitando extremidades,  como si deshojáramos una margarita, me quiere,  mucho, poquito,... ¡qué malvados! Unos verdaderos aprendices de psicópatas que, felizmente para la Humanidad, sólo quedamos en ese estadio).
A lo anterior,  agregaría las salidas de recolección, que hacíamos en verano, otoño o primavera, para obtener  maqui, moras ('murras' le llamábamos), digüeñes, callampas y otras especies silvestres que sirvieran para calmar nuestra hambre crónica. También, aquellas memorables incursiones por el huerto familiar para sustraer rábanos o zanahorias, o los juegos a las "casitas" en medio de los rastrojos del trigo o cebada recién cosechados en terreno aledaño al retén. Otra tarea que nos ocupaba varias tardes veraniegas eran algunos juegos más tradicionales, el  "de las visitas", los columpios, las "naciones",  las bolitas, el luche, el salto de la cuerda y, al atardecer, en días de luna nueva o llena, cual licántropos o vampiros, las competencias de carrera con la luna. Las tardes se nos hacían brevísimas en ese vertiginoso mundo nuestro.
   Ya más crecidos, las horas de juego disminuyeron, para dar paso a la colaboración en las tareas del hogar, partiendo por el cuidado de los hermanos menores, pasando por el aseo del hogar, la cooperación en la cocina o la realización de alguna actividad de bordado o tejido. Lo único que nos faltó fue aprender a tocar el piano (tal vez por eso, siempre he tenido ese aprendizaje como un deseo no cumplido, jajaja).
   El lavado, asimismo, formó parte de nuestro aprendizaje ya adolescentes. Era nuestra obligación personal, ya desde los 10 años, creo yo, lavar nuestra ropa interior y exterior menos delicada. Y ayudar en el planchado, con esos aparatos de fierro que se calentaban sobre la cocina a leña (¡qué actividad más detestable hasta el día de hoy!, aunque ahora sean eléctricas).
   Ya el año 65, con un traslado a otra localidad, fui más consciente de la  modernidad en nuestra casa. Había luz eléctrica y pozo en terrenos de la residencia, aunque aún la lavadora no formaba parte de los artefactos domésticos. 
Sólo al llegar a La Unión  y establecernos en la ciudad (68 en adelante), la tecnología se hizo presente en el hogar a cabalidad, aun cuando en mi memoria todavía guardo imágenes de mi madre, agachada escobillando sobre la tabla de lavar, ya sea en verano o invierno, en la artesa ubicada en el patio de la casa, que yo más de una vez ocupé también.
    Los tiempos han cambiado,... para bien y para mal. En la actualidad, nuestros lavados consisten tan sólo en introducir y extraer la ropa de la lavadora, para luego colgarla al sol. Lejos están las espaldas adoloridas y encorvadas y las manos dañadas por el jabón y el agua fría. Sin duda, ¡vamos bien, ...mañana, mejor!
  

martes, 7 de mayo de 2019

De viajes... y de compañías...

      Cuando uno prescinde de la participación en los tours y se dedica a recorrer una nueva ciudad como un ciudadano más, probablemente no obtiene información  relevante para los libros de historia, pero sí para los de sociología. Cuando no debes estar atenta a las palabras de un guía y/o a la de algún compañero/a de actividad, el silencio externo inmediato, permite el pensamiento reflexivo y la observación minuciosa y, por fin, puedes gozar de un añorado libre albedrío. El tiempo ya no es una exigencia, no hay un programa a cumplir salvo el que tú te impongas o que elijas al azar. Podrás observar todo el tiempo que quieras, fotografiar todo lo que  desees y cuántas veces quieras, o simplemente, sentarte a descansar.  Son las ventajas del turismo aventura individual. 

    Considerando mi situación de turista pedestre, en cualquier ciudad es ésta mi modalidad preferida, aunque,  si se requiere movilidad a sitios específicos fuera de la urbe, debo optar necesariamente por los tours locales. Ahora, si  uno tiene la suerte de trasladarse en vehículo particular con alguien con los mismos gustos por el paisaje, la fotografía y los detalles minúsculos y curiosos, realmente se transforma en un/a afortunado/a. Ya no habrá sentimiento de culpa por demorarte poco o mucho en un lugar,  ya no te reprimirás por consideración a los demás, ya no dejarás de ir hasta donde querías, porque sólo dependes de que tú y tu partner quieran o no.
      En este recorrer las calles citadinas sin un programa ya estipulado y sin tiempo acotado, uno logra captar y respirar el verdadero ritmo de las ciudades. Dependiendo del momento del día, puede uno descubrir algunos quehaceres típicos y  decidir si sigue su instinto, introduciéndose en cada rincón que le parezca interesante o se guía por el plano  que ha conseguido, procediendo a  buscar los hitos que han sido destacados como imperdibles. 
   De esta manera, pude ingresar, por ejemplo,  en el Cusco, en un Museo muy interesante, donde se le rinde culto a los destacados exponentes del arte cusqueño y de los herederos  de la cultura incaica, así como a sus defensores ancestrales. Un aprendizaje a mi ritmo y muy esclarecedor.   
Ya en la calle, pude observar a las mujeres que trabajan en la calle, aseadoras, con sus "uniformes" poco sentadores, a pleno sol, limpiando lo que otros ensucian. Observé a las comerciantes ambulantes de frutos y comida típicos, preparando sentadas cada plato para la venta, pelando papas ya cocidas y picándolas luego para ofrecer "papas a la huancaína". Pude ver también a algunos clientes de estas comerciantes, mientras degustaban el alimento sentadas en un asiento de la plaza. 
   También es posible, si uno dispone de tiempo, observar y analizar comportamientos y relaciones humanas en personas que están en los  alrededores. Claro que en aquello se debe actuar con cierto disimulo y discreción para no molestar a los observados ni tener más de algún problema desagradable. Cada cual, cuida su privacidad de distinta manera y no siempre se está dispuesto a intromisiones en nuestras vidas, aún sin tener nada que ocultar.
   Por eso, sumando y restando, considerando el relativo tiempo que me queda para recorrer "estos caminos de Dios" y que, además, esto no es gratis, he decidido velar por las compañías. No es tiempo de sacrificios y de esperas. 
     

domingo, 5 de mayo de 2019

Saga;Dos amigas

  Ha resultado una verdadera sorpresa la lectura de la novelista italiana Elena Ferrante, con su saga "Dos amigas". He terminado de leer el tercer volumen y la verdad es que es apasionante. Es un relato, en general, continuado cronológicamente, con algunos quiebres en la ocurrencia de ciertos acontecimientos, aunque su disposición inicial es in extrema res (parte de un presente actual para luego retroceder décadas).
   "La amiga estupenda" Parte I. Es el inicio de la historia de estas dos amigas, Lennuccia Greco (la protagonista) y Raffaela Cerullo, más conocida como Lina o Lila. 

   Luego de enterarse de la desaparición de su amiga sin dejar huellas (ya con más de 60 años), Lennuccia, Lena o Lenù decide poner por escrito sus historias indisolublemente ligadas, desde los 6 años. El escenario de la infancia es un barrio pobre de Nápoles, en el cual la violencia es una de las formas de comunicación y de vida, tanto entre sus habitantes como al interior de los hogares, por lo que la relación de codependencia de Lena con respecto a Lila se transforma  en la experiencia que le permite el deseo de competir y superarse aunque resulte siempre subordinada ante la extraordinaria inteligencia de Lila. Sólo logra superarla -aparentemente- cuando su amiga no puede continuar estudios, mientras que Lena sí logra seguir gracias a que su padre y su maestra la apoyan.

 "El mal nombre", II parte. Ha llegado la adolescencia y, a pesar de que la vida de las amigas ha tomado un derrotero diferente, se mantienen los lazos, aunque ya de manera menos presencial. Lena se encuentra en el colegio de bachillerato con Nino, quien vivió cuando niño en el mismo barrio con su familia, y de quien se enamoró, sentimiento que se reactiva, constituyéndose en su secreto mejor guardado. Su amiga de infancia se transforma en una bella joven, que atrae admiradores, entre los que destaca uno de la familia más poderosa del barrio. Sin embargo, Lila desprecia a Marcello y aunque éste consigue la anuencia familiar para cortejarla, ella logra liberarse de ese compromiso, para establecer unión con otro joven, cuya característica es su capacidad de emprendimiento. Su matrimonio en plena adolescencia (16 años) causa admiración y envidia y permite el mejoramiento socio económico a la familia completa. Sin embargo, este enlace ya se tuerce en el mismo momento de su celebración.  

 Los caminos se separan más entre ambas. Lena se dedica con ahínco a estudiar, ganando renombre y fama entre alumnos y profesores. Continúa enamorada de Nino, el que, durante unas vacaciones a orillas del mar, establece una relación amorosa con Lila, a pesar de que ésta ya está casada. Lena, abrumada por este hecho se aboca de lleno a marcar la diferencia y superar la gran decepción amorosa.  Sigue avanzando, se va a estudiar becada a Pisa y cada vez más se va separando de su ambiente. Tiene un par de relaciones amorosas, incursiona en lo sexual pero esto no le satisface. Establece una relación seria con un joven perteneciente a una familia de docentes universitarios. Sin haberlo planificado, en forma de desahogo, escribe su historia y la de su barrio, aunque de manera ficticia, la que se transforma en una poderosa voz femenina en tiempos revueltos y conflictivos.

"Las deudas del cuerpo", III parte. Las amigas, ya adultas, siguen sus propios caminos, los que de ninguna manera son expeditos ni felices. La vida no les da tregua. No son felices. Lila ha sido madre de un hijo de Nino -su amante- pero sigue casada con Stefano. Nino, un estudioso agudo y destacado, no supera la situación amorosa y abandona los estudios. Posteriormente, Lena se entera que la relación de Nino  con su amiga Lila se ha reactivado, que abandonó su hogar para irse con su amante, convivencia que dura escasos 23 días. En tanto,  Lena cosecha los frutos (no todos gratos) de la fama alcanzada por su publicación. Su amiga  se ve obligada a trabajar en lo que sea para mantener a su hijo, pues  no quiere volver con su esposo (es obrera en una fábrica de embutidos). Lena se casa, asciende socialmente, se transforma en madre pero no lucha por volver a escribir una nueva obra. Mientras eso sucede, Lila sobrevive con Enzo (amigo y enamorado de su niñez), ambos con trabajos de una paga insuficiente. La lucha de clases alcanza el quehacer de Lila y se ve envuelta en sus consecuencias al interior de la fábrica, que mantiene a  su personal en paupérrimas condiciones. 

  Lena, por otra parte, queda nuevamente embarazada. Su vida se mueve en la mediocridad de la rutina diaria de una madre y dueña de casa que no está conforme o contenta con su quehacer. Intenta fallidamente volver a escribir. Se transforma en una mujer amargada, que no se siente buena madre ni buena esposa. Su antiguo y nunca olvidado gran amor reaparece en su vida y esta vez no lo deja escapar siendo correspondida. Viven un intenso y furtivo amor, hasta que deciden dejar a sus respectivos cónyuges, para establecer una vida en común, con todas las inconveniencias que ello supone (hijos del matrimonio, exigencias del trabajo, familia de cada uno). 
"La niña perdida", IV parte y final. Habla de la madurez y vejez de la protagonista, y de todos los que componen su entorno. Narra la niñez y adolescencia de sus hijos. Nos habla de los aciertos y errores, de los dolores y alegrías, de la decadencia de todo un mundo y la aparición de otro, que se superpone pero no para mejorar el todo. 
   Una saga  digna de ser leída, cuyo escenario está ubicado en la parte pobre del Nápoles actual el que pude respirar en mi estadía por la ciudad. Reconocí el ruido citadino, algunas caras torvas en la abigarrada multitud, los olores a comida, gasolina y zaguán en sus calles, la mezcla de sonidos y ruidos permanentes de los automovilistas apurados, los motociclistas en competencia abierta por el dominio de la calle, los comerciantes voceando sus productos, los peatones tratando de avanzar entre coches, puestos y basura.
  Lo interesante de esta saga es el estilo realista, franco, sin maquillajes ni adornos para las mentes delicadas,  así se hable de la vida cotidiana, de situaciones sórdidas, de sexo, de violencia, de política o de pobreza. Y todo narrado en un ritmo dinámico, con  más de algún salto temporal en los acontecimientos que obliga al lector a extremar su atención. Junto con ello se mezcla de pronto lo realmente acontecido o dicho con lo deseado o pensado, que, de nuevo, me tienden pequeñas trampas para ver si no me he distraído. Todo lo anterior, narrado desde una perspectiva femenina, que cuestiona, reflexiona, analiza y actúa en un mundo predominantemente machista y conservador. 
 En su relato, los personajes hablan de todos los temas: doméstico, político, literario, social, académico, artístico, amoroso, etc.,que hacen del producto un material para todos los gustos. La historia transcurre desde mediados del siglo XX hasta los tiempos actuales, en que los avances tecnológicos van incorporándose a la vida de los personajes.