domingo, 14 de mayo de 2017

El sabor de Mamá...



 Sólo hasta este mediodía, cuando me di a la tarea de preparar el almuerzo, fui plenamente consciente que éste se había transformado en una especie de homenaje a mi madre, ausente de este mundo ya hace un año y medio. 

   Hoy, en el Día de las madres, te recuerdo, querida Urbana, en una de las tareas que te vimos realizar por años -cocinar-, y que se constituyó en el signo inequívoco de normalidad mientras éramos niños. Nuestra infancia se haya indisolublemente ligada a tu presencia en casa. Cuando tú faltabas, nada era igual, la casa "la sentíamos" distinta y nosotros, pequeños, sin tener claridad de la importancia de tu figura, sólo respirábamos tranquilos cuando tú llegabas (en las escasas veces en que te alejabas del hogar). Eras el escudo contra el miedo y la soledad, contra todo lo malo existente más allá de nuestras paredes.
   Crecimos viéndote dedicada a cuidarnos, alimentarnos y vestirnos. Y cuando ya nos fuimos haciendo grandes, colaboramos con tu quehacer, aunque no siempre con entusiasmo. Es así como todos, unos mejor que otros, aprendimos a cocinar y a realizar todas las labores hogareñas. 
   En más de una ocasión, las hijas-mujeres,  siendo adultas -por no decir, viejas, jajaja- te hicimos saber nuestra admiración por tu paciencia y creatividad a la hora de "parar la olla", diariamente, en tiempos pasados. La variedad era impresionante: panqueques de diversos tipos (papa, zanahoria, porotos verdes, tallarines, arroz, acelga), fritos variados (de coliflor, zapallo italiano, pescado), papas rellenas, "niños envueltos", pastel de papa, de choclo, de zapallo, humitas, legumbres, tomaticán, charquicán, "barro", cochayuyo, luche y ...cientos de preparaciones más, que no siempre valoramos en su momento, pero que, con el paso de los años, hemos incorporado a nuestro propio recetario. Y a todo lo anterior, había que agregar las variadas conservas, las numerosas mermeladas, las frutas y verduras disecadas, que eran parte de la infaltable labor estival, amén de los productos del rubro de pastelería, para acompañar las onces o algún evento especial: queques, kúckenes, "calzones rotos", berlines, galletas, alfajores, tortas, etc., además de la elaboración diaria del pan para todos los habitantes de la casa. Cabe destacar que un almuerzo no era completo si no contaba con un rico postre casero de leche nevada, arroz con leche, leche asada, leche con sémola o alguna fruta cocida, si es que no surgía por allí la sorpresa de un panqueque con mazamorra o con huesillos. Fuimos expertos diletantes de una variada y riquísima cocina materna. 
   Como nunca, desde ayer empecé a pensar en la comida de este día y es así como antes de ir a acostarme dejé remojando cochayuyo y luche, que hoy cociné en un exquisito guiso con puro "sabor a mamá". 
   Aún mis glándulas olfativas logran captar el intenso aroma del guiso preparado, que quedó sabrosísimo con el toque de merquén y pimienta que le agregué. 

   Ha sido un día de recuerdos, de las dos mujeres que han marcado mi vida: mi madre y mi hija, a quienes añoro hoy más que nunca, pero por quienes me sentí acompañada mientras cocinaba. Sé que ambas habrían degustado con fruición el guiso resultante y habrían levantado el pulgar en señal de aprobación. Y aunque hoy no están físicamente conmigo, el poder imaginarlas disfrutando de un encuentro cotidiano, también alimenta, claro que esta vez, al alma. 

   

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