¡Sorry! Ya estamos a 26 y es una vergüenza que yo, Profesora de Castellano, no haya aprovechado la ocasión del día del Libro para escribir algo ad hoc. En fin, peores cosas pasan en estos días. En todo caso, para mí, todos los días o cualquier día puede ser dedicado a los libros 📚, especialmente cuando escucho esa misma música de jazz de fondo que escuchaba en el párrafo anterior. Claro que para ello es necesario estar sola, tranquila, sin otras tareas urgentes, sin que el tráfago cotidiano obstaculice las ideas, la salud esté óptima o casi. Dejé de escribir ✍el 23 porque quería terminar de leer la saga iniciada hace un par de semanas y así compartirla con ustedes. Demoré más de la cuenta. Debí salir de palacio un par de días, me vi atacada por un resfriado fulminante y, recién anoche, a lágrima viva, terminé mi lectura. Hacía tiempo que no lloraba tanto; me llegó a doler la cabeza, lo que me pasaba -¡ya me había olvidado, sorpresa!- cuando tenía penas de amor u otras penas profundas en décadas pasadas. Ahora lloro escasamente -también me ha alcanzado la sequía; ¡ya era hora!-. Realmente me "tocó" el cuarto volumen de la saga Rama de Arthur Clarke. Les cuento.
Pasó el 68, volví con la familia, aunque esta vez a La Unión, al Liceo B 12, Abdón Andrade Coloma. Con la experiencia valdiviana, allí me sentí más canchera, aunque caí en un curso de gente muy vip, lo que no contribuyó mucho a superar mi timidez, pero un afortunado golpe de cátedra colaboró en que los Abc1 no me miraran tan a huevo, 😂. Casi recién integrada al curso me vi en la tesitura de rendir una prueba de lectura de Don Juan Tenorio, obra que no pude conseguir aunque lo intenté empecinadamente. Yo era de las alumnas que no faltaban nunca a clases y que enfrentaban -aunque sea con terror- las obligaciones escolares, así estuviera preparada o no. Llegó el día de la prueba, que, por suerte, no fue a primera hora. Así que me conseguí algún resumen y, en recreo, me acerqué al grupo de las niñas populares y mateas, para escuchar sus comentarios del libro. Creo que hice algunas preguntas y llegada la hora, asustada como nunca, contesté lo más que pude y recordé lo que había escuchado. Terminamos la prueba antes de la hora de clases y la profesora, mi recordada maestra Ilse Schwencke, empezó a revisar. Llegó la hora de la alumna nueva -ella iba diciendo a quien corregía, mientras todos estábamos expectantes-. Los que se sentaban más cerca del pupitre docente, tenían el privilegio de ser los primeros en enterarse cómo le iba a cada uno. La revisión del trabajo de la alumna nueva -yo- iba siendo comentada. Yo hubiera querido que me tragara la tierra. Felizmente -y con absoluta sorpresa, debo añadir- los comentarios eran positivos. Finalmente un inesperado siete -¡7,0!-, fue plasmado en mi hoja escrita, mientras comentaba y alababa mi capacidad de síntesis. Para qué decir la reacción de algunos de los compañeros que sabían que yo no había leído el texto. Tuve la suerte que en ese tiempo había disciplina y respeto, por lo que nadie soltó un exabrupto, dando a conocer la verdad. Años después le confesé a Ilse mi "pecado" -fuimos colegas y amigas en el mismo establecimiento y hasta hoy, un ejemplo en mi profesión-. Lo que me consuela es que yo no eludí mi responsabilidad ni copié; sólo respondí de acuerdo a lo que había escuchado, haciendo mi propia interpretación de los hechos literarios. Obviamente esa "gracia" no la volví a repetir. Toda lectura la realicé con tiempo y dedicación. Por ello, precisamente estudié lo que estudié una vez terminé enseñanza media.
A pesar de lo anteriormente relatado y confesado, 😉, no llegué a tener en mis manos Odisea Espacial 2001 en esos años...ni después. Aun así, me hice fanática de la lectura de novelas y noveluchas de ciencia ficción, entre otras, por años. El ingreso a la Universidad, el estudio y las lecturas obligatorias hicieron imposible que me acercara a A.Clarke. Ya siendo adulta joven -o no tanto, ya ni me acuerdo- tuve la posibilidad de ver la película. Comencé a verla y no logré "engancharme", así que opté por no perseverar, como dicen los jueces. Ello me llevó a tachar, mentalmente, la obra y al autor de mi lista de pendientes, a pesar de que hace varios años mi hermano menor me compartió un archivo con cientos de libros digitales y, entre ellos, estaban las obras de Clarke. ¡Nada! Me había quedado con aquella mala experiencia del inicio de la película. Hace tres semanas vi un video de la vida y obra del autor, que provocó el efecto clave. Me enteré que el autor aludido no fue sólo escritor; ¡no!, además, y antes que lo primero, fue astrónomo, matemático, físico, divulgador científico, entendido en astronáutica. Aquello me convenció. Terminado el video, busqué las obras recomendadas y comencé su lectura, dejando sin terminar a Proust -lo siento, Marcel-, que me inducía siempre a un sueño profundo.
En el último volumen se devela el sentido de todo lo sucedido y vivido en los textos anteriores, de ese esfuerzo monumental realizado por los integrantes de una inteligencia superior. Se trata de hacer un catastro de toda la vida inteligente existente en la Vía Láctea y sus cien millones de estrellas, planetas, lunas y demases, para alcanzar la armonía interestelar. Hay interesantísimos planteamientos de las interrogantes humanas de todos los tiempos, relacionadas con la creación, con Dios, con el sentido de la vida y del ser humano en este universo con fronteras tan inconmensurables. Uno termina sintiéndose sobrepasado por los acontecimientos y la realidad, haciéndose los mismos cuestionamientos de Nicole. ¿Será mejor morir como ser humano cuando tu máquina corporal se agota o valdrá la pena seguir viviendo con órganos artificiales, transformándote en una especie de híbrido con tal de seguir respirando aunque los pulmones sean de materia plástica? El amor a la familia, el apego al conocimiento, el deseo de descanso, tu espíritu humano son puestos en la balanza en el momento final. Muy, muy recomendable. Hasta pronto.
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