Cuando en nuestro medio alguien habla o lee la palabra "cometas" el concepto mental inmediato que surge en nuestro cerebro es el de un cuerpo celeste compuesto de un núcleo y de una cola de fuego y gases, que en más de una ocasión, en el transcurso de nuestras vidas, ha provocado un susto mayúsculo por la eventualidad de choque con nuestro planeta (en el caso de los que ya somos mayorcitos).
Sin embargo, ésa no es la única acepción en nuestro idioma. También alude a lo que nosotros bien conocemos como "volantín". Y allí sí que el concepto mental tiene una connotación absolutamente feliz (salvo casos excepcionales que pueda haber): una asociación con juego, fiesta, septiembre, infancia y familia. Su origen se remonta al siglo II a.C. en China. A nuestro país llegó a mediados del siglo XVIII, en plena colonia, tiempos desde los cuales se transformó en un juego muy popular, asociado temporalmente al inicio de la primavera y celebración de fiestas patrias. Cuando yo era niña (porque lo fui una vez, aunque bastante más adelante, jaja), en el lugar que vivíamos (sector rural) no había acceso a los ejemplares de volantines o cometas que se comercian hoy. Su material sólo era de papel "volantín" y de fabricación artesanal. También era una actividad escolar dieciochera (su fabricación y su práctica competitiva). Recuerdo haber colaborado en aquello, pero haber fabricado uno ciento por ciento sola, no lo creo. No era muy hábil en actividades manuales más bien "masculinas". Lo que sí recuerdo es el tiempo de las "cambuchas", unos especie de pequeños volantines que hacíamos con hojas de cuaderno y con una cola del mismo material. Esto era una entretención veraniega en nuestro caso. Las cambuchas no las elevábamos (no era mucho el hilo con el que contábamos), simplemente corríamos por una pampa con nuestra creación levantada sobre nuestras cabezas tratando de ganar la carrera a los compañeros de juegos (hermanos, vecinos).
Ya adulta y madre, recuerdo haber volado un volantín "moderno" con mi hija en la localidad de Malalhue. Fue para mí, y especialmente para la pequeña Mirella, una actividad que nos hizo mucha ilusión.
Ya adulta y madre, recuerdo haber volado un volantín "moderno" con mi hija en la localidad de Malalhue. Fue para mí, y especialmente para la pequeña Mirella, una actividad que nos hizo mucha ilusión.
A estos cometas hace referencia la novela Cometas en el cielo del escritor afgano-estadounidense Khalel Hosseini. Este relato fue el primero publicado por él (2003), con el que al mismo tiempo, se hizo mundialmente conocido, con justa razón.
En la ciudad de Kabul, Afganistán, Amir y Hassan son amigos desde que tienen memoria. Juegan todos los días y es tal su nivel de compenetración que saben lo que piensa el otro sólo con mirarse. No conocen de aburrimiento ni peleas. La gran diferencia, que aún no pesa a sus cortos años, es la de status social. Mientras Amir es hijo del dueño de la mansión, Hassan es hijo de su criado. Ambos viven sólo con sus padres, por la muerte y el abandono de sus madres, respectivamente. En tanto Amir es el creativo e inductor de más de una maldad, Hassan es el que enfrenta a quienes les atacan. Y esa conciencia de cobardía no deja de molestar a Amir, porque también su padre se ha dado cuenta y aquello no le agrada. El niño anhela tener una relación más cercana con su "baba", pero, por más que se esfuerza, no logra hacerlo sentirse orgulloso. La competencia de cometas está a la puerta y su padre expresa el deseo que gane. La ansiedad lo consume. Como tantas veces, compite en conjunto con Hassan y logran lo soñado, derribar al último oponente. Ahora sólo falta capturar el cometa vencido. Hassan es el mejor para aquello y se aleja veloz en su cometido. Amir lo sigue, con la seguridad que el triunfo será completo. Y, aunque, efectivamente su amigo ha conseguido el trofeo, el matón de siempre, con sus amigos, le hace una encerrona a Hassan, el que, incluso es atacado sexualmente, sin que Amir intenté siquiera defenderlo; al contrario, escapa del lugar... Ese hecho, del que no hablan pero que está latente, es el punto de inflexión que separa sus destinos. La conciencia culpable de Amir no lo deja vivir en cercanía de su amigo, el que, a pesar de todo, le guarda devoción. Contra todo pronóstico, Amir, a través de engaños inculpa al inocente Hassan, logrando con ello que se vayan de su hogar, lo que inexplicablemente para él, provoca un mayor alejamiento de su padre. Llega la guerra a Kabul y se queda por años. Se ven en la necesidad de escapar de la ciudad y del país. Logran llegar a Estados Unidos como refugiados. La vida no es la mejor pero están juntos con su padre. El trabajo excesivo y la vida precaria afectan la salud del progenitor. Amir sale adelante, forma su propia familia, se occidentaliza y adormece su conciencia, hasta que un amigo de la familia, lo llama desde Oriente. Todo el pasado regresa. Nada había sido superado y responde al llamado. Va hasta la frontera de Pakistán con Afganistán y, en contra de todo lo previsto, acepta ir a Kabul a rescatar a un niño. Esta vez espera no retroceder.
¿Quién es el niño? ¿Logra su cometido o no? ¿Qué sucede con él al volver a su ciudad natal después de veinte años? ¿Logra cerrar el ciclo de la culpa?
Dejo las interrogantes como motivación.
Y las montañas hablaron del mismo autor, publicación del año 2013. El texto más complejo de los tres leídos. Los escenarios son Kabul, San Francisco y una isla griega, Tinos.
La vida de varios personajes se entrecruzan en tres generaciones, comenzando por la "venta" de una niña afgana pobre a una familia rica sin hijos. Son tiempos de hambre y pobreza para el pueblo trabajador y ese padre hace lo impensado.
Es una novela en que la traición, la muerte, la envidia, la promesa incumplida, el dolor, el amor imposible, la soledad, la mentira y otros elementos se entrelazan en tiempos y lugares distintos, para, finalmente, ordenar el caos después de más de medio siglo. Los sentimientos, las acciones, las realidades son complejas; nadie es completamente bueno, y hay malos que algo de bondad tienen. En todo caso, inocentes no existen, excepto los niños que, al crecer, también adoptan cierto doble standar, al menos con su conciencia. Algunos logran enmendar a tiempo; para otros, no hay ni hubo redención.
Es una novela en que la traición, la muerte, la envidia, la promesa incumplida, el dolor, el amor imposible, la soledad, la mentira y otros elementos se entrelazan en tiempos y lugares distintos, para, finalmente, ordenar el caos después de más de medio siglo. Los sentimientos, las acciones, las realidades son complejas; nadie es completamente bueno, y hay malos que algo de bondad tienen. En todo caso, inocentes no existen, excepto los niños que, al crecer, también adoptan cierto doble standar, al menos con su conciencia. Algunos logran enmendar a tiempo; para otros, no hay ni hubo redención.
Leer estos textos te obliga a una mirada interna, lo quieras o no. Te lleva también a cuestionar más de una acción punible en tu vida, te desafía a mirarte al espejo y dejar la condescendencia de lado, sin pecar tampoco en la condena excesiva. Sin duda, uno no sale indemne. Si te atreves a enfrentar lo que has ido amontonando en el desván, te invito a leer esta obra. Es un ejercicio sanador.
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