Acabo de tener conciencia, una vez más, de la pésima costumbre que tengo de estar siempre pensando en el futuro, aunque sea inmediato y, por ello, no atender como se debe el presente. Me explico: si en un día cualquiera tengo algo qué hacer, organizo ese día por ese hecho concreto. Si aquello sucediera a primera hora, está muy bien, porque debería levantarme temprano, para tener tiempo a disponerme adecuadamente y desayunar. Ahí no está el problema. Éste surge cuando el compromiso (personal o no) es en la jornada de la tarde, por ejemplo y me paso la mañana, sin "gozarla" convenientemente (en el buen sentido, se entiende... ¡Momento! : ¿habrá un "mal" sentido si de gozar se trata?). Eso hace que todas las horas anteriores a la actividad estén en "tren de espera" en lugar de vivirlas como corresponde.
Muchos, soportan los días de semana esperando el fin de ella o trabajan resignadamente, pensando en el sueño de las vacaciones. Eso es lo que entiendo por "desperdiciar" el presente y que me sucedió reiteradamente cuando formaba parte de la masa laboral activa. Creo que a muchos, los más, nos pasa esto. Y aunque esta aseveración no me exculpe, establece una realidad, lamentable, si se tiene en cuenta lo rápido que transcurre el tiempo vital.
¿Qué hacer cuando uno se ha dado cuenta de esta "anomalía"?
Pienso que hay dos posturas claras y excluyentes: asumir la costumbre inveterada y seguir leal a ella o, al contrario, cambiarla, instituyendo un nuevo modus operandi. Lo ideal es optar por la última alternativa, la que involucra el cambio, la que ayuda a crecer, la que contribuye a la felicidad cotidiana y no a una pseudo felicidad a plazos.
Si todo fuera solamente decidirse teóricamente por una postura la situación es fácil y rápida. Pero como no se trata sólo de aquello, sino que decidirse significa cambiar la actitud vital, caramba que es significativo ...y difícil.
A largo plazo, habría que empezar por planificar lo justo y necesario los actos futuros, pero sin que te consuman tu aquí y ahora. Tampoco se trata de caer en la indolencia e irresponsabilidad, viviendo a lo que cada día te trae. Hay situaciones que requieren un proceso de planificación, en que deben ir cumpliéndose pasos específicos que no pueden soslayarse, si quieres tener buenos resultados. Sin embargo, tampoco se trata de hacer como la lechera del cuento, cuyos sueños y ambiciones futuras sin sustento en la realidad, le llevaron a olvidar el presente con las consecuencias ya conocidas. Cada cosa a su tiempo. Las proyecciones a largo plazo no configuran realidad por sí solas, hay que trabajarlas, poco a poco, sin olvidar el ahora.
Ésta es una actitud conveniente y responsable. En caso contrario, se corre el riesgo de encontrarse con plazos cumplidos, que luego no se pueden no se pueden solucionar, por lo que esa meta u objetivo trazado tampoco se podrá cumplir. Es el caso de un viaje al extranjero, por ejemplo, en el cual, todo lo que tenga que ver con documentación debe necesariamente tramitarse con antelación y lo que corresponde a los detalles, como la ropa y arreglo de equipaje, dejarlo para última hora.
Es un poco darle a cada cosa o acontecimiento, la justa importancia dentro de nuestra tabla de valores y experiencia, y que debiera equipararse a la de otros, con una que otra diferencia. Es decir, sin exageraciones para ninguno de los extremos.
Creo que lo anterior está bastante bien asumido por mí. La dificultad se presenta con el futuro cercano, que, habitualmente, me ciega para el presente inmediato y pareciera que estoy viviendo lo cotidiano a plazos.
Si tengo tan claro cómo actuar frente al futuro más lejano, ¿cómo hago con el cercano, para evitar que me consuma más horas de mi vida de las que corresponde?
Después de analizar el problema y sobre la base de lo que conozco de mí y que ya no me oculto, creo que la mejor manera será realizar acciones concretas, que signifiquen trabajo físico. Es decir, realizar tareas que no me agradan y que, por esa razón, las voy postergando (ordenar la ropa, los zapatos, hacer un aseo concienzudo, despolvar los muebles, planchar, etc.). Será el momento entonces, de darle un uso positivo a esas horas desperdiciadas en una tensa o ansiosa espera, con mayor o menor intensidad, dependiendo de la importancia. De este modo, el tiempo que habría ocupado en tareas poco gratas quedará disponible para el pleno goce en los momentos de relax. ¡Qué mejor aplicación del "carpe diem"!: coge el día, aprovecha el momento, goza el presente.
Cabe hacer una aclaración antes de cerrar: muchos, en todos los tiempos y lugares, han hecho de esta expresión heredada de los romanos (está escrita en latín) una bandera de lucha y han transformado su vida en un goce permanente de todos los sentidos. Prueba de ello es la vida absolutamente licenciosa que llevaron o llevan muchos de los que tienen el poder y la riqueza. Sin embargo, la expresión es más que esto, no se agota sólo en el tipo de goce de una persona hedonista, sino que, en mi caso, la entiendo más en el ámbito del epicureísmo. Esta filosofía plantea el sosiego necesario para una vida feliz y placentera, lo que se alcanza cuando las necesidades básicas están cubiertas y el alma está tranquila, cuando se elimina el dolor y el temor y se alcanza el placer y la paz. Claro que de manera moderada y racional, buscando el equilibrio y no el desenfreno de los hedonistas.
Como pueden ver, nada del otro mundo : vivir el presente, gozarlo, aprovecharlo en el sentido epicureísta, dejando atrás o fuera el dolor y los miedos, cubiertas las necesidades corporales, buscando la tranquilidad del alma a través del goce de los sentidos, mediante una buena lectura, oyendo música grata, estableciendo una conversación inteligente, disfrutando de una buena película, caminando por un parque o una playa. Ni más ni menos: ¡Carpe diem!
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