martes, 16 de julio de 2019

Aventuras nortinas extremas...

     Los dos últimos días en la Región de Atacama fueron plenos de aventuras, una parte a mi cargo y otra bajo la responsabilidad de operadores turísticos.
   Al volver a Copiapó en los últimos días de este viaje, recién me enteré que había locomoción pública hacia dos localidades del sur de Caldera, que desde allá sólo se podía acceder de manera privada. Es así como me programé para llegar a la CALETA BARRANQUILLA, pues ya Puerto Viejo lo había visitado el día martes, a la rápida es cierto, pero lo había hecho.
  Esta aventura significó un porcentaje de sacrificio y también de incertidumbre, es decir, un verdadero desafío. El horario de salida válido era  sólo uno: 07,45 horas, momento de madrugar, por lo tanto. Y más de lo necesario, pues también decidí cambiar de alojamiento y la única forma de que no me cobraran un día más sin estarlo, era entregando la habitación antes de irme a Barranquilla, pues el regreso ya sería tarde. Así que,  alarma a las 6 de la mañana, desayuno rápido, arreglo de equipaje, conducción del mismo al nuevo alojamiento y luego al Terminal de buses correspondiente. Todo funcionó bien, pero, al llegar al terminal me encontré confirmando lo que había vislumbrado un par de  días antes: que la única hora de regreso era a las 20 horas, es decir, ya de noche. Y estar ya de noche en una playa en este tiempo, no es nada de recomendable. Tomé la decisión de ir igualmente y luego buscar en el lugar mismo de los hechos alguna forma de volver antes, aunque con la claridad que si no lo encontraba debería esperar. 
   El día se anunció espectacular cuando el sol apareció tras los cerros mientras iniciábamos el viaje, aunque muchos bancos de niebla nos sorprendieron en varios tramos del camino secundario. 
En una hora estuve en Caleta Barranquilla. Me sorprendió la cantidad de casas. Al bajarme y dirigirme a la orilla de la costa que se veía entre las viviendas, me divisó un hombre, el que desde lejos me preguntó a quién buscaba. Le expliqué lo que andaba haciendo, le pedí antecedentes dónde  tomar desayuno,  cuánta gente había en la localidad y acerca de los medios de  transporte público.  A todo me contestó, señalándome en una dirección indeterminada, la ubicación del Restaurante de la Sra. Sara, agregando que en la época había unas 50 personas viviendo allí en forma permanente y que la alternativa, aparte del microbús de recorrido a las 20 horas, era "hacer dedo" (¡¡glupss!!) si quería volver antes "a la civilización". 
   Ya informada de lo básico y "hambrienta" de adentrarme en el lugar y conocerlo, comencé mi recorrido por Caleta Barranquilla, asombrándome por la inteligente  utilización de los roqueríos en la instalación de muchas de las casas. Caminé por sectores de  roqueríos accesibles y por la playa, en una primera pasada. Me llamó la atención una casa de dos pisos, de color blanco con celeste, muy adornada con flores y elementos náuticos, que tenía el cartel "La Alcaldesa". En el corredor superior había un hombre que se apresuró a bajar para darme respuestas. Yo me había detenido y había manifestado en mi actitud la intención de hacer preguntas. La breve conversación me permitió aumentar los antecedentes del lugar: entre las 3.500 casas que había en el sector había unos 300 habitantes en esos días, contando todos los alrededores (incluidos los de Islote Blanco, una playa que estaba ubicada a continuación de la caleta). En verano, la población ascendía de 10 a 15 mil habitantes, transformando la caleta en una localidad bullente y llena de vida, además de ruidosa.
   Me adentré un poco más en la "Costanera", llegando al pequeño muelle de los pescadores artesanales. Me hubiera gustado caminar hacia el interior, pero aunque no había barreras, sí había muchos canes, que oficiaban de celosos guardias...y hacían su recorrido en grupo. Habiendo obtenido la información del Restaurante de doña Sara, me dirigí a él. Eran las 9,30 hrs. aprox. Debí pedir ayuda para ingresar porque otros tantos guardias perrunos se apostaban en la puerta de entrada. 
 
 La verdad, no tenía hambre, tampoco frío. El día se mostraba maravilloso. Brillaba el sol, la brisa ya era cálida, el ambiente solitario era grato, había visto y escuchado sólo a un par de vehículos, y el sonido de las olas era omnipresente e inigualable. 
   Ingresé al local y pedí un desayuno, para el cual elegí un pan con queso caliente, entre las escasas alternativas existentes (3). Me instalé a orillas del ventanal, donde me llegaban los rayos solares y podía ver el mar. Aproveché de obtener más información, verdadero objetivo de mi visita (además de usar el servicio higiénico, jajaja)   
Después de aquello,  me dediqué a recorrer la costa, por una calle interior, hasta llegar a otra pequeña playa. Luego, avancé por los roqueríos, tomando hermosas fotos y aumentando los límites de mi itinerario, mientras más observaba hacia adelante. Así llegué al sector de Islote Blanco, con muchas viviendas también, una playa más amplia que la caleta y, como elemento característico, un peñón frente a la playa, blanquecino por el efecto gaviota.
 Frente a la playa había una pequeña plaza de juegos infantiles, en la que aproveché uno de los columpios para descansar, gozar de la vista y recordar tiempos infantiles. A lo lejos, pude divisar unos dos adultos y tres niños. Nadie más.
  Luego de volver a pasar por Caleta Barranquilla (esta vez por el interior), bajé a la playa, amplia, hermosa y abierta, que había a continuación hacia el norte. Fue una gratísima caminata, casi en solitario, con una extraordinaria temperatura de 22 grados aproximadamente. Las olas llegaban con fuerza a la playa y rocas, las que ya no traspasé pues había caminado y explorado lo suficiente. Eran ya las 12,30 hrs. 
   En ese momento tomé la decisión de iniciar el regreso, de la forma que resultara. Caminé desde la playa hacia la carretera de salida (y entrada) de la localidad, cruzando el desierto (esto suena exagerado y realmente lo es, pues sólo eran unos doscientos metros, jajaja). Subí hasta donde estaba la señalética de "Bienvenidos a Barranquilla" y me encontré con un par de personas, estacionadas en el lugar, a ambas orillas, como esos seres que suelen verse en películas de pueblos cuasi fantasmas o en algún texto de García Márquez, esperando la nada, viendo pasar el tiempo, "censando" a todo ser humano o vehículo que pasa ante sus ojos, a fuer de no tener algo más entretenido qué hacer. Repetí las preguntas ya hechas relativas a la movilización a Copiapó, con la esperanza de que tuvieran una información distinta y más halagüeña para mí, pero no tuve éxito. Ellos no manejaban datos de alguna realidad alternativa. 
  "Bien", me dije. "A hacerse el mejor ánimo de esperar lo que la suerte y los astros  determinen  para este medio fantasmal lugar del mundo ubicado en una de las cientos de bahías de nuestro litoral".   Me alejé del sector de bienvenida, y en unos minutos, se acercó una camioneta a la que hice la típica señal del "dedo" (del pulgar, obvio). Se detuvo. Ignoro de qué modelo y año era, pues todas las marcas habían desaparecido. Iban tres personas ( el chofer y dos mujeres, todos maduritos, jajaja). Ante mi necesidad, el conductor me informó que iba sólo hasta el cruce (??), agregando él y las mujeres, todos aportando, que una vez allí me sería más fácil encontrar un vehículo a Copiapó o, en último caso, a Caldera, donde podría, fácilmente, tomar un bus a Copiapó. Me alegré de la información, pues resultaba vital para mis intereses. 
   El "cruce" distaba a 6 kms. Allí me bajé muy agradecida por los datos y el aventón. Me instalé en dirección a Copiapó. Eran casi las  13 horas,  así que aproveché de "almorzar" una manzana e hidratarme. Dos vehículos pasaron, uno para cada ciudad, con los cuales no tuve ningún feeling. Vi venir un tercero (más que verlo, en realidad, lo escuché, pues era de menor estructura pero parecía  venir en un rally, por el ruido que hacía). Salí a su encuentro y pronto me di cuenta de dos cosas, no, de tres, o quizás cuatro (jajaja): estaba deteniéndose, iba a Caldera, era una camioneta a la cual ni se le notaba ni el color de tan añosa y, al acercarme, vi que echaba mucho humo. Iban dos ocupantes; el copiloto indagó a gritos a dónde iba, por la dirección le dije "Caldera" (estaba a 63 kms. según la señalética del lugar, mientras Copiapó, la capital regional, distaba a 74). "La llevamos, suba", me dijo el joven, abriendo la puerta de atrás y corriendo los bultos que estaba en el asiento, para hacerme espacio. Corrí hacia el móvil, más contenta que unas pascuas, tratando de adivinar dónde poner el pie para subirme, medio oculto entre el humo que escapaba del tubo de escape. El conductor se rio de la situación, explicando que era un vehículo playero y que estaba en condiciones de llegar sin problemas a su destino, también el mío. 
  Aquí me detengo en el relato para describir la situación, sin duda, pintoresca. Los jóvenes eran trabajadores (tal vez pescadores, no les pregunté) que se notaba habían estado laborando desde temprano, que se mimetizaban con la camioneta en cuanto a estado (ropa ultra usada) y desaseo, tanto físico como olfativo. El vocabulario del copiloto, en conversación con el chofer no le iba a la saga. Garabatos entremezclados con una que otra palabra aceptable (jaja). Pronto, se dirigió a mí para preguntarme si me molestaba el humo del cigarrillo. Yo no estaba para remilgos ni melindres, así que le dije que no tenía problemas. Pronto quise preparar mi fonocámara para fotografiar algún hito interesante del trayecto, pues no lo conocía, pero rápidamente desistí al darme cuenta de que los vidrios llegaban a estar "polarizados" de mugre (jajaja). 
   Sumando y restando, fui afortunada y eso que no toqué madera para alejar los malos espíritus esa mañana. El  viaje fue bastante ruidoso (por el tubo de escape abierto y la sonajera de latas) y algo "lenteja" (la velocidad llegaba a un máximo de 60 x hora), pero tranquilo y con una vista espectacular hacia el mar durante un buen trayecto, que ya había disfrutado en el tour del día martes. Una vez en Caldera, me dejaron en el Terminal de buses, pasaditas las 14 horas, donde inmediatamente abordé un bus que salía a las 14,15 y estaba llegando  a Copiapó a las 15,20 aprox. 
   Ya en la gran ciudad, me instalé en mi nuevo alojamiento y me dediqué a descansar, escribiendo y viendo TV, mientras la llegaba la hora para mi aventura nocturna (ejem).
    Nada prohibido me esperaba esa noche y menos de corte erótico, para vuestra tranquilidad moral. Sucede que el día anterior me había llamado Patricia, una de las personas que me había atendido en la of.de tours, para invitarme, gratis, a una Visita al Cementerio de Copiapó, que se realizaría el viernes a las 20 horas. Sin preguntar la razón de la gratuidad, acepté la invitación esperando llegar antes de Barranquilla, lo cual  había conseguido.   
    Así que, media hora antes me dirigí, "a pata", al  CEMENTERIO GENERAL de la capital regional, que quedaba al otro lado de la carretera,  a unas 7 cuadras de mi hospedaje. En la entrada ya estaba Patricia y Roberto Vergara, el guía de la ocasión, que sería el mismo del Tour del siguiente día, que sí había contratado.    

El recorrido del Camposanto contemplaba la "visita" a unas 10 tumbas y/o mausoleos de diverso interés. Las dos personalidades más relevantes visitadas fueron Jotabeche (José Joaquín Vallejo Borkoski), escritor, periodista y político chileno, hijo ilustre de Copiapó, que vivió entre los años 1811 y 1858. En el ámbito literario, se destacó como exponente del  Costumbrismo en nuestro país. Fue fundador del periódico "El Copiapino", y tuvo una activa participación en la vida política y social de la ciudad. Muere tempranamente de tuberculosis a los 47 años. 
También visitamos a otra personalidad, Pedro León Gallo Goyenechea, empresario, minero y político chileno nacido el Copiapó el año 1830. Es uno de los fundadores del Partido Radical. Perteneció a una rica familia minera de la zona. Fue un activo político regional, que alcanzó la nominación de Senador y de Intendente de Atacama, elegido por el pueblo.  Entró en oposición al gobierno de Manuel Montt y se enfrentó a tropas gubernamentales con un ejército formado con sus propios medios. Famosa es la Batalla de Los Loros, tras la cual conquista Coquimbo y La Serena, pero luego es derrotado, debiendo exiliarse. Fue tal su relevancia que llegó a ser Candidato Presidencial. También murió a los 47 años de edad, producto de una herida sufrida en la Batalla mencionada. 
 Pasamos por mausoleos institucionales, de Carabineros, Batallón de Atacama
(quienes participaron en la heroica gesta de la Toma del Morro de Arica en el marco de la Guerra del Pacífico), de los ferroviarios, de los Masones, todo ello con interesante información anexa.
    En el ámbito de los mitos urbanos, conocimos el curioso y trágico nicho del niño Alejandro Soto (quien predijo su propia muerte mediante un dibujo, el que fue grabado en su lápida), el extraño mausoleo de la Bruja de Copiapó y
 las sepulturas casi votivas de "Las Adrianitas", prostitutas que murieron asesinadas con un breve intervalo de tiempo, en torno a las cuales se ha tejido toda una leyenda, mientras los numerosos mensajes y regalos en agradecimiento hacen de su lugar de descanso una pequeño altar de oración. 
    El frío era intenso esa noche, tal vez igual que otras, pero seguramente  aumentaba su sensación por el recorrido en penumbras por las calles de la pequeña ciudadela. La luna se veía entre las ramas de un árbol, pero sus rayos no colaboraban en la disminución del frío. 
  Un personaje curioso, esta vez vivo, fue don Miguel, todo un "creyente" en la existencia de las energías extracorpóreas y fantasmales. Por quinta vez participaba en el mismo tour, acompañado esta vez de una "mejor" -señaló- aplicación tecnológica en su celular para detectar "presencias" de ultratumba alrededor de los lugares que íbamos visitando. En más de una ocasión mostró la pantalla, en la que se veía una figura humanoide de color blanco, como un espectro. 
   Aquello fue realmente lo friki del tour, pues no parece posible compatibilizar una aplicación de celular con la existencia de vida ultraterrena. Todo lo demás, fue aprendizaje y entretención cuando surgía algún dato sabroso o divertido.    Absolutamente agradecida por la oportunidad de conocer de la historia e intrahistoria copiapina, me despedí de mis anfitriones, quienes me "pasaron a dejar" al alojamiento. 

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