Siete [Ayer]
Se despertó cuando aún estaba oscuro. Temió que el Sol no viniera. ¿Qué haría si así sucediera?, se preguntó...Debería esperar que apareciera la Luna. Tal vez... Habría que ver, llegado el momento... Cruzó los dedos y volvió a sus pieles.
Se despertó cuando aún estaba oscuro. Temió que el Sol no viniera. ¿Qué haría si así sucediera?, se preguntó...Debería esperar que apareciera la Luna. Tal vez... Habría que ver, llegado el momento... Cruzó los dedos y volvió a sus pieles.
Cuando se levantó nuevamente ya estaba comenzando el día. La tranquilidad volvió a su espíritu (si es que tenía espíritu). Se alimentó con lo que le quedaba de la noche anterior, ordenó rápidamente sus pieles, buscó sus "armas" de caza y abandonó su caverna, para iniciar la jornada. Esperaba tener buenos resultados y poder regresar al anochecer.
Recorrió lugares conocidos, que habían sido fructíferos en ocasiones anteriores. Maui había iniciado su proceso de aprendizaje. Ya estaba poniendo en práctica su memoria, básica pero memoria al fin. Sobreviviría sin duda.
Decidió acercarse al lugar donde estaba el agua salada. Llevaría un poco de ella para cocinar, al regreso. También intentaría "cazar" algunos animales allí aunque no resultaba nada de fácil.
Recuerda la primera vez que se encontró con esa inmensa cantidad de agua. ¡No podía creerlo! ¡Nunca había visto tanta agua junta! Aún se sonríe de su temor inicial. Le parecía un animal vivo, enérgico, enojado incluso. Chocaba con los roqueríos con fuerza, mayor en determinada hora del día. Pasó muchas tiempo observándolo, conociéndolo, gozando de su compañía, en una suerte de relax y terapia... sólo que no tenía conciencia de aquello. Se acuerda de aquellas ramas y hojas largas que las aguas arrojaban sobre la arena, lo sabrosas que le parecieron cuando, en un intento de calmar su hambre, se echó un trozo a la boca. Las degustó con fruición.
Ahora, mientras caminaba, recogió varias a su paso y las dejó apiladas, algo lejos de las olas... Se había convertido en recolectora de algas e iniciado el paso de diversificar su alimentación. ¡¡Mujer práctica desde sus inicios!!
Se alejó de la playa y se internó en un pequeño bosquecillo. Más de algún animal podría encontrar por allí. Se detuvo, observó hacia todos lados y posiciones. Hacia el cielo y a sus pies también. El peligro podía venir desde cualquier dirección. Contuvo la respiración por unos instantes, aguzó el oído... El silencio le respondió... ¡¡Momento!! ¡¡Un sonido!! Se escuchaba la respiración de algo...o de alguien cerca suyo ... y luego, el ruido que se hace al masticar... ¡¡Bien!! ¡¡Al parecer era su día de suerte!! Maui no había consultado su horóscopo antes de salir, tampoco miró la disposición de las nubes, ni observó el desplazamiento de los seres alados... No, ella aún no dependía de aquellos elementos para decidir su actuación diaria. Al contrario, dependía de lo conocido y concreto. Su estómago, por ejemplo, -y otras partes de su cuerpo- guiaban su accionar: sus ojos que se le cerraban debido al sueño y cansancio, su olfato, que se ponía en funcionamiento ante los gratos olores o los que no lo eran tanto (o ante las emanaciones indefinibles que solían llegar hasta sus glándulas olfativas), los vellos de sus brazos que se erizaban cuando sentía frío o ... temor. Por suerte, esto último, pocas veces. Ella era el tronco firme de una dinastía de mujeres fuertes, que, a pesar de experiencias límites y no tanto, habían sobrevivido, mantenido y repartido su gen a lo largo de los siglos y de los espacios terrestres. El miedo le recordaba que era vulnerable, la hacía precavida, pero no la inmovilizaba. Lo que sus dioses solares o lunares tuvieran dispuesto para ella, sería, pero no se encerraría en su cueva ni se sentaría en una roca a esperar lo que vendría. Había que seguir.
Volvió a la realidad dejando de lado sus cavilaciones (desde sus inicios ella y sus descendientes pensaban y analizaban su quehacer, cuando la necesidad no les obligaba a priorizar la acción por sobre la reflexión). El ruido de hojas y maleza aplastadas la puso en alerta. Miró a su alrededor y... ¡Guau!... Frente al lugar en que estaba, empezó a divisar un ciervo, el que, como si presintiera su presencia, dejó de ramonear, para levantar la cabeza y las orejas, atento a lo que le rodeaba. Maui contuvo la respiración y preparó lenta y suavemente el lanzamiento de su lanza. Imprimió toda la fuerza de su brazo al soltarla en dirección del animal, el que quedó congelado en el instante en que escuchó el arma cortando el aire en su dirección, pero no alcanzó a iniciar la huida. Cayó pesadamente allí mismo. Le había acertado en el medio del cuello, provocando su muerte casi inmediata.
Cuando llegó a su lado aún respiraba, pero sus ojos ya estaban velados por la muerte inminente. Sentimientos encontrados la invadieron. Era un hermoso animal, pero... debía alimentarse.
Hay que asumirlo, querida Maui, la sobrevivencia tiene esos contrastes. En la cadena alimenticia nos ha tocado en suerte el eslabón más fuerte y debemos aprovecharlo, salvo que tengas vocación suicida, que no es tu caso.
Arrastró el ciervo hasta un lugar despejado, ya fuera del bosque. Quebró varias ramas de los árboles, las limpió de hojas y con la misma corteza las fue uniendo para fabricar una especie de parihuela, que le permitiera mayor facilidad en el traslado de su pieza. Se sentía contenta (¡no era para menos! ¡Grande, Maui!). No estaba muy lejos del gran mar, así que allí procedería a despiezar el animal, a limpiarlo y secar un poco su carne, para, luego, regresar a su caverna. Ese lugar abierto le daba mayor tranquilidad para la tarea. Puso sin demora el ciervo sobre las varas unidas y reemprendió el camino de regreso al mar.
Volvió a la realidad dejando de lado sus cavilaciones (desde sus inicios ella y sus descendientes pensaban y analizaban su quehacer, cuando la necesidad no les obligaba a priorizar la acción por sobre la reflexión). El ruido de hojas y maleza aplastadas la puso en alerta. Miró a su alrededor y... ¡Guau!... Frente al lugar en que estaba, empezó a divisar un ciervo, el que, como si presintiera su presencia, dejó de ramonear, para levantar la cabeza y las orejas, atento a lo que le rodeaba. Maui contuvo la respiración y preparó lenta y suavemente el lanzamiento de su lanza. Imprimió toda la fuerza de su brazo al soltarla en dirección del animal, el que quedó congelado en el instante en que escuchó el arma cortando el aire en su dirección, pero no alcanzó a iniciar la huida. Cayó pesadamente allí mismo. Le había acertado en el medio del cuello, provocando su muerte casi inmediata.
Cuando llegó a su lado aún respiraba, pero sus ojos ya estaban velados por la muerte inminente. Sentimientos encontrados la invadieron. Era un hermoso animal, pero... debía alimentarse.
Hay que asumirlo, querida Maui, la sobrevivencia tiene esos contrastes. En la cadena alimenticia nos ha tocado en suerte el eslabón más fuerte y debemos aprovecharlo, salvo que tengas vocación suicida, que no es tu caso.
Arrastró el ciervo hasta un lugar despejado, ya fuera del bosque. Quebró varias ramas de los árboles, las limpió de hojas y con la misma corteza las fue uniendo para fabricar una especie de parihuela, que le permitiera mayor facilidad en el traslado de su pieza. Se sentía contenta (¡no era para menos! ¡Grande, Maui!). No estaba muy lejos del gran mar, así que allí procedería a despiezar el animal, a limpiarlo y secar un poco su carne, para, luego, regresar a su caverna. Ese lugar abierto le daba mayor tranquilidad para la tarea. Puso sin demora el ciervo sobre las varas unidas y reemprendió el camino de regreso al mar.
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