lunes, 9 de mayo de 2016

Sorpresas...y más sorpresas...


    Si lo inesperado e ingrato te sorprende y te asusta, lo gratamente imprevisto te desajusta -por la emoción, por la alegría interna-, dejándote  sin palabras, como suspendida por encima de la telaraña de la vida cotidiana...
   Subía la escalera al piso superior, sin más  expectativas que el cumplimiento de una acción concreta y prosaica, cuando escuché los sones de una interpretación musical orquestada que llegaba hasta mí a través del ventanal que da a la plaza. Quedé absolutamente sorprendida, por la nitidez, la belleza y el regalo inesperado. Tardé un momento en reaccionar. Fue un instante solamente, que me alegró el día entero. Y aunque desconocía las razones de su existencia,  la situación no perdió la magia. Su regusto permaneció en mis oídos durante horas.
   Son extrañas las trampas a las que suelen conducirnos los sentidos. Cuando la simpleza y el automatismo de la cotidianeidad adormecen el funcionamiento de nuestra conciencia, las sorpresas pueden "atacar" por cualquier lado. Cuando no esperas, cualquier grata llegada es bienvenida. Es la alegría de la no-espera, de lo espontáneo, de lo inesperado. Hay momentos en que no esperabas reírte tanto, conversar entretenidamente, conocer a alguien diferente y grato, recibir el regalo de un gesto amable, una palabra o una sonrisa sincera, una exclamación genuina... Todo ello, te alegra el día y lo distingue de los demás. Te revitaliza y te alimenta, felizmente sin aumentar la talla (jajaja).
   Está claro que no todas las sorpresas son gratas, también las hay desagradables e ingratas. Lo rescatable de estas últimas, es que también cumplen  su función, dijo el masoquista. Si no existieran no podríamos gozar la magia del gesto, de la palabra, de la mirada, de la compañía placentera. 
   El viernes iba llegando a mi trabajo y en la calle me encontré con un alumno del año anterior. Me saludó contento y se detuvo. No esperaba que interrumpiera su trayecto.  Contento me contó que  había obtenido el puntaje que necesitaba y que estaba estudiando lo que quería y le gustaba. Me alegré por él y por el momento compartido, que hablaba de agradecimiento y reconocimiento, de planes y de futuro, de un joven que había visto más allá de la recepción de un servicio por el cual había pagado. Me sentí agradecida y regalada por lo mismo. 
  Ayer domingo, Día de la Madre, en que no cuento con la presencia física de mi querida madre y tampoco, desde hace más de cuatro años, de mi amada hija, no se veía muy promisorio. Sin embargo, al bajar a la calle, me encontré, en las afueras del edificio,  con la inesperada instalación en calle Lira de una Feria Animé de casi cuatro cuadras, que no había visto nunca, aunque la había intuido en mi viaje anterior, cuando al regresar a Rancagua alcancé a divisar unos pocos puestos aún instalados después de las 15 horas.  Asombrada recorrí la feria desde extremo a extremo y descubrí la numerosa cantidad de gente que gusta de productos de origen japonés, desde los juegos electrónicos y de video, así como de figuras de distinto tipo (gatos y más gatos, personajes oscuros, héroes y superhéroes de distintas dimensiones del mundo, dragones y otros seres míticos y sobrenaturales, además de muchos esperpentos espeluznantes cercanos a la muerte y al inframundo), plasmadas en poleras, cojines, bolsos, estuches, libretas, lápices, adhesivos, llaveros, etcetc. Hasta divisé un par de puestos de comida japonesa, con harina de arroz y pulpo entre sus ingredientes. 
   A pesar de esta interrupción sorpresa, logré mi objetivo inicial: llegar hasta la Feria 10 de Julio, la que no había visitado hacía ya un par de meses. Tenía un pequeño capricho, aunque no me negaba a la posibilidad que pudieran surgir otros en el camino: comprar ¡granadas! En el presente  año no las había disfrutado aun y sabía que ya deberían estar en circulación. ¿Y saben qué? ¡Encontré granadas...y uvas, kiwis, lechuga morada y morrones! No compré nada más, sería mucho peso para cargar hasta la Sexta Región. Mientras recorría los puestos, el teléfono  comenzó  a reclamar mi atención. ¡Sorprise! Mi hermano menor, Janito. Me llamaba en ese día especial. Había decidido comunicarse con sus "hermanitAs", en vista de la ausencia, por primera vez, de nuestra madre. Agradecí emocionada la llamada. Volví a mis compras: ¡ringgggg! ¡No puede ser! Suelo recibir una llamada semanal y, allí,  en unos pocos minutos recibía ¡DOS!  ¡Era mi hermana! Casi había coincidido con mi "hermanito", aunque no se habían puesto de acuerdo. El propósito era el mismo: compartir un saludo en un día en que las ausencias definitivas se hacían sentir.
 ¿Cómo terminó mi día? ¡Muy bien! Acompañada a la distancia de los saludos familiares y amistosos, con la energía de las pequeñas sorpresas, con la visita a Mirella en sus lugar de terrenal descanso y... disfrutando de un capítulo más de Juego de Tronos.-
   ¡La vida es bella...a pesar de los pesares!

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