Antes que todo, para evitar malas interpretaciones, especialmente de algunos, adelanto que el título de esta entrada al blog no es una descripción personal -lejos de aquello-, sino simplemente una sintética descripción de cómo amaneció esta mañana en la capital de nuestro reino y como, seguramente, será esta tarde-noche. Así y todo, yo agradecí la tibia mañana que me permitió caminar sin incomodidades de temperatura por las calles de Santiago Centro.
Abandoné la comodidad del palacete a eso de las 10 de la mañana, para dirigirme a calle o pasaje Sótero del Río. Sabía que estaba cerca del Paseo Huérfanos pero no a qué altura. En eso me acordé de google maps y ...¡eureka! ¡la solución a la mano! Estaba detrás de La Moneda, así que a caminar por la Alameda para llegar a destino. Unas quince cuadras de caminata, considerando mi sedentaria vida, las recibí como un regalo de Navidad. Me sentí feliz ambulando entre la multitud -mujer-masa en momentos- libre, sin apuros, mientras la mayoría se desplazaba rauda a sus quehaceres o, por último, tal vez por inercia. Claro, no es fácil caminar lenta y pausadamente entre la muchedumbre que en día lunes va al trabajo o a trámites urgentes. La verdad, gocé del privilegio de tener estos días libres para descansar en Santiago.
- Jajaja, un poco más y te sale "estás de "joda", jajaja. Pues te contesto inmediatamente: nooo.
- Pero, ¿qué descanso va a ser ése?
- ¡Ufff! Podré vitrinear a destajo, caminar hasta agotarme, alimentar la vista hasta quedar obesa...de los ojos, se entiende, jajaja
- ¡Ahhhhh! ¡Eso sí, pero cuidado con tu presión ocular, jajaja!
- ¡Jajaja, lo tendré en cuenta!
Claro, porque el trayecto hasta la oficina central de CONADI no lo hice a ojos cerrados. Al contrario, fui degustando la libertad de este casi "veranito de San Juan", que tendré hasta el jueves, pues del viernes en adelante, para mí, comienza el año laboral en toda su intensidad, de lunes a sábado, sin vaca... de invierno (¡Uyy, deberé de acordarme de comprar vitaminas!).
Ustedes se preguntarán qué fui a hacer a CONADI, ¿verdad? Bueno, si no se lo han preguntando, igualmente se los voy a contar.
Han de saber ustedes que, aunque no conocimos a ningún abuelo o abuela cuando niños (todos ya habían pasado a mejor vida cuando éramos infantes), estaba en el conocimiento familiar que el segundo apellido del padre de mi padre (es decir, de mi abuelo paterno) era de ascendencia mapuche: Llanquilef. Sin embargo, como ya a nosotros no nos llegaba ninguna letra de aquel apellido, no nos afligimos (jajaja) ni nos interesamos. Me refiero a los mayores. Pero el tiempo ha pasado y nuestra sociedad ha cambiado..., nosotros también (¡vaya que sí!). Lo que antes parecía natural y menos relevante para muchos, en la actualidad es signo de orgullo...o de rechazo... También lo es de apoyo y posibilidades de acceso a beneficios, sobre todo en el ámbito educativo y social, por parte de organismos estatales. Junto con ello, da la casualidad (¿o no?) que dos de nuestros hermanos están trabajando y residen en la Octava y Novena Región, donde el tema de los ancestros adquiere mayor relevancia, especialmente para mi hermano menor, Héctor-Janito, quien se desempeña en Cañete, zona roja del conflicto mapuche. Sea por lo que sea, no voy a "meterme" en honduras (ni viajar hasta allá, a Honduras, quiero decir, jajaja) y no revelaré ni especularé acerca de sus motivaciones, pero lo cierto es que realizó el trámite para reconocimiento de su calidad de indígena perteneciente a la etnia Mapuche y ...¡resultó! ¡En la línea de descendencia estamos en la Tercera Generación! Hace poco, mi hermano Ernesto, el valdiviano, también realizó el trámite, de manera que en mi último viaje al sur, hace diez días, salió el tema en la conversación. Yo estaba enterada, por supuesto: nuestro hermano nos había enviado a todos los documentos que había que presentar, aunque no me había planteado realizarlo.
Hoy iba en camino para gestionar aquello. ¿Por qué? ¿Qué oscuros designios - o no tanto- me movieron a hacerlo?
Lo he analizado y he llegado a una conclusión. Es muy simple: el sentimiento de pertenencia a la familia que me queda (que no es poca, son 5 mis hermanos, jajaja) , un elemento más de cercanía a mi querida hija y el cariño-respeto al origen de mi padre han pesado en la balanza. No conocí al abuelo Augusto, ni siquiera en una foto en sepia o en blanco y negro. Mi padre quedó huérfano siendo pequeño, alcanzando apenas a estudiar un par de años en una escuela básica rural, para después ingresar al mundo laboral pues debía aportar a la familia compuesta de 11 hermanos (él fue el último del clan en partir, hace ya 8 años). También su madre murió joven y tampoco la conocimos. Por parte de nuestra madre pasó lo mismo: sus padres murieron jóvenes, especialmente su madre, de manera que terminó criándose con una abuela -bisabuela nuestra-, de quienes tampoco tenemos memoria, salvo algunos antecedentes. Claro que ésa es otra historia..., volvamos a la carretera principal...(si fuera conductora, seguro me "metería" a cuanta bifurcación encontrara).
Decía que ésa fue mi motivación, en realidad. A mí no me interesa el provecho que pueda obtener de dicha acreditación (¡diablos!, ahora que lo pienso, en el próximo Censo deberé "confesar" mi procedencia, jajaja). Total, ya estoy "medio grandecita" para seguir estudiando (ahora podría postulaf a beca) y tampoco pretendo ponerme un trarilonco e irme a instalar a la Novena Región. Sería muy esnob, por decir lo menos. Además, no estoy en absoluto de acuerdo con la violencia delictual desplegada, la virulencia y el resentimiento de muchos de mis congéneres en la zona roja y en otras zonas. El defender causas, justas o no, no valida acciones violentistas, ni quemas ni asesinatos. Es cierto que fueron (fuimos, jajaja) víctimas durante cientos de años, pero el contexto era otro. El mundo ha evolucionado, la sociedad ha cambiado (no mucho en algunos aspectos, jaja), nosotros mismos lo hacemos día a día y el pasado no nos puede servir indefinidamente de excusa y justificación para lo que está reñido con los valores fundamentales. Es cierto que, en la actualidad, la discriminación continúa y bastante fuerte. Todos, cual más cual menos, tenemos guardado en el clóset algún sentimiento discriminatorio hacia algún oficio, profesión, religión, partido político o de fútbol, etnia, nacionalidad, opción sexual, estrato social, especie, procedencia planetaria, etc., con fundamento o no. Pero, a estas alturas del desarrollo humano y social, sabemos que esos pensamientos y sentimientos casi atávicos son moral y políticamente incorrectos, por lo que hay que domeñarlos, contar hasta diez, respirar y espirar y sólo confesárselos a la almohada, para que no nos hagan daño ni perjudiquen a quien no se lo merece.
Y no somos los únicos que discriminamos. También recibimos de vuelta el rechazo de parte de los "discriminados", seguramente como un mecanismo de defensa. Lo observé pecisamente cuando estuve en CONADI. Allí había tres personas atendiendo al público y había que sacar un numerito. ¡Por suerte! Es lo más fácil y justo. Mientras esperaba, llegó una mujer de unos 50 años, obtuvo su número y no se sentó, se puso a leer los documentos que había en unos murales. La escuché, a mi lado, hablar en mapudungún, mientras observaba los documentos, no sé si leyendo o hablando en voz alta nada más. Al cambiar la pantalla de atención, un señor mayor mira su papelito y aunque le tocaba a él, otra persona fue a la atención pues tenía un número anterior. Al ver aquello, la mujer le habló en mapudungún, con cierta prepotencia. Sin embargo, el viejito, humildemente, le dijo que no sabía hablar el idioma. No puse atención a lo que siguieron conversando, pero me sentí violentada por la actitud: la prepotencia... y la humildad rayana en la humillación. ¡Guau, pensé, que no se le ocurra dirigirse a mí esta fémina! No sé qué le habría contestado, pero mi reacción no habría sido sumisa, aunque tampoco agresiva - supongo, jajaja.- Luego, cuando fui al stand para que me atendieran, llegué a pensar que me iban a inocular el suero de la verdad para adivinar mis ocultas motivaciones (jajaja) por la poca afabilidad de la joven que atendía. Luego, agudizando mi capacidad de observación saqué un par de conclusiones: digitaba con guantes sin la punta de los dedos y cerca de ella colgaba un adorno hindú-turco (un elefante con un ojo azul). ¡Tate!, me dije. No es tan "pura" como se pudiera creer (jajaja). A favor de ella debo decir que no estuve más de 5 minutos y ya tenía el documento de mi "Calidad de indígena perteneciente a la etnia Mapuche", sólo habiendo presentado mi carné de identidad y dando el nombre del abuelo. ¡Todo estaba en el sistema! Al abandonar el edificio, ya contaba con dos mensajes de CONADI en mi celular (del trámite realizado, jajaja, no de invitación a la lucha).
Después del éxito de la tarea principal de la mañana me dediqué a vitrinear, resultado de lo cual llegué a casa con un par de zapatos color azulino (¡lindos!) y unos productos de belleza necesario. Aclaro inmediatamente que no es para aumentarla, sino simplemente para conservarla. ¡¡¡Pewkayall !!!
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