"¡Humos al Norteee!", pensé, como Rodrigo de Triana, mientras iba caminando hacia...... ¡NO! ¡De veras que el tal Rodrigo no gritó nunca, que yo sepa, "humo" sino "¡Tierra, tierra!"... ¡Diablos! Ya se me están confundiendo algunas expresiones históricas importantes ...y eso que están distantes entre sí unos cuantos siglos. Ojalá sólo sea cosa del momento y no un estado permanente y... progresivo... Tal vez, el haber madrugado, el hecho que está lloviendo, la casualidad - o no tanto- que sea día sábado, ¡qué sé yo! O todas las anteriores o ninguna de ellas (toco madera...¡Humm! La única madera que tengo cerca, eso sí, es la del mango de mi paraguas, pues estoy instalada en un Bus, en el Terminal de Rengo, desde donde viajaré a Santiago).
Hoy ha sido el primer sábado de esta temporada en que me he trasladado a la gran urbe de Rengo. El motivo: primera clase del PREU para los alumnos de Cuarto Medio del Colegio Asunción, establecimiento al que he asistido a desarrollar programas de CPECH a grupos de alumnos por tres años seguidos. Este año sólo trabajaré con Cuarto año, cuatro horas pedagógicas cada jornada sabatina. Varios de estos alumnos los conozco desde Segundo Medio, por lo tanto, a pesar de los viajes y de mi ya intenso horario en Rancagua, acepté gustosa trabajar con ellos. ¡Es un grupo que promete!
Terminada las clases iba caminando con mis botitas de goma, recorriendo el camino que me conduciría al Terminal, cuando mi olfato, más que mi visión periférica, detectó el olor a humo de leña quemada, olor que cuando se hizo consciente, me sorprendió. La asociación de ideas se produjo antes de tener la certeza: fui y volví de mi infancia, en el sur natal, a una velocidad supersónica.
Una vez que racionalicé ese breve momento, me di cuenta de la capacidad de nuestra mente, en que nada se olvida, en que todo está allí, guardado, como durmiendo, casi al acecho, como un felino dispuesto al salto, en espera de la mínima coincidencia para hacer presentes los recuerdos queridos (y otros no tanto). El olor a leña quemada me trajo la tibieza del hogar, de la compañía familiar, de ese mundo mágico y feliz, de las presencias que ya no están, de lo perdido y añorado, de lo significativo y realmente importante...
Hay muchos olores que me trasladan, cuando los percibo, a momentos felices, únicos e irrepetibles: el olor a las galletas o pan recién horneados o a un buen café recién servido. ¡Mmmm! Cierro los ojos y me traslado, cual gato Tom, reptando por las ondas de esos aromas. En otro ámbito, me resulta inconfundible el olor a pasto recién cortado así como el de la tierra cuando recibe gozosamente el agua después de una temporada de sequedad...
Hay otros, sin embargo, cuyo significado es oscuro. Por ejemplo, el aroma de una determinada marca de un jabón de tocador, me lleva a unos días en un Balneario Sureño, donde debimos permanecer alejadas con mi pequeña Mirella, tratando de sobrellevar los ecos de un acontecimiento infausto. Han transcurrido más de 20 años, y, sin embargo, aquella fragancia sigue evocando lo mismo : días de terror e incertidumbre, de no saber qué nos depararía ni dónde nos llevaría el futuro, días de culpa y de desasosiego...
He llegado a casa, a su casa...Es tiempo de almorzar. El desayuno fue frugal y han pasado más de 7 horas...Mi estómago ya está reclamando. ¡Mmmm! Como soy medio masoquista, ahora sólo quisiera sentir el olor a carne a la parrilla (¡uyy! ¡qué sufrimiento, jajaja!) o a una rica comida que me alegre y sacie el cuerpo y que permita seguir disfrutando de lo simple y cotidiano que nos depara la vida a cada instante...
No hay comentarios:
Publicar un comentario