Definitivamente Vargas Llosa se ha ganado a pulso el Premio Nobel. Después de años de no leer nada de él (el año pasado leí, a cuentagotas, Lituma en los Andes) terminé de leer recién anoche, La fiesta de Chivo, una novela extraordinaria.
El título no me dio indicios acerca de lo que me iba a encontrar en sus páginas. Pensé inicialmente que presentaría alguna historia más bien costumbrista (por lo del "chivo", jajaja, na' q' ver), pero me equivoqué (y eso que soy casi infalible). Si bien en nuestro país el chivo puede formar parte de la actividad campesina, debí considerar que además de que el autor es de nacionalidad peruana, la historia se desarrollaba en República Dominicana, de manera que mi hipótesis carecía de fundamento.
El "Chivo" es uno de los tantos apodos o epítetos con el que se conoció a Rafael Leonidas Trujillo Molina, militar dominicano que estuvo entronizado en el poder por 31 años, desde 1930 hasta 1961, 30 de mayo, fecha en la que fue asesinado por un grupo de compatriotas. A esa fecha tenía 70 años, pero seguía gobernando a su país con mano de hierro.
La historia novelesca comienza con el regreso de Urania a Sto. Domingo, después de 35 años de ausencia. No es un regreso contento: la amargura y el rencor hacia su país natal y su padre son palpables, los que se irán entendiendo en el transcurso de la historia. El viaje no sólo ha sido un traslado geográfico, sino también un retorno temporal, a una época histórica nacional y personal distinta, de hace tres décadas, cuando ella sólo tenía 14 años.
Trujillo se llamaba la ciudad en ese entonces (había cambiado su nombre por obra y gracia de su gobernante, el Benefactor del pueblo), Trujillo se apedillaba en Instituto creado para preservar el arte y la cultura, de los partidarios de Trujillo eran los integrantes del único partido político permitido y existente en la República. Sin duda, un personaje omnipresente, casi omnipotente si no hubiera sido por las armas, que al ocasionarle la muerte, demostraron que era un ser humano, mortal por ende, y no un dios que todo lo podía.
La imagen literaria de Trujillo no dista para nada de lo que su biografía oficial señala de él: un militar ansioso de poder, que se transforma en el rector de la vida de todos sus compatriotas, creando un aparato represor sin precedentes, ajustando la ley a su antojo y conveniencia, tomando vidas de dominicanos y vecinos según hubiera sido "necesario" para perpetuar su régimen. En una actitud propia de un megalómano, se considera el Padre de la Patria, el único capaz de mantener el orden y las instituciones, llevando a su país al éxito y desarrollo económico (cuyos beneficios los recibe su familia y sus partidarios). Y a pesar de todo ese poder político y personal (logra subyugar a sus detractores con sólo mirarlos) los años, si bien no minan su capacidad intelectual, dejan huella en su organismo, que ya no "funciona" como antes. Y aunque esto resulta tragicómico, lo hace más peligroso.
Y como tantos y tan cercanos dictadores de nuestro continente, ve en cada actitud de duda, en cada semblante (con mayor razón si es opositora) un indicio de complot, una muestra propia de la ingratitud humana, que no valora el "sacrificio" que ha hecho por la nación. ¡Si hasta el lector puede descubrir expresiones parecidas con "nuestro" Dictador, made in Chile! ¡Qué duda cabe que el Chivo sirvió de inspiración para otros tiranos que le sucedieron, si no en su país, en otras partes del mundo! Las "desapariciones", la persecución, la tortura, la creación de una sofisticada maquinaria represiva, los atentados en el extranjero a "enemigos" de la Patria y otras muchas acciones resultaron fáciles de realizar en un escenario político en que no existía oposición y en el que el temor y el miedo eran la atmósfera diaria que respiraba el ciudadano de a pie.
Víctima de la subyugación fanática de su padre por el Dictador resulta ser Urania, quien es "usada" por su progenitor, el Senador Cabral, como "ofrenda" sexual (¡a los 14 años!) para recuperar el favoritismo del "Jefe", hecho que marca a fuego la vida de la joven.
Y de nuevo caemos en el tema de lo "público" y lo privado"; en la congruencia o no entre la imagen que uno proyecta y la imagen real; la lucha entre lo permitido y lo intransable, que, según sea nuestra elección, nos acerca o nos aleja de lo que es esencialmente humano, de lo que es bueno y malo, de lo que nos distingue y nos eleva por sobre bestia que llevamos dentro.
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