sábado, 9 de abril de 2022

Creyentes...

   

   Cuando hace unas semanas atendí la recomendación de la lectura de una novela de parte de un analista político que sigo e, ipso facto, busqué y descargué el libro, desconocía la intensidad del relato con el que me enfrentaría (terminé de leerlo antes de ayer y me ocupó unos buenos cinco días). Me interesó pues trataba de un personaje histórico del cual sabía muy poco. Mi escasa información tenía que ver con el hecho de que durante casi toda mi vida fui apolítica, lo que no me impidió, en absoluto, tener claridad meridiana a la hora de decidir por quién sufragaba en cada acto electoral. Con esto quiero decir que no recibí educación política partidaria ni tampoco me interesó adentrarme en el examen de las teorías de los diversos ideólogos que sustentan cada postura militante. Me di toda la libertad🗽🗽que quise en acercarme o alejarme de determinadas corrientes dependiendo de mi entusiasmo personal  o falta de él. Nunca sentí la necesidad de pertenecer a una colectividad y ello, tal vez, me permitió una mayor amplitud de mirada, reconociendo errores de mis "ídolos" -de barro, en todo caso- aunque no me hubieran gustado sus caídas. A pesar de no "casarme" con ningún partido específico debo señalar que nunca he dejado de informarme de la realidad nacional e internacional, a través de los medios a mi alcance (radio, tv, periódicos -algo menos- y web ahora)   

   De Liev Davídovich Bronstein, más conocido como Lev o León Trotski (o Trotsky) conocía lo básico: fue uno de los grandes en la Revolución Rusa de 1917 y en el gobierno del Proletariado, que por disidencias fue exiliado, llegó a México y allí había sido asesinado. También sabía que entre los partidos políticos del área republicana de España, que participaron en la Guerra Civil de 1936 a 1939, una de estas agrupaciones era de orientación trotskista y que andaban a los puñetes con los anarquistas, socialistas y comunistas. No mucho más que eso era mi pobre conocimiento de este personaje. Ahora, luego de leer la novela recomendada y una detallada biografía, estoy bastante más enterada, aunque es más que seguro que estos conocimientos disminuirán rápidamente con el pasar de los días, amén de que no son fáciles de entender cabalmente ni de retener todos los entresijos políticos que rodean su figura y la de los otros protagonistas históricos (Lenin y Stalin), así como tampoco las enconadas luchas "intestinas" por el poder en la Unión Soviética (que, entre paréntesis, han seguido siendo parte de su esencia).

   La situación actual en ese sector del planeta también ha influido en mi interés, que se cruza con el evento bélico de la Guerra Civil Española, otro tema al que soy proclive. Leyendo la biografía de Trotski me encontré que es originariamente ucraniano (de ascendencia judía). Además de haber nacido en la zona rural de Jerson, estudió en Odesa y en Nicoláiev. Con 18 años, ya todo un agitador político, se acercó a Moscú y dio inicio a su periplo por más de una cárcel, siendo enviado a Siberia en dos ocasiones, logrando escapar en ambas, etc., etc.

   La novela en cuestión tiene por título El hombre que amaba a los perros, del autor cubano Leonardo Padura (absolutamente  desconocido para mí). Es una historia de 570 páginas, de una narración apasionante, cuyos acontecimientos se desarrollan principalmente en tres escenarios: Cuba, Rusia y España, lo que no quita que también aparezcan otros lugares en que los personajes se desplazan como Estambul, Oslo, París, Nueva York y México. Da comienzo con la historia de Iván, año 2004, quien luego de asistir a la inhumación de su mujer, hace un análisis de su triste vida, de la esperanza en una revolución maravillosa que nunca se hizo realidad, de un mundo maravilloso prometido que lo llevó dando tumbos entre la pobreza extrema y la inopia y que hundió sus sueños de escritor en el olvido frente a la infructuosa tarea de llegar al final del día, por años de años. Ya solo, recuerda a un misterioso hombre que conoció hace 28 años, en sus paseos por la playa, que se hacía acompañar de dos galgos rusos. Este hombre, Jaime López, le compartió la terrible historia de un amigo, antes de desaparecer de su vida y de esta dimensión. Esta historia es  la del asesinato de Trotski.     

    Con la información entregada por López (alias Jacques  Mornard, alias Frank Jacson, alias Román Pávlovich Lopov y en verdad llamado Ramón Mercader, español nacido en Barcelona) el cubano Iván logra "reconstruir las trayectorias vitales" de Liev Davídovich Bronstein y de Ramón Mercader, cuyas vidas se cruzaron definitivamente cuando el segundo dio muerte al primero -1940-, como desenlace de una trama iniciada en el momento en que Trotski es desterrado de Unión Soviética por Iósif Stalin el año 1929, pasando -antes de llegar a su destino final, México- por Turquía, Noruega y Francia.

     El relato resulta estremecedor, no sólo por el magnicidio y todos sus entresijos y preparación de años, sino también por el desencanto y vacuidad existencial de los personajes Iván y Ramón Mercader. El primero, participante entusiasta de la histórica zafra azucarera de 1970 en Cuba (terminada en fracaso), con una prometedora carrera de escritor, para finalizar sobreviviendo apenas en una vivienda sostenida con puntales y comiendo lo que a veces le aportaban los vecinos y amigos. El segundo, fervoroso combatiente y defensor de la República Española en las trincheras, con una durísima preparación de años para cumplir con el acto que le llevaría a ocupar un puesto de honor en la historia del proletariado del mundo al eliminar al máximo enemigo de la revolución, para continuar con veinte años de cárcel y, finalmente, viviendo sus últimos días en el único lugar del mundo que acepta su presencia, Cuba, con un cáncer provocado por la contaminación de un "regalo" recibido de parte de sus "jefes".

    Ellos, y también Trotski, fueron creyentes acérrimos de que se abrirían "las grandes alamedas por donde" pasaría "el hombre libre para construir una sociedad mejor", pero nada resultó así. Los sueños, las esperanzas, las ilusiones, el esfuerzo y la credulidad de millones fueron traicionados por el 'factor humano' de todos los tiempos: la ambición de poder. Y al final de sus vidas, terminaron sintiéndose una parte prescindible de la maquinaria revolucionaria, tanto así que tanto en  Iván y en más de un lector,  surge la compasión por las vidas de esos seres -León y Ramón- que estuvieron muy lejos de ser inocentes. "¡Qué cosas, no!", diría el Quico (del Chavo del ocho). ¡Interesante relato!    

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