domingo, 28 de febrero de 2021

Horizontes...

   
   La palabra "horizonte" evoca amplitud, aventura, viaje, generalmente. Para una persona dada a una vida más activa que pasiva, es movimiento, tan necesario en estos tiempos de detención obligada. Cuando los horizontes son conocidos, total o parcialmente, la aventura ti
ene el gusto del recuerdo y del disfrute repetido. Si las experiencias anteriores han sido positivas, el horizonte espacio-temporal tiene todas las visas de ser lo más halagüeño posible. Es casi obvio que si uno elige un determinado viaje o aventura, lo hace para pasarlo bien, salvo que sea una obligación moral o de otro tipo o, por último, que uno sea masoquista.    
   De mi viaje de hace poco a la región de Ñuble, específicamente al lugar llamado Shangri-Lá, me surgió la tarea de leer prontamente la novela que dio origen al nombre del lugar, creación literaria y utópica de una comunidad paradisíaca existente en algún sector del Tíbet, al que llegaron contra su voluntad los protagonistas. Cabe señalar que esta novela fue publicada el año 1933 por el novelista James Hilton bajo el nombre de
Horizontes Perdidos. En ella, el diplomático británico Hugh Conway, junto a tres compañeros de viaje, es víctima del desvío del avión en que es evacuado de una inminente guerra civil, llegando hasta un lejano lugar en los Himalayas, frente a la montaña Blue Moon. Son conducidos a un monasterio de monjes tibetanos, encargados de la vida espiritual y cívica de la comunidad ubicada a los pies del recinto, donde la vida transcurre como detenida en el tiempo, sin acceso a la tecnología (salvo en lo elemental requerido para el bienestar y la salud), pero con un extraordinario sistema de producción autosustentable, que les permite no requerir el apoyo externo que, en todo caso, es improbable porque encontrar el camino hasta allá es sólo para quienes ya lo hayan experimentado.     
   Para Conway es el escenario perfecto en el que vivir el resto de su vida, que será más larga de lo esperado pues allí todos viven un tiempo indefinido mientras se mantienen, físicamente, en la madurez de la vida. Hay música, hay biblioteca, hay naturaleza, quietud, libertad de movimiento, tiempo para meditar, escribir y leer, sin las presiones de una pronta vejez. Además, ha sido elegido como conductor de la comunidad. Entonces, ¿qué lo hace abandonar el paraíso? ¿Regresará alguna vez o habrá regresado? 
   Leyendo esta novela vino a mi memoria otra, más actual, de 1953 y latinoamericana: Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, un relato mágico  y maravilloso  de un encuentro único con la vida simple y  extraordinaria en un pequeño pueblo ubicado al interior de la selva venezolana, al que el personaje tuvo el privilegio de ingresar pero que abandonó  por un tiempo.  Al regresar, la maravillosa vida que esperaba continuar ya no era tal. La oportunidad  había  sido única y no lo supo ver.
    Así parece ser la vida, tal cual. Uno va aprendiendo a través de las experiencias, que no siempre las disfruta y las atesora como debiera ser, es decir, como ocasiones únicas cada vez, por todas las variables y condiciones en que se producen. Más adelante puedes reintentar reeditar situaciones y momentos únicos  y mágicos  y ya no es posible, pues la "vieja ya ha pasado" (😂). Ahora, ¿cómo  saber que ése es el momento de detenerte, de "agarrar" la felicidad por las mechas y retenerla al máximo o "para siempre"?  Lamentablemente no hay receta secreta ni estrategias estipuladas para saberlo. Es una mezcla de intuición y decisión (rara mezcla, claro está), es como jugar a la ruleta rusa o a quemar los navíos que me darían otra salida por si acaso esto resulta mal. La verdad es que hay que ser un poco loco o loca en el buen sentido de la palabra (dejaré  para una próxima vez esto de explicar cuando "ser loco" es bueno y cuando no).  
    Y a propósito  de "perdidos", ya sean horizontes o pasos, me gustaría, no, mejor dicho, les voy a hablar de otra novela, casi clásica, llamada Señor de las Moscas de William Golding, publicada en 1954, que tampoco había leído pero con la cual ya estoy al día. Imagino que más de una película  se habrá  hecho de ella, como de la anterior. Da para ello. Lo averiguaré... Sí,  hay al menos dos filmes basados en la novela y otros textos y series que manifiestan su influencia. Todo un éxito si es por las repercusiones alcanzadas.
    Bien. El argumento de esta novela nos lleva al término de la segunda guerra  mundial, 1945. Un grupo indeterminado de niños ingleses, desde 6 a 12 ó 13 años, son víctimas de un accidente aéreo, cayendo en una isla deshabitada, sólo sobreviviendo ellos y ningún adulto. Deben enfrentar, entonces, la tarea de sobrevivencia pues ignoran dónde están y cuándo podrán ser rescatados, si es que así sucede alguna vez. En una asamblea y votación democrática, es elegido Ralph como líder, aunque el que quería el cargo era Jack, quien debió resignarse a su pesar. Pronto comienzan a organizarse y a establecer prioridades: explorar la isla, buscar alimentación, usar un modo de comunicación (el sonido de una caracola), seguir turnos de habla en una asamblea, realizar una fogata y mantenerla en forma permanente a modo de petición de auxilio, además de construir refugios. Todo va funcionando sólo relativamente  bien, pues la perseverancia no es la característica de sus componentes, amén de que Jack siempre está planteando prioridades distintas, como la caza, por ejemplo. Por ello, los refugios quedan a medio construir,  la fogata se descuida y se apaga en el momento menos oportuno (va pasando un barco 🚢 cerca de la isla) y pierden la oportunidad de ser vistos y posiblemente rescatados. El ambiente se ha deteriorado y la tensión en la pequeña sociedad es evidente. Lo que sucede a continuación  es lo previsible cuando la ambición por el poder se transforma en una fuerza que consigue adherentes: la separación y el enfrentamiento irracional, con muertes incluidas. 
    ¿Qué  sucede con esos niños preadolescentes e infantes, ya traspasadas las normas del bien y del mal? ¿Recapacitan, reflexionan sobre sus acciones, las corrigen o simplemente continúan como verdaderos salvajes, dejándose llevar sólo por los instintos de sobrevivencia, sin ya esperanza de ser devueltos a su ambiente civilizado? 
 Todo está  en la novela, que resulta una interesante lección de comportamiento humano en una situación  de crisis.  
  En los últimos días, no he leído casi nada. Mis horizontes no se han perdido, pero sí ampliado. Salí  de mi región  y me vine al sur, por acá donde es posible establecer un personal Shangri-Lá y, acaso, perder los propios pasos, eso sí, sin ningún señor-mosca cercano (toco madera). Coñaripe y sus alrededores, el Volcán Villarrica y sus fumarolas mañaneras, los lagos Calafquén, Pellaifa y Panguipulli (en el último mencionado, sólo el lago, porque en la ciudad, las moscas siguen rondando), el Parque Nacional Villarrica con sus araucarias milenarias, los coigües centenarios y sus lagartijas verdeazuladas, dueñas y señoras de cientos de metros de bosque. Hermosas vistas en parte del Circuito de los Siete Lagos, pero con lunares negros en cada Mirador (la basura humana; no los seres propiamente dichos, sino sus desechos, tirados en cualquier parte del paraíso; con razón  nos expulsaron,  😂 😉 ). 

   Mientras estuve en él, siendo integrante del grupo familiar en movimiento,  me dediqué a conversar  -algo-, a colaborar en las tareas cotidianas de sobrevivencia (comida, limpieza) y a recolectar frutos silvestres (maqui y moras, el primero para deshidratar y transformarlo  en té,  las segundas,  para engullirlas) y semillas ídem (de eneldo, para infusiones). Me sentí  como mis antepasadas recolectoras  con la gran ventaja que no debía estar expuesta al ataque de ninguna bestia salvaje, salvo alguna "chaqueta amarilla" de vez en cuando. 

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