sábado, 6 de enero de 2018

Sensaciones...

En LUGO...
...un fuerte sobrecogimiento me produjo ingresar a la Domus do Mitreo, casi tanto como para que los ojos se vieran en apuros. Tenía frente a mí, bajo nivel, los vestigios de una casa en que habían vivido, siglos atrás, personas de la cultura de la que somos deudores. ¡¡¡Yo estaba allí!!, siendo espectadora de parte de lo que fue uno de los  más grandes imperios de la Historia, hasta ahora. La prohibición de sacar fotos me llevó a un examen más minucioso de cada espacio, ayudándome de las imágenes  virtuales existentes en cada tramo, para retroceder en el tiempo y reconstruir la Domus (casi como Carpentier en el relato "El viaje a la semilla", salvando las distancias, claro está). Traté de imaginarla entera, en pleno funcionamiento, incluso estuve calculando cuántas personas cabrían en determinado espacio... Luego, el video, para completar los antecedentes...    
Salí como pisando nubes del edificio, aprovechando de sacar unas fotografías desde el pasillo de salida, cuya pared era vidriada, con el objetivo precisamente que  uno tuviera un "petit bouchè" antes de ingresar a la recepción. Recuerdo claramente mi "¡¡ohh!!" de asombro, de expectación, de emoción cuando iba ingresando... ¡¡Fue una visita espectacular!!


En SANTIAGO de COMPOSTELA...
...mucha frustración, frío, no saber qué hacer cuándo lo que caía del cielo no era maná sino agua y en gran cantidad. Podría haber regresado al alojamiento, pero esto no me pasó por la mente. Cuando estoy de viaje, como en este caso, sólo utilizo el alojamiento para dormir y descansar. Desde las 9,30, hora en que salí, hasta las 12 horas estuvo lloviendo, con bastante intensidad a ratos.  Y, como las calles del casco histórico son la mayoría en pendiente, el agua corría por ellas y yo debía caminar apegada a la pared como un musgo cualquiera. Lo que más me interesaba era que mis zapatos no se filtraran. ¡¡Lo conseguí!! A ratos caminaba bajo los soportales, especialmente los de la "Platería", que tienen una longitud de unas cuatro cuadras, con un par de metros de espacio descubierto cada tanto. Yo, está más decir, no era la única, pero tampoco éramos tantos.
 Aproveché de ingresar a la única sala de exposiciones que vi abierta al público (era domingo) y allí me entretuve un rato con las obras del escultor César Lombera. Con sorpresa descubrí que "mis amigas gallegas" se llamaban María, las mismas con las cuales me había sacado una foto el día anterior 
y que la escultura del escritor español Ramón del Valle-Inclán (a quién leí en tiempos universitarios) era también obra de él.  Terminada la visita de la expo, de nuevo  a la lluvia. 
Volví a los soportales y, aprovechando algunos locales abiertos, (el mínimo considerando la enorme cantidad que existe) comencé a vitrinear. Fue la ocasión de comprar unos recuerdos para mis amigas y para mis sobrinas. Seguía el diluvio. Me empezó a dar frío. Tenía la capucha de mi "sudadera" -dijeran los españoles- completamente mojada, por lo que el frío ya empezaba a hacerme sonreír (jaja). Entonces tomé la decisión de comprarme un polerón para cambiarme. La caza de éste no duró mucho. En el segundo local consultado lo adquirí. Los del primero eran muy poco discretos en los estampados. La prenda resultó ser bastante gruesa, con polar por dentro, lo que me quitó el frío de inmediato, pues me la "encasqueté" allí mismo. 
   A mediodía, por una media hora, el cielo dejó de llover y las personas, cual callampas después de la lluvia y sol, aparecieron como por ensalmo. Fue el momento propicio para tomar sol y alegrarse, pensando que la vida era bella, que ya no llovía, que mis pies estaban secos y que ya no tenía frío.


En ASTORGA...
...maravillada, es lo menos que puedo decir, cuando salí de la Estación de Autobuses y vi, frente a mí, mis objetivos de la visita a esta ciudad: ahí estaban, iluminados y soberbios el Palacio de Gaudí y la Catedral. ¡Extraordinarios!  
No había ningún taxi alrededor así que pregunté dónde quedaba el hotel y, para mayor alegría, me dijeron que estaba detrás del Palacio. Sólo tuve que cruzar la calle, subir una corta escalera, pasar por los alrededores y allí estaba mi lugar de alojamiento. ¡¡Qué mejor!! No demoré mucho en instalarme, tomar un pequeño refrigerio y salir a la caza nocturna de imágenes. Sin necesidad de plano de la ciudad, pues es pequeña en comparación con otras visitadas, me di a la tarea de reconocer el lugar, en sus calles aledañas, tomando fotografías de lo posible. Me gusta tener las dos versiones, si la iluminación lo permite, de los edificios que llaman mi atención. A veces, la noche les da un aire de misterio y fantasía fascinante. Lo ideal es tener primero una visión diurna de los edificios para luego ver su imagen nocturna, porque a la inversa suele suceder que a la luz del día
(como en otras situaciones de la vida) desaparece parte de la magia.


En PALENCIA...
...mientras caminaba a orillas del Río Carrión, entendí por qué ese sector se llamaba Parque dos Aguas. En un tramo, el río se divide debido a una pequeña isla y el cauce sigue su curso, inquieto, por la hoya fluvial, en dos direcciones que, luego, vuelven a transformarse en una.
 El sonido del agua se introduce en el cuerpo y te calma. A ratos, disputan mi atención los patos o unos pajaritos, albinegros, muy llamativos, y que he encontrado en diversas situaciones de este viaje. ¡Son hermosos!  
Camino casi solitaria. A ratos, suele cruzarse en mi camino algún deportista o un ciclista. O el dueño/a de un perro que lo ha sacado a pasear. El día está fantástico, de la temperatura adecuada para no desabrigarse. Una brisa mínima, sólo para refrescar se siente a ratos. Mañana relax y de unión con la naturaleza. ¡Qué mejor!


En ZAMORA...
...una persona frente a unas 40 que parlotean a destajo...¡¡Uff! Casi como ave en corral ajeno y, como estamos aquí, podría decirse como cigüeña en nido extraño. Sin embargo, el bullicio de las conversaciones y los gritos de los niños no es más que música de fondo, mientras yo disfruto de un almuerzo gourmet, uno de los mejores a la fecha. 
Un vino que se me ha subido a la cabeza y  tiene embotada mi par de neuronas (medalla  de oro 2016 en un Concurso Mundial en Bruselas, ¡¡bien!!). Las voces, de ninguna manera en sordina, impiden hablar, pero como estoy sola y a espaldas de los parlantes, cero problema.  Sigo degustando el vino (Valbusenda, Toro, Roble 2008 con denominación de origen). Saldré seguramente "balbuceando", pero no importa, no tengo obligación de conversar con nadie. Espero el postre.  
El ambiente es absolutamente grato y embotante, después del frío y viento gélido de la mañana a orillas del Río Duero, tan frío
(aunque las farmacias indicaban 2 grados, a mí me pareció 0 grado) que debí entrar a un café-bar y servirme un americano delicioso y gratificante. Era primera vez que lo hacía. Se veía luminoso el local, blanco y la joven que atendía era rubia (jajaja). Necesitaba ir al  baño y recurrí a ello, pero el café me reanimó.
   Después, al cruzar el Puente de Hierro y ver un par de carpas modestas (fabricadas con restos de tela) en una pequeña isla a orillas de la ribera del Duero, donde un hombre estaba tratando de hacer unos arreglos precisamente en su "vivienda", no me sentí de lo mejor y el efecto benefactor del café llegó hasta ahí: yo quejándome internamente del viento y el frío y allí había personas que vivían a un paso del agua, a merced del viento, sin ningún servicio básico y, lógicamente, en situación de completa precariedad. 
La realidad golpea, a veces, nuestro cómodo mundo. Felizmente, ¡¡no soy culpable!! (evito decir, "soy inocente", pues no me parece lo mismo)...

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