lunes, 15 de agosto de 2016

El sonido del silencio...


   Desperté desorientada ...y seguí desorientada. No se escuchaba nada. Miento, se escuchaba el silencio. ¡Qué raro!, me dije. Ubi ego sum? Es decir, ¿dónde diablos estoy?  Mejor será que abra mis eyes, pensé, rápidamente. Más rápido, claro está, de lo que se lee esto que estoy escribiendo, pues mi mente piensa así de veloz (jajaja) . Los abrí y ...¡estaba en "casa" de mi hija! ¡Estaba en Santiago Centro... y escuchaba el silencio!  Decir que me pareció extraño es poco. Ya eran las 11 horas según el nuevo horario, 10 hora antigua (eso escucharemos y diremos por unos cuantos días) y no se oía nada... ¡Ni que hubiéramos  estado en Bahía Murta, Punta Arenas, La Unión o Malalhue, únicos lugares en que he experimentado despertares silenciosos... Me levanté, me di una exquisita ducha caliente, preparé un rico café colombiano y me dispuse para incursionar en el mundo cotidiano de los mortales y llegar, si fuera posible, hasta  la Feria 10 de Julio. Hacía tiempo que no la visitaba y aprovecharía la ocasión del fin de semana largo. Mis objetivos: caminar y buscar más de alguna fruta y verdura para este par de días. 
   Cuando accedí al mundo real luego de dejar la seguridad del edificio, miré para todos lados a ver si detectaba algunos cambios, aunque fueran sutiles, que me indicaran que tal vez me había trasladado, sin querer o queriendo, a un mundo paralelo.  ¡Ajá!, exclamé,  cuando vi los conos en esquina de calle Lira al llegar a Sta. Victoria. ¡Ahí esta el quid del asunto!    Inmediatamente entendí que el silencio de mi "amanecer" no tenía nada de esotérico ni sobrenatural.
  Se  trataba simplemente que el tránsito vehicular estaba suspendido en calle Lira  para dar paso, durante este domingo en la mañana, a la existencia transitoria de una gran Ciclovía, en la que se veían trasladándose a adultos y niños, sólo y en familia. A mi regreso de la Feria, también divisé a algunas pequeñas practicando patinaje. Me pareció una idea espectacular, aunque desde mi perspectiva no me beneficia en nada.    
Cuando vi una pareja con un par de pequeños con  bicis con ruedas de apoyo me acordé de Mirella cuando era chiquita y comenzaba a aprender a andar en dos ruedas, con las más pequeñas dispuestas para prestarle  apoyo mientras aprendía a mantenerse sobre el vehículo sin caerse. Eso fue en Malalhue, ya hace 20 años. De recuerdo queda una fotografía de una salida que hicimos por la carretera en dirección a Panguipulli. 
   En la Feria nada había cambiado. Se veía, como siempre, esa mezcla de nacionalidades, que ya es una marca registrada en los lugares dedicados al comercio y a la comida en nuestra capital. 
Comencé a recorrer el lugar, luego de pasar por el conocido  sector de Talleres  Mecánicos y los colores y olores me invadieron. Compré morrones multicolores (pardón, de los tres colores, jajaja), porotos verdes (¡estaban baratísimos!), unos cebollines, naranjas y....¡una granada! Pero, ¿cómo apenas una, dirán ustedes? ¡Es que estaban tan re caras! Primera vez que pago tanto por una granada: ¡una luka ni más ni menos! 
    Ya me venía cuando me encontré con un puesto en que vendían loza . ¡Guauu! Me detuve. Debo confesarles que desde que me he dedicado a cocinarme con esmero, he complementado esta actividad con la adquisición de loza más vanguardista. Elegí dos platos cuadrados con su toque especial. Los usaría a la hora de mi almuerzo, el que prepararía apenas llegara al depto. Ya tenía pensado lo que cocinaría para sorprenderme (jajaja). 
  Regresé caminando con mi preciada carga, aprovechando de "vitrinear", a la rápida, por unos puestos que ofrecían libros (piratas) y películas (ídem). También se expendía mucha ropa, pero nada que sea usado (jiji) atrae mi interés (casi nada, jajaja). El cielo se había despejado algo, la atmósfera era primaveral, las bicicletas continuaban su tránsito por Lira, mientras unos niños se columpiaban felices en una pequeña Plaza de Juegos ubicada al llegar a Sta. Isabel. 
   Día descansado, feliz, escribiendo, disfrutando la Cocina de Carlo, los Juegos Olímpicos y  una película canadiense, con unos cafés y naranjas a mano. ¡Qué mejor! 

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