lunes, 20 de junio de 2016

Derribando mitos...


   Un viernes realmente despejado aunque muy helado esperaba a doña Principessa tras las puertas de palacio, cuando a las 8,05 horas lo abandonó, para dirigirse a su lugar de trabajo. Ella es un principessa moderna: debe trabajar (jajaja, no le queda otra solución; no hay príncipe consorte que la mantenga, ni muchos súbditos que estén al día con sus tributos).  Como siempre, salió vistiendo completamente fashion -rouge et noire- de pies a cabeza (o a la inversa mejor, para que no se le vaya la sangre azul a la testa), totalmente  combinada a riesgo de congelarse (antes muerta que sencilla) sin abrigo, con apenas una chaquetilla corta, bonita prenda pero tan mínima que no le llegaba ni a su cintura de avispa (hay avispas ...y avispas, por si acaso). Y como ya es archisabido que la distancia desde los hombros a la cintura principesca no es mucha, la famosa prenda es algo así como una estampilla, que más luce que calienta...
   Con esa pinta fashionista partió pisando fuerte, con ánimo de triunfadora, bien dispuesta a la brega cotidiana, en la mañana del día viernes.


(Es curioso como los colores y los días de la semana influyen en nuestra actitud.  A través de los años me he podido dar cuenta de ello...y de otras cosas más, claro está. ¡No me iba a pasar toda la vida pensando en colores y días semanales, jajaja!  El lunes es el día  de la resignación y del funcionamiento a media máquina, pleno de deseo que los días siguientes pasen rápido hasta llegar al jueves, víspera el viernes -obvio- y portador de la buena noticia, insoslayable e inexorable, de que ya el fin de semana está cerca y ha llegado la hora del descanso. Casi pareciera, a veces, que uno sólo hubiera nacido para esperar los fines de semana...y los otros días son mero acompañamiento. En cuanto a los colores, hay un par de ellos que me dan fuerza y energía, el rojo y el azulino; este último es mi color favorito. En ocasiones especiales, cuando debo iniciar un desafío, utilizo principalmente el rojo, el que me da fuerza y seguridad. El azulino, me da alegría y simpatía -creo, jajaja-. Pareciera que los días azulinos hacen aflorar mi ingenio y creatividad. Suelo estar chispeante, jajaja. Para aminorar el peso oscuro del color negro, siempre lo combino  con algún tono contrastante, ya sea amarillo, naranjo, verde, blanco, rojo, al igual que el café con el cual juego a los matices.)
    Ya en su lugar de trabajo se sintió a salvo de la polar temperatura. A pesar del día, todos llegaron a tiempo de compartir  un café o un té mañanero. Durante la semana laboral, hay días más animados y muy divertidos, dependiendo de los comensales a la hora del café. Algunos, hasta coprolálicos  y otros pseudointelectuales (a los días, me refiero).
 Comienza la jornada. Cada uno se prepara su café, acompañándolo con algún sandwich o galleta, dependiendo del hambre, las costumbres y los medios. No falta el que llega con un té especial (de los caros e importados) o un capuchino.  Nuestra amiga se sirve sólo café, como siempre.  Ya ha tomado en casa, pero, luego del frío sufrido en el trayecto, un nuevo coffe es bienvenido. La conversación gira en torno a animales: perros, gatos, conejos, ratones. Casi se podría abrir  un zoo con todos los invocados. De pronto, Daniel dice que los gatos, en realidad, no cazan ratones  como todos creen, los perros, sí.  El rechazo colectivo  no se hace esperar. No todos aceptan ese vuelco  revolucionario de creencias tan atávicas. 
¿Cómo un gato no va a cazar ratones,?, reclama escandalizado Patricio. Agrega: "¡¿O sea que nos engañaron toda la vida con Tom y Jerry?! Surgen risas espontáneas ante tan sentida queja, al estilo "Los doce juegos" de Los Prisioneros. De gatos y perros se pasa a los conejos. Daniel vuelve a lanzar una molotov sobre el tapete, compartiendo que tuvo un orejudo amigo a quien todos los perros de "la pobla" le tenían terror. Este  "inocente" mamífero dejaba que sus enemigos se acercaran y los tomaba por sorpresa lanzándoseles al cuello ...o cogote.
 No faltó la mirada incrédula y las ganas de repetir la afamada  frase, digna del bronce, de Natalia Valdebenito, "¿Y vo' creí que ...?" (no termino la dichosa frase porque mi religión no me lo permite, jajaja). De corolario y para terminar de derribar mitos ancestrales, creencias requeteprofundas, saberes consuetudinarios y costumbres milenarias, además de cuanta cosa antiquísima se les pudiera ocurrir, va Daniel (tan travieso él) y lanza la pregunta del millón: 
- ¿Saben ustedes cuál es la parte del conejo más preciada? 
   Algunos estuvieron a punto de decir "las patas", pero, no, era demasiado fácil la respuesta, así que se obligaron a  callar para no pecar de ingenuos, supersticiosos, ilógicos e ignorantes. "¿Con qué cosa irá a salir éste ahora? ¡No creo que los conejos tengan una perla en su interior  como las ostras! Jajaja", pensaba para sí doña Principessa. 
- ¡La orina! 
- ¡Qué???
- ¡Sí! De ella se hacen los perfumes...
  Luego fue explicando como, científicamente, se le extrae o anula el olor a almizcle a dicha orina y se le agregan los distintos aromas, para que el producto final tenga una mayor permanencia en la piel. No faltó el que dijo "¡Por suerte yo no uso perfume!". 
   El ¡¡¡timbre!!! (aunque no la campana) los salvó de aquel Atila, derribador de cuanta creencia infantil o adolescente persistía en los últimos reductos de inocencia de cada uno de ellos. Abandonaron la sala de profes riéndose de lo conversado y compartido. Doña, para no ser menos, emprendió la subida de los peldaños, pensando que muchas veces es mejor permanecer en la ignorancia para ser feliz. De todas maneras, al volver a palacio, se propuso examinar olfativamente sus perfumes, no vaya a ser cosa que por culpa de ellos y los conejos aún esté sola, a pesar de sus numerosos y extraordinarios  atractivos (jajaja)
  

 

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