A pesar de no dejar mucha huella en mi bagaje cultural, lo más bien que pude desempeñarme en el mundo cotidiano. En la universidad, por ejemplo, ahorrando al máximo los pesos que obtenía por el pago de alguna ayudantía (en atención de Biblioteca universitaria o en las cátedras de Latín o Lingüística) para pedir lo menos posible a mis padres. Más tarde, ya siendo profesional, ahorrando para ir completando el equipamiento de mi hogar. Eso significaba, por supuesto, privarse de muchas cosas gratas.
A propósito de los esfuerzos realizados durante toda la vida para, a estas alturas del partido, gozar de la tranquilidad del descanso sin carencias, conversábamos, hace un par de días con mi amiga Carmen al teléfono. Lo triste, por un lado -sólo por uno-, es que todo ese esfuerzo y privaciones de 40 o más años, lo venimos a disfrutar en los últimos 10 ó 20 que nos queden de vida. En fin, si fuera más, no nos alcanzarían los fondos, probablemente.
En esta sociedad actual del "avanzado" siglo XXI, siguiendo en el ámbito económico, pareciera que todo está en venta. A los productos habituales imprescindibles para cubrir nuestras necesidades básicas, se agrega todo lo superfluo. No es una novedad, en todo caso. Desde que el ser humano dejó de andar en cuatro patas, seguro -se los doy firmado- luchó por obtener bienes superfluos, ya sea a través del trueque, de la amenaza o de la violencia. Una piel que le agradara, un arma mejor terminada, una piedra brillante u otro objeto por el estilo. Han pasado milenios y la situación no ha cambiado mucho: la compra -y venta- sigue siendo a cambio de algo -dinero- y el larguísimo listado de mercancías en venta no sólo se limita a lo concreto. Hay servicios de todo tipo y para todos los gustos, de los aceptables y de los prohibidos. El ser humano ha vuelto a ser mercancía de cambio, aunque ahora no tenga el título de esclavo. Se vende y compra sexo, se vende y compra la libertad, la conciencia, las amistades, la seguridad, el olvido, el conocimiento, etc. Todo se compra y todo se vende en el gran mercado del neoliberalismo, 😁.
Tanto cuando era joven como cuando no lo era tanto, también compré del otro tipo de humo. El metafórico, ejem,🙅. No había madurado; seguía siendo la tontorrona romántica e ingenua que "compra" lo que más de un charlatán le ofrece personal o colectivamente. Porque así es la cosa: uno se deja envolver por la labia de los vendedores profesionales de humo, especialmente cuando está en estado vulnerable. Es el momento en que estos oportunistas eligen acercarte a ti para enamorarte y/o aprovecharse (cuando uso el 'aprovecharse' no necesariamente aludo a lo sexual; más de alguien también puede querer usufructuar tus contactos, tu posición o tu dinero). O puede ser que deseen estafarte mediante el 'cuento del tío' -o del pariente que sea,😁-, sin necesidad de establecer una relación sentimental contigo. Eso en lo personal.
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