domingo, 17 de julio de 2022

Cazadores...

 

   En este mundo de contrastes y opuestos, de belleza y fealdad, de razón y de locura, de amores intensos y odios profundos, hay unos seres que se mueven como peces en el agua. El caos les moviliza, les alimenta y les beneficia. Son los cazadores, grupo, tribu o parte de la especie que sabe de metas claras. Hoy el ser humano ya no caza sólo lo necesario para alimentarse, sino lo máximo que le permita sacar provecho más allá del alimento personal o familiar. Caza para medrar por sobre otros. Y eso está bien (jajaja, apuesto que más de alguien pensaba que iba a lanzar diatribas sobre quien caza para emprender) siempre que no deje un reguero de víctimas a su paso. No estoy contra el emprendimiento, para nada; al contrario, admiro la voluntad, creatividad y esfuerzo de aquellos que se atreven a emprender. ¡Ojalá hubiera pertenecido a ese grupo! Pero no, soy más bien de materia observadora que de actriz, más planificadora que creativa, más organizadora que actuante.  

   Cuando uno analiza grosso modo a la especie humana en esta selva presente, pareciera que sus integrantes -entre los que debo contarme- siguen categorizándose según la dualidad cazador-presa, aunque la ropa que vistamos no sea primitiva ni nos adornemos con plumas en la nuca. Algunos le hacen honor al sentido primigenio del oficio (participan en safaris "a todo cuete" o en pequeñas salidas particulares o de amigos), otros experimentan el adrenalínico oficio con presas menos políticamente aceptables, al estilo de don Juan Tenorio o de Jack el Destripador, dependiendo de sus respectivas tablas de valores o disvalores (¡de todo hay en la viña del Señor!, claro, cazadores y cazados). Otros incursionan en el mundo de la política (cazando adeptos), del comercio (clientes), del mundo bursátil(💰y acciones), de la delincuencia a distintas escalas o de la estafa. Hay para todos los gustos. Algunos cazan a cazadores desprevenidos o descuidados y se llevan la tajada del león, aunque con más riesgos que el rey de la selva que descansa más bien en su fama que en la demostración constante.Pensándolo bien, debe ser cansador aquello de estar permanentemente probando ser el macho Alfa de una manada. 

  Habemos algunos que, aun cuando compartimos con los demás del rubro la pasión por la búsqueda del premio especial, no hacemos daño. Respetamos los límites, pues queremos -y hacemos- que respeten nuestro m2. Ahí me ubico yo, 😃.  Buscamos en solitario y gozamos de la alegría del encuentro. Somos los cazadores de momentos especiales, ya sea en contacto con el entorno o con nosotros mismos. No me refiero a los cazadores de tormentas, de récords en diferentes áreas, que muchas veces arriesgan sus vidas o la de cercanos. No, esto es mucho más inocuo y tranquilo, más personal. Me refiero a practicar la caza de imágenes, que es una de mis pasiones.

   Lograr la mejor imagen de una luna de fresa o luna llena, la óptima fotografía de un árbol deshojado recortándose en el cielo, las nubes de una tormenta que se aproxima, un arcoris jugando a abrazar la tierra, una puesta de sol luminosa e inolvidable, las huellas de alguien en la arena, la visión de una embarcación recortándose en el horizonte, unos surfistas haciendo cabriolas sobre las olas, el vuelo de unas aves, el aleteo de una mariposa al llegar la primavera, una mullida alfombra de hojas otoñales,...¡eso es lo máximo! Claro que hay detractores, que dicen que uno se pierde el goce real por estar preocupado de captar con una máquina intermediaria un momento único o una imagen hermosa. Cada cual con su cada cual. En gustos -dicen- no hay nada escrito, 😉. 

  Hace unos días salí de palacio luego de unas jornadas in door, producto del frío, la lluvia y la innecesaria obligación de abandonar mi refugio. La salida no podía ser más puntual y práctica: la compra de unos fármacos a sólo cuatro cuadras de distancia. Sin embargo, la atmósfera me atrapó en sus hilos (¿?) y amplió mis objetivos. A lo lejos, a media altura, se veía la nieve en un promontorio montañoso. Y como la Montaña 🌄 no podía venir a mí, yo fui hasta ella. Ya en la mañana, al levantarme la había divisado a lo lejos sobre el perfil de los edificios (había sido el primer llamado). Las cuatro cuadras se transformaron en cuatro kilómetros porque "necesitaba" imágenes sin cables, semáforos ni postes. 

Me fui por una ruta ya conocida, Avda. Baquedano, pero hice una incursión no planificada. En realidad, toda la caminata había sido un producto espontáneo. Me introduje al Parque Baquedano (ex Cementerio N°2, ahora lo sé). Hermoso lugar, a pesar de su propósito. Me encontré de sopetón con un sector de numerosas tumbas a ras de tierra, muy juntas y ordenadas. Al leer el monolito que la preside me enteré de que allí yacen las víctimas de la Tragedia del Humo, suceso que ocurrió en 1945, que ocasionó la muerte de 355 obreros de El teniente, fallecidos por la inhalación de monóxido de carbono al interior de la mina, hecho sin parangón en su rubro a nivel mundial (¡triste récord!). Recorrí parte del cementerio, con hermosos y antiguas tumbas y algunos mausoleos. Al fondo, la Cordillera de la Costa brillaba nítida bañada por los rayos del sol sobre la nieve. Sólo al llegar al sector de los Nichos recordé que había estado una vez en aquel lugar (acompañando a un funcionario en la sepultaron de su madre) 

    Mi caminata no terminó allí. Llegué hasta la Ruta H-210, caminé por ella e inicié el camino de regreso por una avenida paralela, la Alameda. El trayecto por la ruta me permitió obtener imágenes más "puras" de los picachos nevados,... ¡hermosos! Al final fue un muy buen ejercicio (10 kms.de recorrido), respirando a pleno pulmón un aire helado pero bastante puro, con el añadido muy importante de una buena cantidad de hermosas fotografías.    


    Un par de días después, al realizar la visita quincenal a mi querida hija, no pude dejar de admirar la otra cadena montañosa, la Cordillera de Los Andes, blanca ya desde baja altura. ¡Imponente, majestuosa, nuestra! Ese día sábado -ayer- la vuelta a casa la hice caminando y aunque la caza no fue abundante, mi cuerpo se sintió agradecido de la energía consumida. Mens sana in corpore sano. ¡Aunque sólo sea de vez en cuando! Peor es nada. Hasta pronto. 



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