Infancia.... [Hoy]
Maui corría feliz por la pampa aledaña a la casa. Sus competidores eran su hermano menor y la Luna, que en el momento del crepúsculo, brillaba, nueva, como un balón dorado. Su risa y sus gritos de alegría por seguir a la cabeza de la competencia se oían desde lejos y alegraban el alma de quienes los escuchaban.
A pesar de no tener un porte atlético, con fuerza, entusiasmo y resistencia estaba logrando su objetivo y sólo le faltaban unos pasos para alcanzar la meta. Al hacerlo, se sentó en la hierba a descansar. Respiraba acezante pero feliz. Había superado a su hermano aunque no a la Luna. ¡Era una competidora invencible!
Pronto escucharon la voz de su madre, llamándolos. Era hora de entrar a casa, lavarse, servirse una taza de café con pan, para luego ir a acostarse. El día había llegado a su fin.
Tenía poco más de 6 años y ya el sistema escolar la había atrapado. Pero le gustaba ponerse su delantal blanco en las mañanas para concurrir a la escuela con su hermana mayor. Su hermano ingresaría al año siguiente, así que, por el momento, ellas eran las privilegiadas en la atención de sus padres. El propósito era que desarrollen con éxito la etapa escolar. Faltaba muy poco para que terminen ese período académico y comiencen las esperadas vacaciones de verano. A Maui le gustaba ir a la escuela, pero también le gustaba perderse entre los árboles con sus hermanos y vecinos a la hora del buen tiempo. ¡Era fantástico! En todo caso, ese año, el primero como estudiante permanente, no había sido del todo regular. Un gran acontecimiento había interrumpido, por un buen tiempo, su tarea -y la de todos-. La escuela, destruida por un gran terremoto debió ser trasladada a otro lugar, una casa inmensa, la que fue habilitada para las clases y tenía la ventaja de quedar más cerca, además de contar con un enorme patio. Eso sí, el lago estaba lejos. ¡¡Lo añoraba!!
Para ir a la nueva escuela, habiendo buen tiempo acortaban camino por las pampas existentes desde el fondo del retén y llegaban en 15 minutos a su destino, luego de atravesar un par de cercas divisorias. Si llovía era más complicado, pues debían cuidar de no caerse en las charcas o hundirse en el barro de los pasos habilitados. No habría sido muy grato para su madre tener que lavar delantales blancos sucios de lodo.
Eran los primeros días de diciembre de 1960. La huerta ya empezaba a mostrarse verde y pujante; los árboles frutales, especialmente los cerezos, eran examinados por Maui a diario, en espera de la maduración completa. ¡Mmmm! Se le hacía agua la boca pensando en esas pequeñas esferas de color rosa y rojo, carnosas y jugosas. Ya faltaba poco para disfrutarlas. Estaba impaciente.
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Creo recordar que no había jazmines en el jardín de la casa en que vivíamos en ese tiempo lejano, pero fuimos muy felices. Bien alimentados y cuidados, con una vida tranquila y sencilla, con todo el espacio para jugar, correr y entretenernos, el reloj marcaba las horas pausadamente. Fue el tiempo de los cuentos clásicos y las historias de terror; el de los juegos a las casitas y a la escuelita durante el invierno; fue la época de la caza de mariposas, saltamontes y lagartijas en verano; fue el período de las casas imaginarias arriba de los árboles frutales; fue el tiempo de la leche al pie de las vacas todas las mañanas, de las papas asadas en la ceniza, de las callampas silvestres asadas sobre la cocina; el tiempo del juego y la aventura cotidiana, de las carreras y los saltos, de los sustos nocturnos a veces, de los amaneceres diáfanos y tranquilizadores...tiempo que ya no volverá y que se añora...
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