Pasados los años -más de seis ya, quién lo diría- creía en mi humana soberbia que el mar ya estaba calmo, que el dolor había remitido, que tu ausencia ya estaba asumida. Sin embargo, ciertas decisiones tomadas, al transformarlas en acciones, me demostraron que el dolor estaba ahí, agazapado, preparado para explotar con mayor fuerza de la esperada. Éste no había desaparecido, sino que simplemente había logrado ir empujándolo hacia el fondo del baúl de mis experiencias vitales .
Cuando tomé la decisión de vender tu departamento -que no fue nada de fácil y que hasta hace poco ni siquiera me lo había planteado racionalmente- no pensé nunca que la carga emocional de preparar el traslado de tus pertenencias terrenales iba a ser tan difícil. Al darme cuenta que no podía traer absolutamente todo, debí iniciar la tarea de seleccionar y fue en ese momento en que el pragmatismo y el poco tiempo que tenía mientras llegaba el camión de mudanza, gobernó mis actos y me llevó a realizar más rápido la labor.
Dejé para el final lo más difícil, sin estar plenamente consciente de ello: revisar tus cuadernos. Ver tu pequeña y ordenada letra, junto a innumerables ejercicios matemáticos que formaban parte de las diferentes asignaturas de tus estudios universitarios, casi me noqueó.
Observar aquellas páginas laboriosamente escritas me llevó a recordarte inclinada sobre tus cuadernos desarrollando las guías de ejercicios en más de algún sábado o domingo que compartimos en Santiago o Rancagua. Los recuerdos me invadieron... Sin embargo, me vi en la necesidad de seleccionar, y mientras lo hacía iba pidiéndote perdón mentalmente por lo que estaba haciendo. Me pareció estar borrando tu memoria, no valorando tu esfuerzo, negando parte importante de tu historia. El sentimiento de culpa me inundó...
Pasado el momento, sólo puedo asegurarte que no te he olvidado, que te quiero igual o más que en vida, que agradezco haberte conocido y formar parte de tu historia por veinticinco años, que sigo acá -si es que hay un más allá- sólo porque mi trayectoria ha sido más larga y no está en mí darle fin. Sólo espero que, al igual que Coco, no se me olvide tu existencia ni cada una de las alegrías y tristezas compartidas.
Siempre presente, querida hija...
Dejé para el final lo más difícil, sin estar plenamente consciente de ello: revisar tus cuadernos. Ver tu pequeña y ordenada letra, junto a innumerables ejercicios matemáticos que formaban parte de las diferentes asignaturas de tus estudios universitarios, casi me noqueó.
Observar aquellas páginas laboriosamente escritas me llevó a recordarte inclinada sobre tus cuadernos desarrollando las guías de ejercicios en más de algún sábado o domingo que compartimos en Santiago o Rancagua. Los recuerdos me invadieron... Sin embargo, me vi en la necesidad de seleccionar, y mientras lo hacía iba pidiéndote perdón mentalmente por lo que estaba haciendo. Me pareció estar borrando tu memoria, no valorando tu esfuerzo, negando parte importante de tu historia. El sentimiento de culpa me inundó...
Pasado el momento, sólo puedo asegurarte que no te he olvidado, que te quiero igual o más que en vida, que agradezco haberte conocido y formar parte de tu historia por veinticinco años, que sigo acá -si es que hay un más allá- sólo porque mi trayectoria ha sido más larga y no está en mí darle fin. Sólo espero que, al igual que Coco, no se me olvide tu existencia ni cada una de las alegrías y tristezas compartidas.
Siempre presente, querida hija...
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