martes, 10 de enero de 2017

Toledo y su legado.

  Toledo no estaba en nuestro itinerario, Sin embargo, cuando regresamos a Madrid, nos quedaban 4 días completos para seguir conociendo la capital o buscar algún lugar cercano. Es así como decidimos tomar un tour diario a Toledo, para aprovechar de conocer algo de lo que esta ciudad significó para el Imperio Español.
 En esos días en Madrid, entre Navidad y Año Nuevo, el clima estaba bastante bueno para ser ya invierno,  de manera que no esperábamos, aunque habíamos revisado el tiempo a través de internet, la niebla espesa que invadía la ciudad de Toledo cuando llegamos pasadas las 10 de la mañana. ¡Parecía un escenario especial de películas de terror! Y no sólo eso, lo terrible es que nos impediría tomar imágenes nítidas y de las panorámicas...¡ni hablar! ¡Qué lástima!

   Antes de "subir" a la ciudad vieja, unas ruinas nos dieron la bienvenida: correspondían a la Iglesia de San Pablo. Era el mejor augurio para lo que nos aprestábamos a visitar.  

Subir hasta la ciudad nos llevó trasladarnos por seis o más escaleras mecánicas 
(¡por suerte, porque en escaleras no-mecánicas no habría sido un ejercicio fácil!) hasta llegar a un Mirador (desde el que no se veía nada, claro está) y luego a subir por una calle por medio de la cual desembocamos en la Plaza Zocodover, puerta de entrada para la ciudad antigua, lugar donde se coordinaban todos los tours.


  La guía que nos correspondía a los que hablábamos español (peruana de nacionalidad, ¡qué paradoja!) nos acompañaría un poco más de una hora por distintos hitos de Toledo y luego nos daría el resto del tiempo para uso personal, con algunas sugerencias. La seguimos hasta la entrada del casco antiguo y lo primero que nos esperaba era una armadura medieval en la entrada de un local comercial de souvenirs. Fue el momento en que nos informó que las actividades más relevantes de Toledo eran tres: 
* la elaboración de mazapanes propios (más adelante, en un local dedicado a ello, nos encontramos de frente a la imagen más grande de Don Quijote, hecha completa de mazapán, así como la Catedral de Toledo en la vitrina, del mismo material, en la que se observaba cada uno de los detalles de la construcción originaria)


**la fabricación de escudosespadas, cortaplumas y cuchillos (tan destacados en ello, que, incluso, la famosa serie Juego de Tronos se había provisto de espadas en Toledo) y,
 
*** en tercer lugar, el damasquinado. ¿Qué es eso?, me pregunté. Entendí que provenía de la palabra "damasco", que puede aludir a la fruta o a la ciudad de Damasco, otrora tan relevante en el ámbito comercial con Oriente. Eso pasó a velocidad luz por mi mente, lógico (jajaja)... En forma menos veloz, la guía nos explicó que era una técnica de orfebrería que consistía en introducir hilos de oro -o plata- en el acero. 
Precisamente, el primer local al que nos llevó era especializado en artículos de esta técnica, en donde también pudimos observar un orfebre realizando este trabajo, que era una tarea de chinos (algo así como bordar punto cruz en un tela de hilos muy finos; valga la analogía, pues cuando era jovencísima, como toda princesa que se precia de tal, tardes enteras, durante mis vacaciones me dedicaba al bordado punto de cruz ...y otros puntos). ¡Uff! Me dieron ganas de cantar : "¡Si yo fuera rica, laralaralaralaralaralaralaralá!" ¡Había tanto objeto y joyas hermosas!, pero... ¡el precio también era hermoso! (jajaja). De todas maneras revisé y pregunté algunos objetos pequeños para tener una referencia. 


    Como la guía nos dejó por unos minutos para que nos tentáramos con los productos (ésa es la estrategia), yo me fui al local de la armadura y aproveché de comparar los costos de similares artículos. Como estaban más baratos, me tiré a la piscina enseguida. Compré un juego de aros con colgante, una pulsera, un anillo y un precioso aunque bien pequeño platillo con la imagen de Don Quijote y Sancho. ¡Quedé fascinada con mi compra! 
  (Varias veces me ha pasado que no me decido en comprar y opto por cotizar en más lugares, conformándome con decir "después vuelvo si aquí es más barato". El problema es que después, como he visto varios locales, ya ni me acuerdo dónde era -no me gusta anotar- y tampoco regreso. La mejor estrategia es consultar un par de opciones, decidirse y luego no volver a mirar lo mismo en ningún otro local. Así no hay posibilidades de arrepentimiento). 

 Ingresamos por las estrechas, húmedas, nebulosas, frías y adoquinadas calles de Toledo.
 A ambos lados del camino había tiendas y restaurantes preparados para los turistas, que, de a poco, comenzaban a aumentar.
 Llegamos a la entrada de la Plaza del Ayuntamiento desde donde ya se divisaba la máxima joya de esta ciudad: la Catedral Sta. María de Toledo.
 Esta construcción comenzó el año 1226 y se terminó el año 1493. Es considerada una de las más importantes y ricas del mundo. La torre más alta tiene una altura de 94 metros. Cuenta con 9 campanas, una de las cuales es la tercera más grande del mundo (pesa 28 toneladas y sólo ha sido tocada una vez, para su inauguración, momento en el cual se quebró, ¡plop!). La segunda torre, la más baja, fue obra del hijo de El Greco. 
El Greco, cuyo verdadero nombre fue Doménikos Theotokópoulos, siendo de origen griego, llegó joven a Toledo, donde residió el resto de su vida (hasta 1614).
 Pintor de relevancia mundial, representante del Renacimiento y creador de un estilo propio. Por su importancia es que llegamos hasta el Museo de su nombre, aunque se nos informó que allí sólo hay algunas de sus obras, las que están en la Catedral y otros lugares religiosos y culturales. 
    Del Museo de El Greco estábamos a un paso de una plaza-mirador, desde donde se podría ver el famoso, histórico y nunca bien ponderado Río Tajo si no hubiera tanta niebla (¡cueck!) 
    En nuestro recorrido guiado cruzamos por el Barrio Judío
 y nos informamos de qué manera las otrora mezquitas debieron ser transformadas en construcciones católicas, exigencia que se les impuso para quedarse en el territorio español (siglo XV). 
    Terminada la compañía de la guía, nos fuimos a almorzar, pues el frío nos planteaba la urgencia de ingerir alimentos calientes. Así que una sopa de alubias con carne de liebre mi caso (¡mmm, deliciosa!), comenzó el proceso de deshielo de mi estómago (jajaja)

   Luego de recuperado el equilibrio corporal, mientras mis compañeras realizaban sus compras, yo me dediqué a recorrer la ciudad, toda vez que la niebla ya había desaparecido y el sol comenzaba a asomarse. 

 Mis inquietas patitas me llevaron a otros lugares cercanos imperdibles: 

el Monasterio de San Juan de los Reyes, espectacular construcción gótica; 

 la Muralla Defensiva de la ciudad con sus respectiva Puerta del Sol, que una vez la crucé pude acceder a una visión panorámica de los alrededores de la ciudad, así como del Río Tajo. Más de él pude ver una vez que llegué hasta el Puente San Martín, con sus respectivas puertas, todo con siglos de existencia. 

   El aire medieval que se palpa y respira al recorrer Toledo es impresionante.

 Fue como si al pasar por debajo del arco navideño de una de las calles de la plaza, hubiéramos retrocedido en el tiempo y tocáramos la Historia de estos lugares,
a través de cada uno de los adoquines de sus calles, de los peldaños de sus escaleras, piedras y ladrillos de cada una  de las paredes de edificios y construcciones.

   En síntesis, el frío inicial valió la pena, pues al salir el sol, hasta pude obtener una fotografía especial: el reflejo de la Catedral en la Fuente del Ayuntamiento.  ¡Qué mejor!
    

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