ACERCA DE …HERNÁN RIVERA LETELIER
Desde
que leí la novela “Himno del ángel
parado en una pata” -gracias al préstamo de una colega y amiga (libro que a su
vez le habían prestado)- me cayó “en gracia” Hernán Rivera Letelier. Desde esa
vez he leído todas, o casi todas sus obras : Los Trenes se van al Purgatorio,
La Reina Isabel
cantaba Rancheras, Fatamorgana de Amor con Banda de Música, Santa
María de las Flores Negras, Romance del Duende que me escribe las
Novelas. A pesar de que todas me han parecido buenísimas, con la que me reí
a carcajadas fue con “Canción para caminar sobre las aguas”. Encontré
genial la manera de novelar el tiempo histórico en que transcurren los hechos:
tiempos del movimiento hippie chileno, que coinciden con los años del gobierno de
Salvador Allende Gossens. También, para ser justa, debo categorizar de genial,
la conjunción de esos tres personajes que vagan por los caminos y pueblos del
norte y centro chileno, tan dispares en sus orígenes y en su tabla de valores,
pero tan parecidos en la profundidad humana mostrada. Los une ese deseo
romántico y adolescente de ser libres, de gozar de la vida –sin ataduras
laborales, familiares, convencionales que les supone la vida en sociedad – y el
rechazo visceral a vivir bajo el
catálogo de “gente normal y productiva”.
Resulta una lección de humanidad -en el más puro sentido de
la palabra- y de riqueza espiritual, la
ayuda mutua que se prestan cuando uno de ellos está en aprietos. No obstante,
no carecen de debilidades profundamente humanas: el apetito de la carne que cada uno posee, ya sea bajo
el apellido de lujuria, flojera, hambre o molicie, no deja de estar presente.
Personajes
que en sus nombres sintetizan el paradójico anhelo de grandeza unido a una cuna
muy poco noble, por decir lo menos. Tenemos
a un Brando Taberna, cuyo aristocrático nombre hollywoodense –cuyo
referente es Marlon Brando-, tiene un
aterrizaje forzoso y carente de dignidad, al unirse al apellido “Taberna”, que
tiene más de “picante” que
de elegante, retrato de cuerpo entero de su dueño, quien renunció a su
verdadero nombre –Hildebrando- por uno
que “sonara” más. Es enamoradizo hasta decir basta, colocolino en grado
sumo, partidario del gobierno socialista democráticamente elegido, poeta
popular, soñando siempre con transformarse en un vate reconocido. Sus aspiraciones se
fundamentan en algunos aciertos y premios ganados en unos cursis programas
radiales.
Y a los sones de la música de Santana, de las letras y
ritmos de los grupos de la época
-Quilapayún, Illapu en sus inicios, Los Jaivas- pasan sus días, viven las horas, recorren los
caminos, arriba de camiones, camionetas,
tren, carreta, cuando no , a pie.
Cristo Pérez , mezcla entre Santón iluminado y
ayunante y hippie pobre y famélico, es
parte del trío. De Cristo, la complexión física y la oratoria (delgado, cabello
largo y el don y conocimiento del Verbo, demostrado en ocasiones especiales);
de Pérez –con el perdón de los Pérez- el disgusto por el trabajo, el miedo a la
limpieza y el escaso espíritu emprendedor. Amante de la marihuana, pasa hambre
junto a sus amigos o disfruta con ellos de
la abundancia. Se conforma con lo mínimo; lo básico le basta: comer,
beber, fumar, tener un lugar donde dormir lo suficiente tibio para no enfermar.
Y la gente que los ve recorrer los caminos, los ayuda, los
envidia y, también, prejuiciosamente, los discrimina, castiga y maltrata.
Jerónima
“Monroe” completa el triángulo. Único
personaje cuyo origen
es de clase media, de lo cual, en el fondo, se siente muy
orgullosa, haciéndolo notar en ocasiones. Es pariente de un famoso y conocido
sacerdote e intelectual, partidario del régimen militar: don Saúl Hasbún,
verdadero apellido que oculta tras el que tomó prestado. Es admiradora fanática
de Marilyn Monroe, imitándola en todo lo que le es posible: ademanes, acciones
y postura vital. Pero no sólo su nombre entra en franca contradicción con el de
la diva del cine, sino también su estampa, que sí da cuenta de lo poco poético
y sutil de su nombre. Porque es una
tremenda gorda, hedonista a carta cabal. La lujuria hace rápida presa de ella,
que se deja llevar sin remordimientos, manteniéndose en paz con su conciencia y
siendo coherente en sus principios y actos, independiente que éstos sean o no adecuados desde una perspectiva de lo
éticamente correcto.
Sin duda, Hernán Rivera Letelier sabe expresar el alma
de la gente del pueblo. Sus obras dan cuenta de su infancia
en las abandonadas Oficinas Salitreras. A ese mundo, perdido y añorado,
pertenece la mayoría de sus personajes, que cobran vida hoy, a través de la
lectura, de esta maravillosa máquina del tiempo que es cada una de sus novelas.
(Mónica Álvarez Saldaña, 11- 17
Enero 2006)