viernes, 22 de marzo de 2019

Descubrimiento...

   Pareciera que los finales o términos de algo siempre suponen una dificultad, para bien o mal. Si terminas algo muy negativo o tremendamente  tedioso, tienes la grata y feliz posibilidad de iniciar o continuar sin aquello que lastimaba o entorpecía tu vida, tu quehacer cotidiano o tu tranquilidad. 
    Si lo que termina es algo feliz, debes iniciar el doloroso proceso de acostumbrarte a la falta, a la añoranza, a la ausencia. En este caso, en que también se inicia una nueva etapa, el camino es más difícil y largo.
    Guardando las distancias, me he dado cuenta que, cuando termino de leer un libro, debo resetearme e iniciar un proceso de adaptación y aceptación, para luego comenzar con una nueva historia. Las buenas novelas -y las buenas películas-  me provocan eso. Me cuesta desprenderme de los personajes, y es así como me pareciera una traición dejarlos en el pasado para iniciar una nueva aventura. Y me he descubierto buscando excusas inconscientes para no voltear página y dejar atrás. Seguramente por eso prefiero las sagas... Claro que allí el problema de aceptación del final y reinicio es más complejo. Uno se ha habituado tanto - por un mes o más- a convivir con los personajes que casi han pasado a adquirir categoría de amigos -o enemigos-,  por lo que el abandono cuesta más.   
Llegué a estas conclusiones luego de terminar de leer
"Yo, Julia", la última y galardonada novela del español Santiago Posteguillo.  Con su historia me introduje en un tiempo histórico del que no sabía prácticamente nada y entré en contacto con un personaje fascinante: la mujer ideóloga en la cruenta e implacable lucha por el poder, que causa más impresión, porque contra todo pronóstico, a pesar de ser de origen sirio, logró conseguir sus objetivos (imponer una nueva dinastía imperial) allí mismo donde había fracasado Cleopatra un par de siglos antes . 
     Sabemos que la lucha por el poder no fue ninguna novedad en la  Roma Imperial ni en la Republicana. Los asesinatos de familias completas eran pan, no de cada día, pero sí de cada reino. Las traiciones eran parte del quehacer cotidiano, mientras la maledicencia, un deporte casi olímpico. ¡Qué vida más estresante, incierta y de agonía permanente! De allí que el trigo y la entretención asegurados para el alimento y el divertimento, remedio este último para el olvido temporal de la miseria diaria, fueron las vías genialmente implementadas para evitar el alzamiento social. Ya en el Circo, el Pueblo también se sentía poderoso y éste era el lugar -y momento- en que ejercía dicha atribución, aunque para ello estuviera condenando a muerte a otros seres humanos tan desfavorecidos por los dioses como ellos. 
   Fue toda una lección de Historia aprender de lo sucedido en tiempo de los emperadores Cómodo, Pértinax y Juliano, más la lucha por el trono de los tres gobernadores más poderosos, de la cual salió triunfante Septimio Severo ( o mejor dicho, Julia Domna) a fines del siglo II d.C., con el extraordinario plus de "reconocer" escenarios de la novela en el recuerdo de los vestigios romanos que recorrí hace muy poco. Vislumbré en mi memoria el Circo Máximo, el Monte Palatino con su palacio, el Coliseo, algún templo y el Foro Romano, así como el de Trajano. Una mezcla impagable  entre  ficción y realidad. 
    Novela recomendable en tiempo de mujeres poderosas.

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