viernes, 17 de febrero de 2023

Oscar...

  

   Oscar no es una nueva conquista, tampoco, vieja o antigua. Ya no estoy para esos trotes. Haciendo memoria, no recuerdo ningún varón con ese nombre cerca mío en todos mis años; más de un alumno debe haberse llamado así, pero nadie digno de este titular. Este Oscar, tan especial, se apellida Wilde. Me encontré con él (con una de sus obras, se entiende) vitrineando por YouTube. Ahora, luego de casi dos meses de adoptar a los audiolibros como mi disfrute intelectual diario en palacio, está apareciendo mayor variedad de autores, felizmente.   

  Primero, casi me atraganté con tanto ruso (Putin y su poderío digital sin duda) y con varios latinoamericanos en exceso (se nota que el Grupo de Puebla ha renacido de las cenizas). Muchos audios de García Márquez (libros todos leídos, así que ya no me resultó atractivo repetir), Juan José  Arreola y Juan Rulfo. Unos cuentos de Arreola son fantásticos, también de Rulfo, aunque siempre fui lejana a este último. Lo eludí lo más que pude, a excepción de algunos cuentos. Algo había leído de sus obras cumbres, Pedro Páramo y El llano en llamas, pero no me agradó su obra, especialmente por la omnipresencia de la muerte. No son obras para entretenerse, para terminar exultante al leerlas -tampoco es ése el objetivo de la buena literatura, lo tengo claro-. No, son pesadas, oscuras, deprimentes, desesperanzadas, un reflejo de la realidad de un México campesino siglo XX -no sé si habrá mejorado-, muy pobre, muy atrasado en los avances tecnológicos, abusado por los poderes fácticos, engañado por los caudillos, etc. 

No, mi veta socio-luchadora-activista no sobrevivió al contacto con el mundo del trabajo y la formación de familia, una vez que terminé la universidad. No desapareció del todo, pero quedó restringida al escenario escolar, no más que eso y de manera discreta. Así que por años, no volví a tocar estos escritores. Hace poco más de una semana que escuché las dos obras de Rulfo y no puedo dejar de reconocer la calidad literaria, la mezcla de realidad ficticia  con lo fantástico, las voces de los muertos conducidas por el viento; esa sensación de abandono, agobio, asfixia en la atmósfera de Comala, algo de lo cual sentí en carne propia al visitar Pisagua hace poco. Abandono, mar omnipresente, sol calcinante y el transcurso del tiempo reflejado en la desaparición de los nombres de las cruces y en el deterioro de las tumbas. ¡Qué analogía! 

   Decía que, suerte para mí, han aparecido nuevas ofertas de audiolibros.  Y entre ellos, uno de Oscar Wilde. No conocía  la obra ni de nombre y me picó la curiosidad. Lo más conocido de Wilde, el relato "El príncipe feliz", la novela El retrato de Dorian Gray -que sólo comencé  una vez-, más la obra dramática La importancia de llamarse Ernesto, que la recuerdo  más  por mi hermano valdiviano, que por el argumento del texto. Y de pronto, YouTube me ofrece De profundis.  ¡Me atrajo su título latino! 

    ¿Qué sabía yo de este Oscar antes de volver a él? Poco más que lo básico: su nacionalidad -irlandés-, sus obras principales, su importancia en el concierto literario mundial, que había sido homosexual y que aquello lo había llevado un par de años a la cárcel "por indecencia". Era el año 1895 y estábamos en la Inglaterra victoriana...y puritana.  

  Me sorprendió De profundis. No es una obra literaria propiamente tal: es una carta que escribe mientras está en la cárcel y que envía a su Alfred Douglas, quien fuera su pareja sentimental, luego de su separación matrimonial. Es una larguísima carta -de 5 horas-, terrible a la vez que bella, literariamente hablando.  En esta carta le enrostra a su amigo el abandono y el silencio en que lo ha dejado. Ya está pronto a cumplir su condena de dos años y Alfred nunca le ha escrito. No debemos olvidar que en esos tiempos la comunicación era tête à tête o por carta. La misiva sale desde lo profundo de su alma, del dolor, del amor y, también, de la razón. Acusa a su caro amigo, además de haberlo arruinado, de haber sido un obstáculo para su actividad literaria mientras estuvieron juntos. Detalla en grado sumo todas las discusiones,  separaciones, gastos en que incurrió por su culpa, cartas ofensivas que Alfred le envió para después volver pidiendo perdón...o pidiendo dinero. Lo acusa de poca imaginación, de poca inquietud intelectual, de no estar ni mínimamente a la altura de su genio. 

   [Abro paréntesis: Oscarito se sabe grande y no deja de decirlo; de modesto, ni un ápice. En su biografía se señala que en una ocasión en que viajó al extranjero, en la aduana se le preguntó si tenía algo que declarar. Él habría contestado "No tengo nada más que declarar que mi genio",😂.  ¡Grande,  Oscar! Cierro paréntesis]. 

  Gracias a aquellas páginas el lector se informa de lo mal que lo pasó en su primer año en prisión, especialmente. Imagínense: una persona acostumbrada al halago por sus aptitudes intelectuales, que se rodeaba de los artistas más destacados de su época,  reconocido  en todo el mundo, hijo de aristócrata, envuelto en una vida de comidas, fiestas, recepciones, es acusada de "sodomía y grave indecencia", junto a lo cual vino la quiebra y la prohibición de visitar a sus hijos. Es decir, de rey a mendigo, tal cual. Quiso matarse. Pensaba hacerlo al salir de prisión. Pero el tiempo, la soledad, el castigo le dio la oportunidad de ver las cosas de otra manera. Dio la bienvenida a la humildad y, poco a poco, deseó la salida y ansió tener el tiempo suficiente para escribir alguna gran obra. En la carta no sólo hay reproche para Alfred, también para la madre de éste. Para muchos de sus amigos y conocidos un agradecimiento profundo por sus palabras, sus actitudes, su acompañamiento a pesar de las circunstancias.  Además  de interiorizarnos de los detalles de su relación,  de los juicios que lo llevaron a la cárcel, de su estadía en prisión, hay una buena cantidad de páginas en que Wilde realiza un parangón entre la acción terrenal de Jesucristo y la labor del artista, comparación hecha muy a la medida, sin duda, pero interesante. Lo que no observé lo suficiente fue la asunción de su propia responsabilidad. Creo que se victimiza demasiado. Cedió en reiteradas ocasiones a los cantos de sirena de Alfred y a sus chantajes y cuando eso sucede sólo uno es responsable: por debilidad de carácter, por amor, por temor al escándalo, por lo que sea. ¡Al César lo que es del César!, 😉.

   Al revisar la biografía de Oscar para escribir esta crónica, con pesar verifico que no alcanzó a cumplir sus propósitos. Debió abandonar Londres, se reunió nuevamente con Alfred (¡pero, ¿¡cómo!?), sólo escribió una obra más y murió de meningitis tres años después y en medio de la indigencia. Triste final para el genio que realmente fue, pero los actos tienen consecuencias...No lo sabremos todos. Hasta pronto.



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