martes, 19 de abril de 2022

Matando ruiseñores...

   
    Un nuevo día es hoy. Nublado, frío. Unos rayos solares tratan de colarse entre las nubes. Recién, recién se ha vuelto luminoso el cielo y todo a su alrededor. Nada de ruiseñores en las cercanías, sólo  palomas. ¡Qué  lástima! Lástima  también por los rayos de sol, que perdieron luminosidad y se escaparon a otros lados, seguramente. 
  La verdad es que no conozco los ruiseñores. No sé distinguirlos a pesar de mi origen territorial sureño. Sin embargo, luego de buscar sus antecedentes y escuchar su canto por varios minutos, gracias a Google, me parece reconocer su gorjeo. No obstante, debe ser sólo coincidencia o un cercano parecido, pues con mi pésimo oído de siempre es difícil que pueda discriminar entre un canto de ave y otro. De inmediato aclaro: no es que sea sorda, simplemente carezco de una capacidad auditiva especial. Además, en Chile no hay ruiseñores; son originarios de Asia, Europa y África (¡sonamos!).    
   Terminé ayer tarde de leer la emotiva novela llamada Matar un ruiseñor de Harper Lee, publicada en 1960. Para variar, escuché  su mención  en algún video, la descargué pero como mi memoria, a estas alturas, está  tan corta como mis piernas,😄,olvidé su temática. Así que fue toda una sorpresa...hermosa, si pudiera así llamársele, en todo caso por el estilo y la calidad literaria, porque en cuanto al acontecimiento principal del relato, provoca una profunda tristeza y desaliento. 
   La historia se desarrolla en Alabama, condado de Maycomb, hacia el año 1935. En un tiempo presente indeterminado, Jean Louise Finch, más conocida como Scout, recuerda su infancia, entre los seis y nueve años, tiempo en que suceden los hechos narrados, desde que conocieron a Dill, el sobrino de siete años de su vecina que comenzó a llegar en los meses de verano al lugar. La protagonista es Scout y desde su mirada infantil nos asomamos al mundo de los "maycombanos" de esos años (¡jajaja, salió divertido el gentilicio!). Es un mundo muy especial, pleno de ciertos mitos y leyendas urbanas, mezclados con un razonamiento bastante maduro en ocasiones, producto de la educación valórica y cultural que les ha entregado su padre, Atticus Finch, abogado del pueblo. Es un tiempo de aprendizaje cotidiano, de acomodo a los cambios que la edad le va provocando a su hermano Jeremy Atticus -Jem-, su partner, cuatro años mayor que ella. Es un tiempo de adaptación al sistema educativo, que nada novedoso le ofrece, pues ya sabe leer al ingresar a la escuela. Hasta aquí todo bien, pero el vuelco comienza cuando, a golpes, Scout se ve envuelta en una pelea en que han ofendido a su padre. Le han llamado "ama-nigros" y sin saber lo que significa, la niña intuye que es un insulto. No sólo le consulta a Atticus lo que esto implica, sino también debe recurrir a él por varios otros conceptos desconocidos, entre ellos, 'violación'. Es de lo que acusan a Tom Robinson, un joven padre de 3 hijos, de raza negra. Quien acusa es parte de la última lacra social del lugar, pero es blanco. El proceso de preparación, el juicio mismo y las consecuencias son vividas por Scout y Jem desde sus miradas infantiles, sin poder comprender que sin haber ninguna prueba, con contradicciones  evidentes de parte de los acusadores, con un impedimento físico de parte del acusado para haber cometido el delito del cual se le acusa, es, sin embargo, considerado culpable por unanimidad.    
    Los niños de la historia han tenido siempre una cercanía natural con personas de raza negra. Calpurnia
(un nombre con abolengo, sin duda; así se llamaba la esposa de Julio César) es la
 cocinera de la casa, a quien conocen desde siempre (su madre murió cuando Scout tenía sólo dos años) y quien ha suplido la falta de guía materna por todos esos años. Han ido a la iglesia de Calpurnia y han sido acogidos afablemente, por lo que no tienen incorporado en su formación ninguna actitud de discriminación racial que sí existe en la mayoría de los habitantes de toda la zona sur estadounidense por esos años y muchos, más enconada aún debido a la pérdida de la Guerra de la Secesión. Por ello, la muerte de un Tom inocente es equivalente a la muerte de un ruiseñor, ave que sólo canta y alegra el bosque, sin hacer ningún daño. Eso fue precisamente lo que Atticus les prohibió matar, por constituir un verdadero pecado, a sus hijos cuando les regaló unos rifles de aire comprimido. Pero el pecado es parte consustancial del hombre y, hoy en día, el mismo se hace carne cada jornada, en las tierras ucranianas y en tantas otras partes. 
   La historia no termina allí. Hay, felizmente un "ruiseñor" que sí fue salvado. Es el inocente disminuido intelectualmente, pero que supo distinguir entre sus amigos y un asesino. Los  detalles se los dejo a los interesados (no agrego "interesadAS", pues el masculino incluye a TODOS, sean mujeres u hombres; son las reglas gramaticales todavía vigentes, por la gracia de Dios,😁,y ojalá, per seculum seculorum)
    Es una novela que me recordó a La cabaña del tío  Tom, leída  hace añossss, cuando era aún niña. La gracia del texto de Harper Lee es que no cae en lo panfletario. La crítica surge de los niños, quienes exigen explicaciones a los adultos. También hay crítica infantil en torno al sistema escolar y sus métodos, que coartan al que sabe más o tiene más habilidades, frenando su desarrollo y uniformándolo con el resto (de allí, el sentido de The wall de Pink Floid). La otra crítica dice relación con la educación femenina desde la más tierna infancia. Scout es muy mal vista por preferir el buzo a los vestidos color rosa. Y es a través  de ella, de Jem y Dill que, por añadidura, el lector puede disfrutar de varios pasajes muy divertidos. En varias ocasiones, solté espontáneamente la carcajada y no es porque me hubiera acordado de alguna diablura personal, precisamente.  
    Aprovechando que estoy en esta temática oscura, les compartiré otra lectura que hice unas semanas atrás. Se llama
Beloved, de la Nobel norteamericana Toni Morrison, publicada en 1987, también ganadora del premio Pulitzer, como la anterior. La historia retrocede más en el tiempo, 1873. Sethe, una esclava, logra huir de la plantación Sweet Home (¡qué ironía!) hasta Ohio (estado en que la esclavitud ha sido abolida). Logra llegar, casi por milagro, hasta Cincinnati, donde vive su suegra y ya han podido llegar, con anterioridad, sus tres hijos pequeños. Pero no arriba sola: en el trayecto su avanzado embarazo ha llegado a término. Todo marcha bien hasta que el "amo" los encuentra y, en su desesperación, Sethe decide matar a sus hijos. Sólo alcanza a matar a Beloved, de dos años. Desde ahí en adelante la casa en que viven parece estar poseída por un ser maligno que hace notar su presencia en forma violenta y permanente. Los niños, al cumplir 13 años, huyen de la casa. Ya han tenido suficiente con ese bebé rabioso. Pronto la suegra -también abuela- muere y sólo quedan en el hogar Sethe, Denver -su hija menor- y el fantasma. ¿Qué sucede de allí en adelante? ¿Por qué la novela tiene el nombre de la pequeña asesinada? Les invito a responder éstas y otras interrogantes que les hayan surgido. Personalmente, el tema de fantasmas, apariciones, presencias, entes o como quiera llamárseles, no es de mi interés, pero la novela está muy bien escrita y, además, es de una Premio Nobel.
    La tarde-noche ha caído. El día estuvo en calma. Les dejo para abordar otras tareas cotidianas: alimentarme e informarme. Hasta pronto.

sábado, 16 de abril de 2022

Puros y virtuosos...

   

    Hasta hace poco no sabía nada de Anatole France aparte de que era francés, del siglo XIX y que había obtenido el Premio Nobel en 1921 (¡por algo sería!, pensaba). Había escuchado más de una alabanza acerca de la sutileza y elegancia de su pluma, pero nada más. Finalmente decidí leerlo y quedé descolocada. Me sorprendió la perspectiva elegida en su relato. Como todo no-francés no-ideologizado (ya me parece escuchar a mis profes universitarios decirme "¡no se debe usar la doble negación pues confunde la comprensión!"; ¡na!) yo esperaba una visión crítica, ya sea abierta o implícita, acerca de los luctuosos hechos de la Revolución y las subsiguientes etapas de la República Francesa o una mirada objetiva de ese pasado histórico (Anatole France nació en 1844). Sin embargo, me encontré con un protagonista, ferviente admirador de los acontecimientos históricos y cotidianos que se viven en el París de 1793-1794, cuando está en plena vigencia la maquinaria guillotinesca y aunque él, Évariste Gamelin, apenas logra llevar algún día pan para el hogar que comparte con su madre, no demoniza su situación ni culpa a nadie -menos a la Revolución-. 

   Analizando el recurso utilizado por el autor para explicarlo de manera adecuada, me acordé de Cervantes, quien no criticó a las novelas caballeresca sino que escribió una más de ellas en forma de parodia, dando fin así a la  moda literaria que detestaba. Lo que no esperaba, dicen, es que esa última novela caballeresca haya ido más allá de todas las de su género y de otros, más allá de su tiempo y de todos los tiempos. Anatole France hace algo equivalente en cierto modo. Su protagonista en Los dioses tienen sed, Gamelin, es un puro y virtuoso creyente revolucionario, además de un don nadie y un pintor de poca monta, que amontona en su estudio-hogar sus pinturas inacabadas, que alguna vez, cuando la Revolución y la República estén a salvo, volverá a retomar. No están los tiempos para el arte burgués y contrarrevolucionario. Su día a día se reparte entre ir al local del ciudadano Blaise para ver a la ciudadana Élodie e intercambiar con ella unas miradas o palabras, ponerse a la cola de alguna tienda en espera de conseguir algún alimento para llevar a la cocina de su madre y, por las tardes-noches, asistir al Club de los Jacobinos. Allí  escucha a Robespierre, su gurú, ahora que Marat, el "amigo del pueblo", ha sido acallado por el asesinato. Gracias a una recomendación logra acceder a un puesto en el Tribunal Revolucionario, tarea que transforma en su razón de vivir y la más pura y necesaria forma de aportar al triunfo de la Revolución.     

    Es así como el virtuoso Gamelin orienta su vida a la urgencia de limpiar el camino de la República de los federales, de los conspiradores, de los tibios (los "amarillos" de hoy), que no son más que traidores a la causa del pueblo. Por eso la Ley de Pradial (22 de agosto de 1793, inicio del período del "Gran Terror") fue tan bienvenida. Ya no se perdía tiempo en escuchar a los defensores de los acusados ni en analizar pruebas -o falta de ellas-, simplemente se oía la acusación, se observaba a los delincuentes y se decidía de corazón, permitiendo el óptimo y eficiente funcionamiento de la guillotina. El cansancio personal ante tamaña responsabilidad era bienvenido. Era el mínimo sacrificio para tan grande causa. Sin embargo, a pesar del esfuerzo y de las renuncias personales, la conspiración gana (ha llegado termidor-fines de julio-): se produce la caída del Incorruptible, del Justo, de Robespierre, y de muchos de sus seguidores, entre ellos Gamelín, quien piensa que es un castigo merecido por haber caído en la indulgencia (😵). Los dioses quedaron ahítos, sin duda.

    En verdad, la ironía es sutilísima. Pasados sólo unos meses (se ha llegado a nivoso -fines de diciembre-), su amada Élodie instruye y despide de la misma forma que hacía con Gamelin a su nuevo enamorado al salir de sus aposentos. 

   A pesar de los siglos transcurridos, los jacobinos no han desaparecido. Pululan por muchas ciudades del mundo bajo diferentes consignas, con distintos colores, emblemas y banderas. También en nuestro país. Los puros y virtuosos han llegado al poder, pero no defienden la República, sino un nuevo orden (¿o desorden?). Lógico, no todo se repite en forma idéntica. ¿Surgirá un Incorruptible que nos muestre el camino, nos inunde con su palabra y nos transmita su aura mística (¡Namasté!)? ¿Cuáles serán sus poderes y límites? ¿Será de nuevo una valiente Convención la que segará su histórico destino? ¿O acaso es que en nuestro chilito -aún- Robespierre ya ha devenido en una hidra de un centenar de cabezas y no nos hemos dado cuenta???? ¡Humm! Habrá que seguir esperando a ver si nos devora, 😂.

sábado, 9 de abril de 2022

Creyentes...

   

   Cuando hace unas semanas atendí la recomendación de la lectura de una novela de parte de un analista político que sigo e, ipso facto, busqué y descargué el libro, desconocía la intensidad del relato con el que me enfrentaría (terminé de leerlo antes de ayer y me ocupó unos buenos cinco días). Me interesó pues trataba de un personaje histórico del cual sabía muy poco. Mi escasa información tenía que ver con el hecho de que durante casi toda mi vida fui apolítica, lo que no me impidió, en absoluto, tener claridad meridiana a la hora de decidir por quién sufragaba en cada acto electoral. Con esto quiero decir que no recibí educación política partidaria ni tampoco me interesó adentrarme en el examen de las teorías de los diversos ideólogos que sustentan cada postura militante. Me di toda la libertad🗽🗽que quise en acercarme o alejarme de determinadas corrientes dependiendo de mi entusiasmo personal  o falta de él. Nunca sentí la necesidad de pertenecer a una colectividad y ello, tal vez, me permitió una mayor amplitud de mirada, reconociendo errores de mis "ídolos" -de barro, en todo caso- aunque no me hubieran gustado sus caídas. A pesar de no "casarme" con ningún partido específico debo señalar que nunca he dejado de informarme de la realidad nacional e internacional, a través de los medios a mi alcance (radio, tv, periódicos -algo menos- y web ahora)   

   De Liev Davídovich Bronstein, más conocido como Lev o León Trotski (o Trotsky) conocía lo básico: fue uno de los grandes en la Revolución Rusa de 1917 y en el gobierno del Proletariado, que por disidencias fue exiliado, llegó a México y allí había sido asesinado. También sabía que entre los partidos políticos del área republicana de España, que participaron en la Guerra Civil de 1936 a 1939, una de estas agrupaciones era de orientación trotskista y que andaban a los puñetes con los anarquistas, socialistas y comunistas. No mucho más que eso era mi pobre conocimiento de este personaje. Ahora, luego de leer la novela recomendada y una detallada biografía, estoy bastante más enterada, aunque es más que seguro que estos conocimientos disminuirán rápidamente con el pasar de los días, amén de que no son fáciles de entender cabalmente ni de retener todos los entresijos políticos que rodean su figura y la de los otros protagonistas históricos (Lenin y Stalin), así como tampoco las enconadas luchas "intestinas" por el poder en la Unión Soviética (que, entre paréntesis, han seguido siendo parte de su esencia).

   La situación actual en ese sector del planeta también ha influido en mi interés, que se cruza con el evento bélico de la Guerra Civil Española, otro tema al que soy proclive. Leyendo la biografía de Trotski me encontré que es originariamente ucraniano (de ascendencia judía). Además de haber nacido en la zona rural de Jerson, estudió en Odesa y en Nicoláiev. Con 18 años, ya todo un agitador político, se acercó a Moscú y dio inicio a su periplo por más de una cárcel, siendo enviado a Siberia en dos ocasiones, logrando escapar en ambas, etc., etc.

   La novela en cuestión tiene por título El hombre que amaba a los perros, del autor cubano Leonardo Padura (absolutamente  desconocido para mí). Es una historia de 570 páginas, de una narración apasionante, cuyos acontecimientos se desarrollan principalmente en tres escenarios: Cuba, Rusia y España, lo que no quita que también aparezcan otros lugares en que los personajes se desplazan como Estambul, Oslo, París, Nueva York y México. Da comienzo con la historia de Iván, año 2004, quien luego de asistir a la inhumación de su mujer, hace un análisis de su triste vida, de la esperanza en una revolución maravillosa que nunca se hizo realidad, de un mundo maravilloso prometido que lo llevó dando tumbos entre la pobreza extrema y la inopia y que hundió sus sueños de escritor en el olvido frente a la infructuosa tarea de llegar al final del día, por años de años. Ya solo, recuerda a un misterioso hombre que conoció hace 28 años, en sus paseos por la playa, que se hacía acompañar de dos galgos rusos. Este hombre, Jaime López, le compartió la terrible historia de un amigo, antes de desaparecer de su vida y de esta dimensión. Esta historia es  la del asesinato de Trotski.     

    Con la información entregada por López (alias Jacques  Mornard, alias Frank Jacson, alias Román Pávlovich Lopov y en verdad llamado Ramón Mercader, español nacido en Barcelona) el cubano Iván logra "reconstruir las trayectorias vitales" de Liev Davídovich Bronstein y de Ramón Mercader, cuyas vidas se cruzaron definitivamente cuando el segundo dio muerte al primero -1940-, como desenlace de una trama iniciada en el momento en que Trotski es desterrado de Unión Soviética por Iósif Stalin el año 1929, pasando -antes de llegar a su destino final, México- por Turquía, Noruega y Francia.

     El relato resulta estremecedor, no sólo por el magnicidio y todos sus entresijos y preparación de años, sino también por el desencanto y vacuidad existencial de los personajes Iván y Ramón Mercader. El primero, participante entusiasta de la histórica zafra azucarera de 1970 en Cuba (terminada en fracaso), con una prometedora carrera de escritor, para finalizar sobreviviendo apenas en una vivienda sostenida con puntales y comiendo lo que a veces le aportaban los vecinos y amigos. El segundo, fervoroso combatiente y defensor de la República Española en las trincheras, con una durísima preparación de años para cumplir con el acto que le llevaría a ocupar un puesto de honor en la historia del proletariado del mundo al eliminar al máximo enemigo de la revolución, para continuar con veinte años de cárcel y, finalmente, viviendo sus últimos días en el único lugar del mundo que acepta su presencia, Cuba, con un cáncer provocado por la contaminación de un "regalo" recibido de parte de sus "jefes".

    Ellos, y también Trotski, fueron creyentes acérrimos de que se abrirían "las grandes alamedas por donde" pasaría "el hombre libre para construir una sociedad mejor", pero nada resultó así. Los sueños, las esperanzas, las ilusiones, el esfuerzo y la credulidad de millones fueron traicionados por el 'factor humano' de todos los tiempos: la ambición de poder. Y al final de sus vidas, terminaron sintiéndose una parte prescindible de la maquinaria revolucionaria, tanto así que tanto en  Iván y en más de un lector,  surge la compasión por las vidas de esos seres -León y Ramón- que estuvieron muy lejos de ser inocentes. "¡Qué cosas, no!", diría el Quico (del Chavo del ocho). ¡Interesante relato!