jueves, 28 de marzo de 2019

Los días no pasan...

     Los días no pasan, ...se arrastran como gatos acechando a la presa, subrepticiamente. Lenta e inexorablemente han ido perdiendo forma y sustancia. Parecieran andar en puntas de pie, casi invisibles a mi mirada. No les veo pasar tras los cristales, no les escucho susurrar en las cortinas, no les observo asomarse tras las hojas del calendario...  Sólo en los muebles noto sus pasos y ahí recién me doy cuenta que no he desaparecido del mundo real, que no estoy en el no-tiempo o en otra dimensión, que sigo existiendo y respirando en el aquí y en el ahora de siempre.
   Ya noto el otoño en mi piel, que me obliga a abrigarme a  más temprana hora y me quita luz de cada día, unos minutos en cada jornada... 
   ¿Seré tan consciente de su presencia de aquí en adelante, en que hay cada vez menos distractores cotidianos? Es lo más seguro. La atención dividida en múltiples estímulos no se fija en los detalles. En cambio, si los elementos son mínimos, la percepción es más pura y profunda. Si esta última se agudiza, ¿existirá la posibilidad de captar lo abstracto? 
   Cual Einstein en versión femenina ha sido para mí una constante interrogante esto del tiempo. Desde niña me preocupaba por su transcurso, posible retroceso o vueltas infinitas. Y sigo preguntándome :  ¿Existe en todas partes por igual? ¿Se puede detener? ¿Hay posibilidades de recorrerlo, hacia atrás o hacia delante? ¿Existirán varios espacios temporales funcionando simultáneamente? ... O, en último caso, ¿habrá alguien que haya encontrado alguna respuesta?  Porque yo sólo puedo contestarme con hipótesis y conjeturas. Ya no estudié Física, nunca me atrajo, pero ahora lamento saber tan poco de aquello. Sin embargo, no está todo perdido. Sería posible incursionar en su conocimiento a través del análisis reflexivo, aunque no creo que descubra la piedra filosofal ni la fórmula para transformar el plomo en oro. 
...

   Estaba en esa extraña hora en que el tiempo parece detenerse, dudoso en su continuar o no, en que va borrando los límites de las cosas y se vuelve hacia adentro, entorna los ojos y borra el exterior de sus pupilas. Es el momento en que utiliza su poderío para hacer desaparecer el mundo real y sólo permite el inasible mundo de la niebla. Era ese intervalo el que yo  quería captar y estudiar. Entendía  que en esos breves  instantes está la esencia temporal  en el máximo potencial, aunque no son  los únicos. Es en este presente,  que ya no lo es, en que se vuelve más asible dentro de lo incorpóreo.  ¡Quién pudiera congelarlo, detenerlo y observarlo latamente! ...
   De vuelta al mundo prosaico, sigo buscando respuestas, en los libros, en las películas, en esos pequeños hechos inexplicables...
     Hace poco vi una serie catalana llamada "Si no te  hubiese conocido", con una interesante hipótesis de la existencia de mundos o dimensiones diferentes, con velocidades y ritmos diversos entre sí, que permiten experimentar los mismos acontecimientos con resultados similares, pero nunca el más ansiado y feliz. Lo fascinante es que se habla de  atajos en el tiempo (donde todo transcurre más rápido, por lo que si yo accedo a él, al regresar a mi dimensión, lo que allá me pareció un par de días en mi mundo habrán sido meses),  de  desvíos cronológicos (donde el  tiempo transcurre más lento que en el mío) de caminos paralelos, que en un momentum coinciden, para luego bifurcarse en mayor o menor medida. Si eso fuera posible, sería la primera candidata para hacer el "viaje", a pesar del costo emocional que pudiera significar.
   
 Un par de días atrás, fue una película la que atrajo mi atención "
Durante la tormenta", también española (aunque a los catalanes no les debe gustar para nada ser categorizados así). En el afiche del filme aparece una pregunta trascendental:  "¿Por quién pararías el tiempo?". Nominada a varios premios, con excelentes actuaciones, nos habla de viajar en el tiempo y tener la posibilidad de cambiar un suceso que, sin embargo repercutirá en la vida de varias personas. El portal es un televisor y su conductor o vía, una tormenta. Es de esas películas que desearías transformar en hechos reales, por la posibilidad de evitar una desgracia o de cambiar una decisión de la que te has arrepentido. 

     Me gustó la película. Sé que con esta afirmación puede variar el buen concepto que pudieran tener de mis gustos artísticos, pero es la verdad. Y no tiene nada que ver con el arte. Ya en un comentario anterior me parece haber expresado que mi apreciación fílmica es eminentemente visceral y sentimental. No me interesa analizar la serie de recursos que los cineastas utilizan. Prefiero tener una visión holística de lo que veo, que desmenuzar una obra. Hay críticos de cine que valoran mucho a algunos directores y elogian sus obras y me he encontrado que en más de una ocasión a mí no me han transmitido nada. Por lo tanto, valoro el relato, el gesto, la música, el mensaje que me "toca", que me emociona, que me hace sentir que vivo y vibro aun sin saber si yo soy también soy parte de una ficción más. 

viernes, 22 de marzo de 2019

El valle del asombro...

   "No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague" le dijeron muchas veces a don Juan Tenorio y él, como única respuesta, con la soberbia típica del  macho joven que se siente poderoso y lejos del alcance del castigo humano, contestaba "¡Qué largo me lo fiáis!". Sin embargo, el castigo, divino en esta ocasión, le llegó "más temprano que tarde" (otra frase para el bronce, aunque banalizada por los periodistas de estos tiempos).
   Me llegó la hora de cumplir y ya lo hice. No os asustéis, no había castigo divino involucrado (jaja).
  Me explico...
  Después de leer la extraordinaria novela de Posteguillo, "Yo, Julia", me quedé un par de  días en un estado -o estadio- de incertidumbre y de vacuidad, tratando de contestar a la pregunta "¿Qué leo ahora?". Y como, por casualidad (?) había estado revisando en mi blog lo que había escrito el 2014, me encontré con una deuda pendiente, de la cual me acordé, tomando la decisión de poner remedio a ese punto negro en mi honra. 
   En ese primer año de trabajo en Cepech, yo entré en relación indirecta con la madre de un estudiante a quien le presté unos libros y ella, en retribución, hizo lo mismo. Sin embargo, las dos novelas que me envió para leer eran de "carne y hueso", metafóricamente hablando (jajaja) y no tuve la suficiente voluntad de dejar de lado mi Kindle para comenzar a dar vueltas páginas de papel. Así que comencé una y, ya pasado un tiempo prudente, las devolví, sin leerlas. 
   En el vacío post traumático del término de la lectura de la novela de Posteguillo, decidí buscar los libros que hace cuatro años no había atendido. Resultado: ...¡los encontré! ... y acabo de terminar de leer el primero. 
   "El valle del asombro" de Amy Tan (novelista norteamericana de ascendencia china) relata, esencialmente, la vida que las mujeres cortesanas llevaban en la China de la primera mitad del siglo XX. La historia se desarrolla principalmente en Shanghai, abarcando el ciclo vital de tres mujeres, no sólo unidas por lazos sanguíneos (madre, hija y nieta), sino también por el sufrimiento que las consecuencias de sus decisiones llevaron a sus vidas. Junto con ello, lo más importante sin duda, el texto nos devela la realidad de las cortesanas en una Sociedad China, leal y respetuosa de sus tradiciones y familia, pero también extraordinariamente hipócrita en su vida íntima (desde nuestra perspectiva occidental).
   Es un relato algo lacrimógeno si el lector o lectora tiene un corazón sensible, recomendable por su efecto catártico y por el no menos importante rechazo que provocan algunos acontecimientos, que sirven para valorar la tranquila (¿o insípida?) vida que uno lleva en comparación con las protagonistas.
  "El valle del asombro" es el nombre de una pintura que simboliza la búsqueda de "mi" lugar en el mundo, el anhelo de superar los obstáculos (las cinco montañas en la pintura) para llegar a la felicidad (el valle). También hay unos bellos versos de "mi amigo" Walt Whitman, que se transforman en el correlato de esta búsqueda existencial. 

  "Nadie, ni yo ni nadie, puede
  andar este camino por ti.
Habrás de recorrerlo tú 
  solo.
No está lejos; lo tienes a tu 
alcance.
Tal vez estás en él desde
que naciste, sin saberlo.
Tal vez está en todas 
partes: en el mar y en la 
tierra."


   Parafraseando la novela, me surge la pregunta "¿Estaré yo buscando "mi" lugar en el mundo? ...¿O ya lo he encontrado?   Viajaré a Shanghai para comprobarlo...algún día...
  Por el momento, me urge hacer algo más perentorio y terrenal. Ha llegado hasta mis glándulas olfativas uno de los olores que más me recuerdan que estoy viva y que debo hacer algo si quiero seguir estándolo. Es el adictivo olor a pan tostado... ¡Mmmm! Aterrizo  en este pequeño mundo que he construido y me pongo de pie para preparar una rica once. ¡Hasta pronto!

Descubrimiento...

   Pareciera que los finales o términos de algo siempre suponen una dificultad, para bien o mal. Si terminas algo muy negativo o tremendamente  tedioso, tienes la grata y feliz posibilidad de iniciar o continuar sin aquello que lastimaba o entorpecía tu vida, tu quehacer cotidiano o tu tranquilidad. 
    Si lo que termina es algo feliz, debes iniciar el doloroso proceso de acostumbrarte a la falta, a la añoranza, a la ausencia. En este caso, en que también se inicia una nueva etapa, el camino es más difícil y largo.
    Guardando las distancias, me he dado cuenta que, cuando termino de leer un libro, debo resetearme e iniciar un proceso de adaptación y aceptación, para luego comenzar con una nueva historia. Las buenas novelas -y las buenas películas-  me provocan eso. Me cuesta desprenderme de los personajes, y es así como me pareciera una traición dejarlos en el pasado para iniciar una nueva aventura. Y me he descubierto buscando excusas inconscientes para no voltear página y dejar atrás. Seguramente por eso prefiero las sagas... Claro que allí el problema de aceptación del final y reinicio es más complejo. Uno se ha habituado tanto - por un mes o más- a convivir con los personajes que casi han pasado a adquirir categoría de amigos -o enemigos-,  por lo que el abandono cuesta más.   
Llegué a estas conclusiones luego de terminar de leer
"Yo, Julia", la última y galardonada novela del español Santiago Posteguillo.  Con su historia me introduje en un tiempo histórico del que no sabía prácticamente nada y entré en contacto con un personaje fascinante: la mujer ideóloga en la cruenta e implacable lucha por el poder, que causa más impresión, porque contra todo pronóstico, a pesar de ser de origen sirio, logró conseguir sus objetivos (imponer una nueva dinastía imperial) allí mismo donde había fracasado Cleopatra un par de siglos antes . 
     Sabemos que la lucha por el poder no fue ninguna novedad en la  Roma Imperial ni en la Republicana. Los asesinatos de familias completas eran pan, no de cada día, pero sí de cada reino. Las traiciones eran parte del quehacer cotidiano, mientras la maledicencia, un deporte casi olímpico. ¡Qué vida más estresante, incierta y de agonía permanente! De allí que el trigo y la entretención asegurados para el alimento y el divertimento, remedio este último para el olvido temporal de la miseria diaria, fueron las vías genialmente implementadas para evitar el alzamiento social. Ya en el Circo, el Pueblo también se sentía poderoso y éste era el lugar -y momento- en que ejercía dicha atribución, aunque para ello estuviera condenando a muerte a otros seres humanos tan desfavorecidos por los dioses como ellos. 
   Fue toda una lección de Historia aprender de lo sucedido en tiempo de los emperadores Cómodo, Pértinax y Juliano, más la lucha por el trono de los tres gobernadores más poderosos, de la cual salió triunfante Septimio Severo ( o mejor dicho, Julia Domna) a fines del siglo II d.C., con el extraordinario plus de "reconocer" escenarios de la novela en el recuerdo de los vestigios romanos que recorrí hace muy poco. Vislumbré en mi memoria el Circo Máximo, el Monte Palatino con su palacio, el Coliseo, algún templo y el Foro Romano, así como el de Trajano. Una mezcla impagable  entre  ficción y realidad. 
    Novela recomendable en tiempo de mujeres poderosas.