Hace un tiempo, más de 6 años, escribí acerca de lo que era la felicidad para mí, que, luego de la muerte de mi querida Mirella, actualicé. No he vuelto a leer aquello, y si bien recuerdo lo esencial, los detalles se han difuminado en los entreveros del tiempo.
Hoy, en este día feriado de semana, en que nada inmediato y terrenal me apremia, vuelvo a sentir una mezcla de tranquilidad, paz, felicidad, aún siendo consciente de la gran ausencia. El sol que cruza los ventanales, las plantas y flores al alcance de mis manos, el silencio sólo roto por los arpegios del piano, el aroma serpenteante del incienso, la vida se fuera escuchada en sordina y, aquí, en mi espacio, mi existencia sin apuros, sin interrupciones, sin necesidades apremiantes, diluyéndose, apasionada, en otras vidas, fabricadas de palabras, pero no menos presentes, interesantes y que atrapan a un lector-espectador con tendencias voyeristas.
Felicidad de recuperar el don de la palabra escrita, de sentir el contacto de la juventud en el trabajo, de captar las redes que voy tejiendo con ellos y que van conformando una relación humana, pasajera pero satisfactoria. Contenta de cada gesto recibido y entregado de y hacia los demás de mi entorno. Feliz de no necesitar cosas innecesarias, de que me baste lo que tengo... y menos.
El aroma de un delicioso café colombiano completa el escenario. Lo huelo y lo degusto con adicción.
Caigo en la tentación de desear un así para siempre, pero, me retracto de inmediato, pues ya no sería lo mismo. La felicidad la valoramos en retazos, no en un todo permanente. Es un paréntesis de la práctica y de la conciencia. Es un "entender" con los sentidos, es un respirar con algo más que con el cuerpo físico. Es un liberarse de lastres que te atan y te retienen. Es mirar desde arriba y captar, con una especie de supraconciencia, la armonía y el equilibrio alcanzados.
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