Abro nuevamente los ojos a un día gélido. Es sábado y debo obedecer a la alarma. Me avisa que debo levantarme. Trato de desoír su llamado pero,... no, no puedo, debo cumplir. Son las últimas horas del trabajo semanal; ya he realizado 50, ¡uff!, sólo me quedan 8 ... Ha sido una semana pesada...
Por eso, este finde decidí quedarme en palacio, no salir sino a lo indispensable y darme, a lo menos de 24 horas de descanso. Estaré sola, como siempre -o casi siempre- en este mundo que me ha quedado, en este mundo en que elegí continuar hasta el último día.
Camino por el Paseo Germán Riesco en dirección a Freire, ensayando sonrisas matinales y sabatinas con los trabajadores del aseo que, ya antes de las 8 horas, recogen la basura arrojada por los ciudadanos, dentro y fuera de los basureros. Me contestan, respetuosamente y algo sorprendidos, seguramente de que, con un insignificante gesto, los saque del anonimato. Con sus ropas de trabajo, todos me parecen iguales, pero cada uno es una persona distinta, con necesidades y anhelos, igual que yo.
Llego a Freire y me "estaciono" provisoriamente en el paradero ubicado a la salida del Edificio Paz, otrora también lugar de encuentros familiares y amistosos... Espero, mientras escucho la música popular y bailable que se desprende de un aparato musical de uno de los trabajadores del Aseo, quizás compañeros de los anteriores, que están descansando (¿de qué estarán descansando si estamos a la prima hora matinal?) en el asiento del paradero, mientras fuman, conversan, acompañados de sus herramientas de trabajo: escobillones y envases-basureros móviles. Pronto llega otro transeúnte que espera, al igual que yo. Fuma, mientras camina y se mueve, por el pavimento de la calle, a orillas de la berma. De pronto, escucho que alguien le habla (no entiendo lo que le dice) y él le entrega el cigarrillo encendido y a medio consumir. El beneficiado parece ser un vagabundo. Observo su despeinada cabellera, su ropa sucia y su rostro moreno. No cabe duda que es un vagamundo ...o vaga-rancagua...(jejeje).
Después de presenciar esa escena, me pregunté qué motivó al transeúnte-detenido entregar su cigarrillo. ¿Conocía al caminante o prefirió no hacerse problemas, compartiendo su pertenencia? ¿Qué habría hecho yo en su lugar? Difícil suponerlo, considerando que no fumo y no me une ningún lazo amistoso, amoroso ni vicioso con el tabaco. No obstante, debo señalar que me he enfrentado negativamente a la solicitud de alguna persona, que pide el helado o la bebida que uno va consumiendo. ¿Valdrá la pena, realmente, arriesgarse a una reacción violenta o bochornosa por un "bien" con tan poco valor comercial? Creo que no, pero uno analiza las situaciones en perspectiva pasado el momento. Es probable que en algún caso similar uno rechace entregar lo propio por mera tacañería, aunque en mi caso, suele ser la reacción visceral ante la invasión de mi metro cuadrado y de mi derecho a decidir libremente lo que regalo.
Sigo esperando hasta que llega al paradero el vehículo de un colega con el que nos trasladamos a Rengo. Nos vamos animadamente conversando de experiencias educativas gratificantes. Transmite también el gusto por lo que hace. ¡Qué bien! Ha sido una verdadera suerte encontrarnos en este camino educativo. Creo que para ambos...espero... Si no hubiera sido así, me habría visto en la necesidad de buscar otra forma de viaje, evitando esta facilidad. Así lo hice el año pasado con otro colega, quien no me desagradaba pero tampoco me agradaba tanto tanto. A veces me cansaba su yoísmo y la actitud de criticar todo... Eso es una carga para el alma, de manera que cuando en el camino cotidiano se producen esos encuentros, prefiero alejarme.
- ¡Cómo tan intolerante!
- Para nada... Simplemente que privilegio mi tranquilidad personal y sanidad mental.
Así verdaderamente es. A estas alturas de mi vida lo que menos quiero es desperdiciar mi tiempo en personas desagradables a menos que esté obligada a aquello...y aún así lo pensaría...En todo caso, esto no es novedad en mí. Felizmente, no he sido dependiente de los demás desde jovencísima. Podía estar sola sin problemas y no renunciaba a mi ser-individual para pertenecer a la masa. Claro que aquello tiene su contrapartida: los amigos, si los tienes, se cuentan con los dedos de una mano. Mientras era liceana, por ejemplo, tuve dos amigos; en la Universidad, lo mismo, aunque, algo más cercano, había un grupo con los que nos reuníamos frecuentemente. En mi trabajo, lo mismo.
En la actualidad, comparto con casi todos, pero la amistad demora en llegar, porque no es tiempo de desesperos (no hay ningún tren que pueda dejarme en el andén, jajaja). Prefiero observar primero y dejar que las relaciones vayan madurando solas. Total, la vida es joven ...y queda mucho tiempo, considerando que viviré hasta los 100 años...como dice un amigo.
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