viernes, 20 de mayo de 2022

Lluvia a... gotas

    

  El día estaba nublado. Amenazaba lluvia. No, mejor corrijo, ya había llovido durante la noche-madrugada. El pavimento de los caminos interiores del parque-jardín de los edificios se veía mojado desde la altura. Sin embargo, no estaba lloviendo en el instante en que, con la tenida deportiva de quien no hace deporte, iba yo saliendo de los aposentos palaciegos. Iría  a la feria de los viernes, la más cercana a mi residencia (a 8 cuadras aprox.). Necesitaba entrar en contacto con la realidad y "hacer un poco de calle", 😅, además de comprar un par de verduras de los y las cuales perfectamente podría prescindir (imagino que el lenguaje inclusivo también es obligatorio utilizarlo para las verduras, seres pertenecientes a la naturaleza, por tanto, "sintientes" y con derechos a ser tratados con dignidad y con respeto a su opción sexual; ¡humm!, me faltó "les")

   Al traspasar la mampara de entrada -y salida en este caso- tuve un baño de realidad, aunque haya sido en gotas. ¡Estaba lloviendo...claro que a gotas, ☔! Estuve en un tris de regresar a casa, pero considerando que pocas veces retrocedo, seguí adelante como un toro con anteojeras (aunque por equivalencia me debiera corresponder el sustantivo "vaca", la verdad es que este término comparativo carece de la elegancia que requiere mi rango, por ello, lo deseché; no hay otras motivaciones en mi elección). La capucha de mi polar de buzo cumplió a cabalidad la función de proteger mi cabellera recién lavada bajo la ducha de esa mañana. 

   Al llegar a la feria de abastos confirmé lo que les hace la lluvia ☔a los paisanos de esta zona. Los achica, los disminuye, los entristece, les sorbe la fuerza vital: ¡tal cual! Siempre que llueve viene a mi memoria la primera vez que en el año 2006 (primer año en Rancagua City) vi llover -y no poco-. Para mí no fue novedad. Estábamos en invierno y, de acuerdo a mi lógica, cultivada por más de medio siglo en el sur de Chile, región de Los Ríos, el "invierno", casi por antonomasia, era sinónimo de "lluvia", así que no lograba entender lo que sucedió: una ciudad colapsada, más de la mitad de los alumnos ausentes, mientras que por las calles corrían riachuelos de agua, que no siempre uno lograba sortear del todo al cruzar de una vereda a otra. ¡Pensar que eso ya no sucede tampoco! Ahora, sólo bastan unas gotas y ya se provoca un similar efecto: la succión del ánimo y de la alegría de vivir, cual dementores (las gotas). 

   Los feriantes, habitualmente animados y bulliciosos, lucían deslucidos (¡qué ilógica la expresión!, 😂; un juego de luces, muy poético). Había más de un puesto vacío y hasta las verduras parecían marchitas. Igual encontré unas nueces a buen precio, unas frutillas 🍓 😋 ídem  y una lechuga española gigantesca más un kilo de 🌰🌰🌰, las primeras de la temporada que compro y que aún no pruebo (según  recuerdo, primero hay que cocerlas, 😅). 

   Antes de regresar a palacio ya las gotas se habían agotado. No duraron más que eso y la gente se desplazaba muy abrigada, con paraguas y parcas. Mi ropa ni se humedeció, salvo la capucha (o 'caperuza' como decían  antaño) y llegué  sana y salva a mi hogar, completa al cien por cien. Digo esto pues siempre me ha parecido que la gente  de estos lares le tiene miedo a la lluvia como si ésta fuera corrosiva y al ponerse en contacto con ella teman ir desapareciendo como una estatua de arena. Por suerte no es así, ni aquí ni ninguna parte, al menos hasta ahora (¡quién  sabe lo que nos depara el cambio climático!), porque yo, seguro, me "iría  de perdiz", y no demoraría mucho en que de mi gran belleza y sabiduría sólo quedara un pequeño montículo sobre la acera, 😊

martes, 10 de mayo de 2022

Pastelero a tus 🍰 🍰🍰...

   

   Esa expresión no me trae muy buenos recuerdos. La solía utilizar un desagradable personaje -para mí y varios más- cuando quería hacer evidente que él no era entendido en educación. Lo fome es que lo hacía luego de haber boicoteado todo lo que los entendidos en pedagogía habíamos planificado, por lo que su expresión, de falsa modestia, no nos convencía para nada; al contrario, resultaba sarcástica, pues, al enunciar la expresión, tenía  -tiene aún- esa sonrisa de "inocente" de Garfield después de haberse comido toda la lasagna y haber dejado a todos los demás mirando y sin poderle dar su merecido

  En fin, entremos en el tema de hoy, en lugar de "pelar". Definitivamente, a pesar de todo mi esfuerzo, hay cosas que me quedan grandes. Obvio, pensarán algunos, 😅. La verdad de las verdades es que sigo siendo una amateur en el ámbito gastronómico, aunque no cejo en los intentos de superación cada vez. La mayoría de mis "experimentos", entendiendo por ellos las primeras veces que realizo una preparación, dan buen y sabroso resultado, pero no sucede así con todos. Muchas veces me pasa esto último debido a que nunca he sido aficionada a seguir "recetas" -en ningún ámbito- a la "pata de la letra", sino -además de ser muy porfiada, 😂-, me gusta darles un toque personal. Y aquí viene a cuento entonar la hermosa canción "A mi manera", 😉, que siempre me ha gustado mucho, especialmente cuando es interpretada -era- por Frank Sinatra. Es difícil vencer las tentaciones y a mí me pasa con esto. Me "comen" los dedos para agregarle algún ingrediente, cambiar las cantidades, saltarme algún paso y es ahí cuando suelo "embarrarla",😡. Además, no hay que olvidar que los maestros cocineros no sólo lo son porque tienen excelentes resultados culinarios, sino porque son entendidos en las características y propiedades de los productos que utilizan y ése no es precisamente mi fuerte. Me falta toda esa base y, a estas alturas, pocas esperanzas hay de que pueda completar aquellos vacíos.  

   Mi experiencia con la cocina es de larga data. Desde pequeñas -yo y mi hermana- estuvimos "metidas" en ese reducto y andábamos a la cola de nuestra madre, quien debió aprender a cocinar ya grandecita y una vez casada. Por lo tanto, debido a su propio aprendizaje algo traumático, decidió enseñarnos desde infantes. Sin embargo, no pudo entregarnos la base teórica que nos habría dado más ventajas. Aprendimos a hacer pan desde niñas, porque era una tarea casi diaria y había que ayudar. El consumo aumentó considerablemente cuando se asomaron a este mundo nuestros hermanos menores. El pan era, por lejos, lo que más rápido desaparecía en casa, a veces, incluso, era producto de sorpresivos latrocinios. También aprendimos a preparar sopaipillas, panqueques, "calzones rotos", queques, brazos de reina, galletas y  alfajores. Yo era la campeona de los "brazos de reina", 😆, hasta que por mal genio  perdí  el toque. En lo salado aprendimos, desde chicuelas, casi de todo, inclusive a preparar empanadas. 

   Pero los años pasaron y no en vano. No nos quedamos para vestir santos ni de eternas dueñas de casa. Nos hicimos profesionales y ese hecho, logro considerable para mis padres, nos alejó de la cocina. Junto con ello, llegó la modernidad y el pan fue un trabajo que dejó de realizarse en muchos hogares, porque era más fácil, en la tarea de equilibrar los tiempos disponibles, comprar el pan, las galletas y otros alimentos por el estilo. No se trata de que hayamos dejado de cocinar. Lo seguimos haciendo, pero a la rápida, entre corrección de prueba y prueba, entre preocuparnos de la hija o hijos. Los fines de semana dedicábamos algo más de tiempo a la tarea culinaria, claro que sin grandes innovaciones, como tampoco aspirando a convertirnos en chefs.   

   Si no están mal mis cuentas, desde hace unos trece años, esta actividad, contenida por el exceso de trabajo remunerado, fue ganando espacio y fuerza en mi vida cotidiana. Me gustaba muchísimo cocinar para compartir con Mirella. Siempre que nos encontrábamos, una vez que ella se quedó viviendo en Santiago, uno de los elementos claves de cada encuentro era el disfrute de una preparación especial, lo que degustábamos a piacere. Ya sola, fue una de las tantas actividades que  me ayudó  a sobrellevar su ausencia, aunque sin pasar a ser la principal. Sólo una vez que ingresé al selecto grupo de los "pensionados", pasé a conjugar el verbo "cocinar" en presente permanente. Y, como corolario, llegada la pandemia, fue una ocupación top.    

   Para empezar, retomé mi tarea de panificadora, dormida por décadas. Debí partir por conocer el funcionamiento del horno de la cocina a gas, que no utilizaba para nada. Sólo me gusta la carne a la plancha o a la parrilla, en tanto los pasteles, budines, lasagnas y otros alimentos similares no eran parte de mi dieta. Partí, entonces, retomando la elaboración de pan, con un éxito extraordinario, con un pequeño tropiezo hace un par de días, 😅. Les cuento: mi idea era elaborar pan de pita, lo que terminó en unas tortillas aplastadas, comestibles, pero sin ninguna gracia. Algo falló: la temperatura del horno o el tamaño de los panes. No sé si en este caso, el tamaño importa. Deberé  averiguarlo. La próxima vez lo prepararé a la sartén,😏.   

   Lo de hoy -ayer más bien- estuvo fuera de serie. Me dediqué a elaborar pastas. Ya lo había hecho la semana pasada -ravioles- y quedaron bastante ricos, aunque algo deformes. Así que me convencí de que necesitaba una máquina para estirar pastas y una raviolera. ¡Lo conseguí! Con la ayuda de mi cuñada Carmen, Mercado libre me hizo llegar el aparatito el día sábado. Me programé para el gran día, preparándome a conciencia con una buena tanda de videos de YouTube. Y como nunca he sido de las que me "achico" frente a los desafíos, planifiqué elaborar varias masas, coloreadas con vegetales y, al menos, con dos rellenos distintos (espinaca-queso y salmón-pimiento). A las 9 de la mañana empecé la tarea con los rellenos, para luego seguir con las masas. El día anterior había dejado preparados un puré de calabaza, un puré de acelgas con apio y un jugo de remolacha (éste lo tenía congelado desde un par de meses), todo para teñir, así que ¡manos a la masa!  

   El problema empezó cuando me di cuenta de que las masas habían quedado demasiado blandas, pues al estirarlas quedaban pegadas en el rodillo, se apelotonaban y el trabajo no avanzaba mucho. Primer aprendizaje: masa más dura y con bastante espolvoreo de harina. Corté unos fettuccines verdosos y luego los colgué en uno de los secadores de ropa (que limpié muy bien antes de usarlo, obvio). Como la masa estaba más blanda de lo conveniente, debí luchar con la tendencia a pegarse de los fettu... y en esa lucha más de alguno fue a dar al suelo,😁

  Luego, me aboqué a unos ravioles con la máquina  en cuestión para rellenar. ¡Eso sí fue un verdadero fiasco!, ¡oh, my god! Masa y relleno se transformaron en una cosa pegajosa, verdosa e informe que me obligó a sacar la raviolera, tratar de recuperar algo de la mezcolanza y zambullirla en el lavaplatos (a la raviolera) como quien envía un sapo de vuelta a su charco. La mezcla que recuperé debí transformarla en masa con una buena cantidad más de harina y una vez obtenido un amasijo algo decente y factible de estirar, hacer los ravioles con uslero y a mano. ¡Bien, vamos que se puede!, me dije.  

   Segunda masa, de color amarillo. Salió algo mejor el trabajo, pues ya le "había cogido el tranquillo" a la estiradora de masa, así que, además de unos fettuccines -que también anduvieron gateando por el piso-, rellené unos agnolotti y unos capelletti rudimentarios. Ya estaba más experta, ¡ejem! 

   Tercera y última patita, con la masa de remolacha. Fettuccines, ravioles y farfalles (que nosotros conocemos como "corbatitas") obtuve como resultado. Cuando terminé de preparar las pastas ya había llegado la hora de mi almuerzo (13 horas), el que debí forzosamente atrasar, porque venía ahora la parte menos grata: limpiar, lavar y ordenar todo el descalabro. Lo primero: a limpiar la máquina y guardarla (menos la raviolera que estaba sumergida en el h2o). No estuve muy afortunada en ello, pues rompí la perilla que permite ir variando el grosor de la masa, 😢, ¡quedé con la perilla en la mano! "Manos de hacha", habría dicho mi padre. ¡Nada qué hacer! Felizmente, cotejé que igual funcionaba sin perilla, 😂  -para la próxima vez-. 

   Cuento corto - parece que no resultó tan corto-, terminé almorzando como a las 14 horas, luego de limpiar y lavar todo lo ocupado, preparar ensalada, postre y una salsa para los ravioles de acelga con relleno de espinaca-queso, que saltaban felices en la olla con agua hirviendo. A pesar de las peripecias y de la perilla rota, de no haber ni alcanzado a tender la cama en la suite real, el almuerzo estuvo muy rico y quedé con provisiones para unos cuantos menús. Fueron a parar al congelador, lugar del que saldrán algunas la próxima semana, porque debo seguir cuidando mi figura, algo desfigurada a estas alturas, pero que todavía cabe en la puerta de salida de palacio. Hasta pronto, 😏.






domingo, 1 de mayo de 2022

Leviatán...

 

   Han pasado días, con sus respectivas noches. Todo normal en este punto y parece que por el momento seguirá así, pues aparte del eclipse, la CC no tiene contemplada la necesidad de rotación de días y noches...por ahora -espero no equivocarme, 😡-. En esta docena de jornadas no he estado inmersa en la inactividad, como otros. ¡No, señores! He estado haciendo diferentes cosas, todas - o casi- dentro de la categoría de lo que se considera normal: cocinar, elaborar pan y otras exquisiteces de ese ámbito, asear mi m2, cuidar el huerto-jardín, incluido el riego cada tantos días, informarme, ver Netflix -o intentar al menos-, salir de  compras y ...leerrrr, por supuesto, mientras tanto, ahora, escribo. A eso, hay que agregar, la recepción en palacio de un par de amigas queridas, la asistencia a una reunión de los habitantes del edificio y la visita al parque donde está mi hija. Esos detalles por el momento. Ahora, entremos en tema.   

    Nunca me había quedado muy claro el vocablo Leviatán, tal vez porque no soy, ni de lejos, estudiosa de la Biblia, ni siquiera como texto literario. No, aquello no va conmigo, ya lo saben. Aunque eso no quiere decir que no he leído más de algún pasaje o que me he interiorizado por terceros de algún personaje, hecho o sección específica. Había escuchado acerca de él, pero aparte de saber que es un ser mitológico, con características monstruosas (cercano a un dragón 🐲) todo quedaba muy circunscrito al dogma cristiano anterior al génesis, representando al caos y a la oscuridad y, por ende, al Mal. Fuera del ambiente teológico, aplicándolo a nuestro tiempo y lugar -hic e nunc-, para algunos el Neoliberalismo, para otros, el Comunismo, representarían al Leviatán moderno, fuente de todos los males habidos y por haber. Para los primeros, la clave del exterminio del 'ente maligno' parecen ser las "transformaciones profundas"; para los segundos, una asonada. Yo, lo único que sé y he experimentado es que, desde mi minúscula perspectiva humana ya en decadencia, antes de entrar en un ataque de pánico con los leviatancitos de palacio que de pronto se hacen presentes, descargo toda mi fuerza física en mi pie derecho y los envío a su caos telarañado transformados en pulpa.    

     No me ha resultado fácil aplicar el concepto a la novela Leviatán de Paul Auster, un relato extraordinario. Si bien Peter Aaron -alter ego de Auster- nos informa que llama así a la historia pues aquél era el nombre de la obra incompleta de su amigo Ben, no cabe aceptar de buenas a primeras esta respuesta como válida, pues no deja de ser recurso literario, porque Ben es un personaje ficticio. Por lo tanto, hay que buscar la explicación en el mundo del relato. ¿Será acaso su entrañable amigo el Leviatán que sembró el caos en distintas ciudades norteamericanas poniendo bombas en las réplicas de la estatua de la libertad? ¿O en realidad es la propia sociedad estadounidense el Leviatán al que hay que despertar, provocar y destruir antes que él extermine a sus componentes? 

   En las primeras líneas de la novela, Peter afirma saber quién es ese desconocido que ha muerto despedazado mientras manipulaba una bomba en Wisconsin y decide, antes de que la 👮‍♂️ 👮‍♂️  descubra su identidad y se erija en torno a los restos de ese desconocido toda una red de especulaciones, falsedades y mitos, contar la historia de su amigo, esperando tener el tiempo suficiente para terminarla antes de que develen el misterio. Es así como regresa en el tiempo al momento en que conoció a Benjamín Sachs, su gran amigo. Para ello, debe también revelar su propia historia, indisolublemente unida a la de Ben, un joven escritor con una primera obra exitosa, escrita mientras permanecía en la cárcel por ser objetor de conciencia contra la guerra de Vietman. Es una historia que recorre los años de la mutua amistad, que le sirve al propio Peter para detectar los atisbos de la tragedia final, que, sin embargo, no logró captar,  inmerso como estaba en sus propias pequeñeces y mezquindades. La obra tiene la virtud de ir envolviéndote en la trama y, paso a paso, ir uniendo las piezas que explican el final sólo cuando ya es demasiado tarde. Cada persona conocida, cada acción emprendida tienen un significado y un peso en el trágico desenlace. Nadie ni nada es inocuo y los eventos se van encadenando y sucediendo de la única manera posible para conducir al momento postrero. Es la historia de un hombre que pareció haber encontrado su camino pero se perdió en el trayecto de una búsqueda permanente, consumiendo pequeños sucedáneos que no lograron satisfacerlo. Un ser humano que, en solitario, sufre la sinrazón del sinsentido de la vida y que, desde una mirada simplona y políticamente correcta, uno podría pensar que la habría desperdiciado vanamente, pero que desde su propia mirada era el único destino posible. ¡Uff!

   En estas jornadas mis lecturas casi han resultado un cercano parangón con aquellos chistes blancos de antaño en que participaban y competían personajes representantes de distintas nacionalidades, con las características propias de su idiosincrasia. Aquí no hubo competencia, nadie ha ganado (al menos no me inclinaré por ninguno en particular), simplemente son los autores de los tres últimos textos leídos, todos con un elemento en común: la muerte y su misterio. El primero y ya comentado es estadounidense (Paul Auster), el segundo, francés (Pierre Lemaitre) y el tercero, español (Juan Gómez-Jurado).  

    Vamos con el segundo, Pierre Lemaitre. De él  ya leí  hace unos años la novela "Camille", policíaca, ¡impresionante! En esta ocasión fue Vestido de novia, no menos impactante. Sophie casi se arrastra por la vida. La muerte la rodea. Hace muy poco murió su suegra, luego su esposo y ella no ha logrado recuperarse del todo. Al contrario, las pesadillas están haciendo de su vida un infierno y, si sigue así, durmiendo apenas, tratando de trabajar en un estado de letargo, con numerosas situaciones de olvidos, acusada de pequeños robos en supermercados que no recuerda haber cometido y otra serie de errores que casi la están volviendo loca, no podrá seguir adelante. Ha perdido su trabajo profesional por una equivocación imperdonable, pero debe ser viviendo. Consigue un puesto de cuidadora de un niño de seis años, con quien logra una muy buena relación inicial que se malogra, hasta encontrarse con el horror de la muerte del pequeño que no recuerda haberla realizado aunque los indicios la acusan. Huye casi enloquecida y, en su fuga, mata a una joven que la había acogido en su casa. Hay una orden de búsqueda nacional, pero logra escabullirse. Cambia de identidad y se da -tiene- un plazo de tres meses para encontrar un futuro marido, que le permita cambiar de apellido y llevar una nueva vida. Lo logra. El candidato, desechado al comienzo, es el mejor disponible,😭. Sin embargo, Franz, tiene su propia historia y su agenda. Conoce más  a Sophie que ella misma y esto, su casamiento con ella, es la última etapa de su plan. ¡Tatatatán! ¿Cuál es la relación entre ambos? ¿Quién alcanza sus fines? ¿Cómo se desarrolla de aquí en adelante la trama? Te aseguro que es espeluznante lo que sucede. ¡Un thriller digno de los numerosos premios obtenidos!    

   Tercer y último participante: Juan Gómez-Jurado con Reina roja, una novela que vi en muchos de los escaparates de las librerías españolas durante mi último viaje (¡Ay!,  ¡cómo añoro viajar! El segundo semestre reinicio, en espera de que cualquier Leviatán pandémico no resurja de las cenizas, toco madera, 👀). Es el primer volumen de una trilogía me acabo de enterar (me apuraré en terminar esta columna para buscar las otras partes,😉). Las 500 páginas se leen a una velocidad vertiginosa.  ¡Es que su trama es muy adictiva!, además de que la vida de Carla depende de la rapidez con que Jon, un robusto policía de Bilbao, castigado y enviado a Madrid (no es que esté gordo, piensa él reiteradamente, 😳 ) y Antonia Scott, la "Reina roja" (aludiendo al personaje de "Alicia en el país...") resuelvan el asesinato de un adolescente y del posible crimen de Carla, cuyo secuestro y modus operandi son indicadores de que están frente a un asesino serial. ¡Muy interesante! 

   No acostumbro a leer preferentemente este tipo de relatos, aunque sí a ver seriales y documentales. He descubierto que pueden constituir una excelente estrategia para prevenir el alzheimer, 😁.Mantienen la atención en vilo, obligan a recordar detalles y la adrenalina se activa más que de ordinario. Lo que sí no deja de llamar mi atención e inducirme a cuestionamientos acerca de los rasgos psicopáticos y/o sociopáticos que puedan tener los autores y lectores de estos relatos, Dios guarde a la que escribe, 😅. Hasta pronto y buena lectura.