miércoles, 29 de julio de 2020

Cajas y cajitas...

   En el proceso de desempolvar los muebles de mi dormitorio, específica-mente el toilette, me tropecé con una realidad que cobró conciencia en mi cerebro y que me llevó a recordar a quienes   les  debía  aquéllas. Me  refiero a  las  cajitas  de distinto diseño y colorido,  que guardan distintas y similares cosas, y que, con el pasar de algunos días sin limpiarlas,  se habían  ido cubriendo  de polvo. Sucede  que  no  soy una fanática del aseo. Soy "razonablemente" preocupada de la limpieza,  soy "razonablemente" ordenada y una razonable "dueña de casa". 
   En una rápida mirada, vi 5 cajas medianas,  numerosas cajitas y, al darme vuelta hacia el mueble del TV, vi otras tantas. ¿Cómo diablos he podido juntar todas éstas?, me pregunté.  
  Las más pequeñas son de joyas que compré en estos años.  Hay una, que fue producto del regalo de amigas, a manera de recuerdo por la separación. Suele suceder cuando uno  cambia o la hacen cambiar (jajaja) de trabajo. Éstas están casi todas vacías,  porque, cuando viajo, las joyas que contienen prefiero juntarlas en una sola  caja más grande y guardarlas en un escondite secreto. Luego,  cuando regreso, me da flojera volverlas a separar. Total,  me digo, no será  cosa de mucho tiempo que vuelva a partir y así  han ido quedando vacías ya por un largo período.  Estos últimos meses, en que el uso de joyas no ha sido una necesidad ni prioridad, han seguido en su escondite, que ya ni  me acuerdo cuál es. 
  De las  cajas medianas, sólo una la compré personalmente, hace años  a un alumno que las fabricaba para ganar unos pesos. Las otras,  han sido regalos: de una amiga-colega, de dos sobrinas y hay una que no recuerdo de quién. Es probable que también sea de una  ex colega y amiga. Hubo un año que recibí muchos regalos 🎁  para una Navidad. Fue la Navidad más  triste de mi vida, la primera sin mi hija. Seguramente  fue en esa fecha que me llegó  alguna de esas cajitas.  

Abajo, en el living, tengo una cajita-baúl,  muy preciada,  que me llegó  de regalo en un Día de la Madre, lleno de bombones. Su presencia me la recuerda.  Más de una vez, Mirella me regaló bombones. Son una debilidad culpable.  Por eso no compro,  pero los acepto de regalo (jajaja). 
  Y la caja más grande, si se le puede llamar así,  es un necessaire que le perteneció a mi madre y que me regaló en vida. Estuvo muy de  moda hace años portar un necessaire cuando uno viajaba. Era un signo de elegancia.  Claro que  no salía nada de barato andar "chic", pues esa pequeña maletita sólo era el detalle que complementaba todo un atuendo. Traje, sombrero, guantes, tacos,  medias ad hoc y el necessaire.  Es casi la imagen de la mujer de mundo de los años 50 y 60. Mi madre debe haber comprado ese símbolo de elegancia cerca de los 70, aunque no estoy segura. Nosotras con mi hermana se lo  envidiábamos. Seguramente por ello, una Navidad  de nuestra adolescencia, cada una recibió un necessaire de regalo, claro que más pequeño, más liviano y más sencillo. Ni recuerdo en qué recodo de mi camino vital quedó mi primer necessaire.  Cuando veo el de mi madre la recuerdo, bella  joven, llena de vida.    

Luego de todo un retroceso en el tiempo,  terminé de limpiar mis cajas y  cajitas sólo a  medias. Cuando el pasado se  me hace presente como ahora, me distraigo y disperso. El pasado pesa y de pronto me veo buscándolo y persiguiéndolo en algún objeto que se me había olvidado y que me urge encontrar, como si de eso dependiera el seguir viviendo.  Es tanto lo que  vas guardando en el transcurso de tu vida, que a veces, en un afán de limpieza y orden, sin saber lo que el futuro te depara, te deshaces de objetos que han sido importantes en una etapa de tu camino, que luego  de superada  uno cree que ya no son necesarios.  Sin embargo, en más  de una ocasión,  la vida te hace una mala jugada o una broma de  mal gusto y aquello que regalaste, donaste, botaste u olvidaste, toca a la puerta de tus  recuerdos y te hace ver la falta, el vacío  existente,  pero ya es demasiado tarde. El objeto en sí mismo no era valioso, sin embargo, en lo simbólico era irreemplazable.
    Por ello, prefiero conservar las  cajas y cajitas que he recibido de 🎁, aunque no sea mucho lo que guarden, algunas joyas de fantasía (ya casi no me quedan de valor, luego que un par de amantes se las llevaron, amantes de lo ajeno, aclaro), lápices labiales,  lápices de ojos,  botones varios y otras  chucherías por el estilo. No he querido botar lo que ya no uso,  ya lo hará quien le corresponda cuando cambie de sustancia. Un día me daré tiempo para volver a descartar algunas cosas. Por ahora  no hay apuro. Que siga parte de mi vida al interior de esas cajas y  cajitas. Más  de una sonrisa arrancarán  cuando sean abiertas. Sólo las seguiré despolvando cada ciertos días.

lunes, 20 de julio de 2020

In retro...

   Mientras camino hacia la escalera  llama mi atención el movimiento casi ondulante de la parte inferior de los jeans que llevo puestos. Mantengo la vista en ellos y muevo una pierna para asegurarme que no es imaginación. Me he levantado recién y sería preocupante estar viendo visiones a esta hora.  Respiro tranquila. Es real: los bajos del pantalón  se mueven casi solos. Me sonrío y reinicio mi camino hacia el piso inferior. 
   Les cuento... Sucede que lavé mis pantalones favoritos y debí buscar otros para reemplazarlos mientras los anteriores se secan (hoy van a quedar listos; hay un hermoso día). Entonces, busqué unos que sean abrigadores y al mismo tiempo cómodos y me encontré a mano, unos jeans "pat'elefante", de ésos que se usaban en la decada del '70, cuando era una jovencita universitaria, aún  inocente y sin mucho conocimiento del mundo.  Debo puntualizar,  eso sí,  que estos jeans no son de esa "belle epoque", sino que eran de mi Mirella (en jeans teníamos la misma talla). Los encontré  a mano, me los puse sin analizar mucho, total, en cuarentena, uno puede hasta disfrazarse si quiere y nadie se dará cuenta. 
    Al observar mis pantalones 👖 con tantas ganas de bailar,  me acordé de unas insustanciales pero simpáticas películas antiguas (jajaja,  acabo de recordar que cuando yo usaba este adjetivo  -simpática/o- en conversación  con  mi hija, lo hacía como un verdadero comodín,  especialmente cuando ella requería mi opinión  sobre algo o alguien y yo no quería ser lapidaria, jajaja. Pronto aprendió esta nueva connotación que yo le daba y me sentía obligada a pensar más en los  posibles adjetivos para no herir su susceptibilidad).    

Me vinieron a la memoria Dirty Dancing (con Patrick Swayze) y Footloose (con Kevin Bacon), donde los varones se "hacían ver" bailando, pero quien mejor representa un baile con pantalón "pat'elefante" es el fantástico John Travolta. Estuve recién buscándolos en YouTube y me divertí un buen rato.
   La verdad sea dicha, me habría encantado poseer la armonía del movimiento corporal en consonancia con un excelente y musical oído, además  del sentido del ritmo. ¡Uff, no pido casi nada! Pues significaría crearme de nuevo, jajaja. Soy un bosquejo de ambidiestra fracasada, con un oído  fatal (con la excepción que me gusta la buena música), con problemas de lateralidad no resueltos. Por ello, todo lo bailo al estilo cumbia, no pude aprender a bailar cueca (para qué decir otros bailes, salvo algo de twist  por su movimiento repetitivo, jaja),  no aprendí  a andar en bicicleta, menos, a conducir sin riesgo para los demás, etc. Ahora se explicarán mi oficio de caminante. Al menos puedo mover los pies en forma sincronizada, pero me costó empezar con ello (aprendí  a caminar a los dos años, me contó mi madre). Pensándolo bien,  en lo referido a movimiento,  creo que me inicié con un estilo robótico. ¿Habrá robots bailarines?, me pregunto. ¡Ojalá!
   En todo caso, me asiste una tremenda satisfacción.  Hay varios famosos tan rítmicos como yo (jajaja). Además,  la ley de las compensaciones hizo también la pega: tengo otros talentos bieeennn desarrollados. ¿No les parece?😉😉
(20 julio 2020)