miércoles, 2 de mayo de 2018

Hace un tiempo...

    Hace un tiempo, más de 6 años, escribí acerca de lo que era la felicidad para mí, que, luego de la muerte de mi querida Mirella, actualicé.  No he vuelto a leer aquello, y si bien recuerdo lo esencial, los detalles se han difuminado en los entreveros del tiempo. 
   Hoy, en este día feriado de semana, en que nada inmediato y terrenal me apremia, vuelvo a sentir una mezcla de tranquilidad, paz, felicidad, aún siendo consciente de la gran ausencia. El sol que cruza los ventanales, las plantas y flores al alcance de mis manos, el silencio sólo roto por los arpegios del piano, el aroma serpenteante del incienso, la vida se fuera escuchada en sordina y, aquí, en mi espacio, mi existencia sin apuros, sin interrupciones, sin necesidades apremiantes, diluyéndose, apasionada, en otras vidas, fabricadas de palabras, pero no menos presentes, interesantes y que atrapan a un lector-espectador con tendencias voyeristas. 
   Felicidad de recuperar el don de la palabra escrita, de sentir el contacto de la juventud en el trabajo, de captar las redes que voy  tejiendo con ellos y que van conformando una relación humana, pasajera pero satisfactoria. Contenta de cada gesto recibido y entregado de y hacia los demás de mi entorno. Feliz de no necesitar cosas innecesarias, de que me baste lo que tengo... y menos. 
    El aroma de un delicioso café colombiano completa el escenario. Lo huelo y lo degusto con adicción. 
    Caigo en la tentación de desear un así para siempre, pero, me retracto de inmediato, pues ya no sería lo mismo. La felicidad la valoramos en retazos, no en un todo permanente. Es un paréntesis de la práctica y de la conciencia. Es un "entender" con los sentidos, es un respirar con algo más que con el cuerpo físico. Es un liberarse de lastres que te atan y te retienen. Es mirar desde arriba y captar, con una especie de supraconciencia, la armonía y el equilibrio alcanzados. 

Domingo...

   Maui se prepara minuciosamente. Arregla su mochila con ropa de cambio. Es probable que la necesite. Pone a tostar unas rebanadas de pan y les echa mayo, un poco de ají, unas rebanadas de salame y pepinillos. Envuelve el par de "sándwich" en papel alusa. Higiene ante todo, se dice. Busca un par de frutas, las pone bajo el chorro de agua y las introduce en una bolsa plástica (sigue sin cooperar con el medio ambiente). Con todo ello va hasta la mochila y completa su equipaje. No sabe a qué hora terminará la tarea, por lo que es mejor prevenir. Afuera, sigue oscuro. Le extraña pero no tanto. Todavía falta para el invierno y la hora no ha cambiado. ¿O lo habrán hecho sin avisarme?, se pregunta. ¡Ah, qué tonta!, piensa. Si fuera así, la hora habría que retrasarla, no adelantarla. En fin, parece que aún no está despierta del todo. A cualquiera le.pasaría: ¡Domingo y levantarse a las 7 horas! 
  Tiene todo preparado. Ya ha tomado la taza de café acostumbrada al desayuno e ingerido el par de galletas de arroz con mermelada. También estiró la ropa de cama, para no tener que llegar a tenderla quién sabe a qué hora.  Le deprime llegar a casa y encontrar la cama sin arreglar. Claro que los días de trabajo no. ¡Ahora no! Este año es laborante de media jornada, quedando con toda la tarde para sí misma ...o para cualquier cosa. Ha sido un verdadero alivio y acierto. Pareciera que la edad me está aportando también sabiduría, piensa divertida. Decide que ya es hora de salir aunque no haya terminado de aclarar. ¡¡No se escucha nada!! ¡¡O todos están durmiendo ...o han desaparecido!!
   Se pone su polerón a rayas con capucha y sale de su fortaleza. Baja prestamente las escaleras. Se siente descansada, activa y dinámica. Las luces ya están apagadas y hay una ligera penumbra. No ve ni oye nada. 
  Accede a la calle y los colores rojo, amarillo y azul se turnan en los semáforos. Rojo...amarillo...azul..., fijos y titilantes... ¿Dije "azul"?, se pregunta alarmada. ¡Debería ser " verde"!, piensa, extrañada. Se detiene. ¿Habrá sido un deja vu o alguien me está haciendo una broma? De pie, sin avanzar, coteja que no hay azul en el par de semáforos que tiene al frente. De pronto, se siente como Neo en la estación de trenes, sin trenes, por supuesto, pero a merced de una inteligencia superior y de la tecnología.
   Camina... Parece ser la única caminante en este frío y desolado domingo de otoño del siglo 21. ¡Nada por aquí, nada por allá! Es como si hubieran vaciado de vida las veredas y las calles. Mientras sus pies devoran con seguridad y rapidez el pavimento, escucha el sonido de una sirena. El ulular, por supuesto, no el canto, al estilo Ulises. ¡Humm! Todavía hay vida en este rincón del planeta, deduce. Escucha el sonido de un vehículo aunque no lo ve.  Como no cree en fantasmas, concluye que debe ir pasando por una calle aledaña. Otro signo de vida, deduce.  Continúa su recorrido, casi como un robot. No es primera vez que realiza este trayecto; lo conoce de memoria. Quiere llegar rápido al Terminal de Buses y optimizar su tiempo. Espera terminar con su cometido en el día de hoy. Cruza los dedos, pues no está muy convencida de que pueda hacerlo, aunque tampoco tiene deseos de volver. Ya se ha despedido del lugar (el desapego es necesario) y lo que debía rescatar de ella ya está en casa, bajo su custodia permanente.    
Vuelve a tomar conciencia de la soledad de las calles. Si fuera de madrugada lo aceptaría como natural, pero son las 8.00 hrs. a.m. y no se encuentra con nadie. Tampoco se trata que añore tanto a la Humanidad. No es su caso. 
   Al acercarse a la Alameda ve, a lo lejos, acercarse a una persona. Es un hombre. Camina normal y se ve ídem. Nada de casi arrastrar los pies con esfuerzo, con el cuerpo torcido y el rostro desencajado y sanguinolento. Suspira aliviada. No se había dado cuenta que estaba conteniendo el aire. Ya no soy leyenda, concluye. Tal vez apenas el comienzo de un mito nada más... Y este día solitario y oscuro no es un Domingo postapocalíptico, sino uno de mediados de Otoño en el país más al sur del mundo. ¡Menos mal!