La última novela publicada de Almudena Grandes llegó a mis manos -a mi pc mejor dicho- hace cuatro días. Ya terminé de leerla. Ha sido un sumergirme en la España de los años 1953 al 1956, especialmente, con retrocesos y adelantos, a las décadas del 30 o a la del 70, cuando culmina la trama de ficción.
La novela La madre de Frankenstein fue publicada hace muy poco, a comienzos de este año 2020. La vi por decenas en las góndolas de las librerías españolas en febrero y marzo cuando anduve recorriendo esas tierras. Ya habiendo disfrutado varias obras de la autora, desde ese momento se transformó en una tarea a corto plazo.
Luego de leer los cuatro volúmenes anteriores de la saga Episodios de una guerra interminable de la misma escritora, me faltaba éste para completarla...por ahora (sé que está escribiendo un sexto tomo).
Antes de continuar, debo aclarar que esta saga no es la historia única de un grupo de personajes, como sucede en otras sagas. Cada relato es independiente de los demás, aunque lo que los une es el escenario de la España dividida por la Guerra Civil y de la posterior dictadura de Francisco Franco. Algunos personajes suelen pasearse en otra novela de la que no son protagonistas, lo que resulta interesante porque da la posibilidad de observarlo desde la mirada de otro personaje, casi como si fuera una trama de color tornasoleado, que cambia o adquiere diferentes matices dependiendo de cómo, de dónde y de quién observe.
Cuando vi los ejemplares de la novela y posteriormente, supe que era parte de la saga mencionada, como acostumbro no investigué acerca de su argumento, no por flojera o algo parecido, sino porque siempre prefiero el efecto sorpresa que significa ir descubriendo en la lectura misma, el desarrollo de los acontecimientos. ¡Quién lo diría! Pero así es: gusto de las sorpresas y de los suspensos, que agregan un sabor especial a cada historia. Claro que cuando descargo novelas desconocidas, reviso la sinopsis, la que rápidamente olvido entre decenas de ellas por lo que aquello no me predispone. Porque de eso se trata, de no acotar el gusto ni el goce. Está claro que el saber de antemano lo que a uno le espera da seguridad, lo que es bueno, pero quita emoción y ansiedad, lo que es malo. Al final, es cuestión de gustos. También es cierto que uno puede hacerse muchas expectativas y el resultado puede ser pobrísimo en relación a ellas. Sin embargo, prefiero lo último, para fascinarme o decepcionarme según sea el caso. Aquello tiene más sentido para mí. Pero, ¡ojo!, no en todo actúo así, pues hay aspectos en mi vida actual en que no estoy dispuesta a correr riesgos. Todos ya los corrí y en más de alguno salí trasquilada. En el presente, la capacidad de recuperación no es la misma (ya no tengo la misma capacidad de contorsión para lamerme las heridas, jajaja). Además, mis prioridades han cambiado.
Cuando conocí el título de la novela, su portada y la saga a la que pertenecía, elaboré personalmente una hipótesis acerca de su tema principal. Me equivoqué completamente, jajaja. No era Francisco Franco el nuevo Frankenstein (aunque igualmente fue monstruoso su régimen, del que es y fue el máximo responsable, junto a la Iglesia Católica, apostólica y romana española). No ignoro que los republicanos hicieron lo suyo, que para una guerra hacen falta dos, pero los excesos, por años de años, se cometieron en nombre de la Nueva España.
Bueno, como les decía, no era el gran Caudillo el monstruo de esta novela. Parte de la historia es la siguiente.
Cuando conocí el título de la novela, su portada y la saga a la que pertenecía, elaboré personalmente una hipótesis acerca de su tema principal. Me equivoqué completamente, jajaja. No era Francisco Franco el nuevo Frankenstein (aunque igualmente fue monstruoso su régimen, del que es y fue el máximo responsable, junto a la Iglesia Católica, apostólica y romana española). No ignoro que los republicanos hicieron lo suyo, que para una guerra hacen falta dos, pero los excesos, por años de años, se cometieron en nombre de la Nueva España.
Bueno, como les decía, no era el gran Caudillo el monstruo de esta novela. Parte de la historia es la siguiente.
Germán Velázquez, psiquiatra español residente en Suiza desde el año 1939, un poco antes del término de la guerra, regresa a España en 1954 a trabajar en un programa médico revolucionario, aplicable a pacientes esquizofrénicos del Manicomio Femenino de Ciempozuelos, en los alrededores de Madrid. Allí descubre, entre las internas, a Aurora Rodriguez Carballeira, una mujer culta, inteligentísima, activista, partidaria de la eugenesia y también asesina, quien en 1933 matara a su propia y única hija, de 18 años, joven superdotada. Lo hizo, según ella, porque "su creación " se había malogrado y había caído bajo la influencia de sus poderosos enemigos, contrarios a sus planes de mejorar y salvar a la especie humana.
Germán había visto a aquella mujer una única vez, horas después de haberse transformado en la asesina más famosa de España, en la consulta médica de su padre, también psiquiatra. Era un niño pero nunca olvidó esa extraña visita (tenía 13 años).
El relato gira en torno a doña Aurora, a su personalidad paranoica, al lento acercamiento del doctor y a la aceptación de parte de ella, a su relación con los demás (o no-relación, más bien), a sus planes de salvar a la humanidad, nuevamente reactivados, al tratamiento y la enfermedad que finalmente la lleva a la muerte. Todo esto, teniendo como escenario y telón de fondo a la España de la década del 50, la de la desesperanza de los vencidos y el orgullo de los vencedores, que han hecho de la nación el estandarte de una nueva cruzada de la cristiandad, que no acepta a los enfermos o débiles mentales, a los homosexuales, a los que piensen políticamente distinto. Una nación que coarta el avance de la ciencia, que enarbola como imagen de la mujer "decente" aquella que la mantiene como perfecta dueña de casa, madre de una numerosa prole, muy piadosa y consciente de su rol en la formación de la nueva España.
En ese escenario, Germán vive otro tipo de violencia, la soterrada, la de las instituciones, la del sistema, la de las nuevas leyes y costumbres, que, al que no mata lo hunde y lo transforma en una verdadera cobaya, permitiéndole sólo darse vueltas en un pequeño espacio y haciendo lo que se espera para obtener alimento.
Extenso e interesantísimo relato, que, como de costumbre -y por desgracia- está basado en la realidad.
Germán había visto a aquella mujer una única vez, horas después de haberse transformado en la asesina más famosa de España, en la consulta médica de su padre, también psiquiatra. Era un niño pero nunca olvidó esa extraña visita (tenía 13 años).
El relato gira en torno a doña Aurora, a su personalidad paranoica, al lento acercamiento del doctor y a la aceptación de parte de ella, a su relación con los demás (o no-relación, más bien), a sus planes de salvar a la humanidad, nuevamente reactivados, al tratamiento y la enfermedad que finalmente la lleva a la muerte. Todo esto, teniendo como escenario y telón de fondo a la España de la década del 50, la de la desesperanza de los vencidos y el orgullo de los vencedores, que han hecho de la nación el estandarte de una nueva cruzada de la cristiandad, que no acepta a los enfermos o débiles mentales, a los homosexuales, a los que piensen políticamente distinto. Una nación que coarta el avance de la ciencia, que enarbola como imagen de la mujer "decente" aquella que la mantiene como perfecta dueña de casa, madre de una numerosa prole, muy piadosa y consciente de su rol en la formación de la nueva España.
En ese escenario, Germán vive otro tipo de violencia, la soterrada, la de las instituciones, la del sistema, la de las nuevas leyes y costumbres, que, al que no mata lo hunde y lo transforma en una verdadera cobaya, permitiéndole sólo darse vueltas en un pequeño espacio y haciendo lo que se espera para obtener alimento.
Extenso e interesantísimo relato, que, como de costumbre -y por desgracia- está basado en la realidad.
(28 de agosto de 2020)